martes, 16 de junio de 2020

QUÉ NOS ESPERA DESPUÉS

QUÉ NOS ESPERA DESPUÉS

Por: Carlos Gutiérrez.

Hacia el final de la novela Las diecinueve enaguas leía que una epidemia que azotó a Bogotá en los cuarenta del siglo XIX dejó al descubierto la perversidad de los bogotanos, puesto que, aislados, terminaron los arribistas, que habitaban en ese tiempo la ciudad que no era ciudad encumbrados por Mefistófeles, mostrando ante los demás, un alma más podrida que la misma enfermedad que los aquejaba. Hoy, la ficción sobre muchos años atrás de esta amada pseudourbe, hace que me pregunte lo que se respondió el autor en esa novela. ¿Qué nos dejará esta cuarentena? ¿qué monstruosidades aparecerán o han aparecido en los medios, en el voz a voz e incluso en nuestras reflexiones? Las respuestas pueden ser las demostraciones de que el bogotano, o por lo menos su alma, ya sea en tiempos buenos o malos, no deja de ser un animal perverso.

La verdad es que desde el inicio de todo este miniapocalipsis nos dimos cuenta de la afirmación más obvia que ante los ojos omnipotentes se puede comprender: el abismo entre una clase social y otra no es menos amplio que el paso de un círculo del infierno de Dante al paraíso de su amada Beatriz. Nos dimos cuenta que Bogotá puede ser un adecuado escenario para la mascara de la muerte roja en la que mientras unos, sin importarles que no pueden estar tan cerca, tuvieron que terminar clamando por alimento o cuidados ya que a sus zonas – con ausencia de preferencias - no les llegaban lo prometido. Mientras tanto, muchos, entre los que me incluyo, convertimos nuestras casas, apartamentos o loft de amplios espacios; en el castillo en los que el príncipe Próspero y corte, come a manos llenas envuelto en su papel higiénico para sentirse más seguro al tiempo que adecúa cada una de las habitaciones para diferentes diversiones que desde una camarita, como si de una ilusión se tratara, monta un paraíso artificial cuya burbuja lo mantiene ignorante.

Y esta burbuja también hizo crecer nuestro máximo valor. A las alturas desde las cuales se pregonan las verdades de papel más interesantes del mundo, nos camuflamos para no ser descubiertos, caminamos ocultos entre una fantasmagoría para hacer un gran mercado cuando no deberíamos de estar haciéndolo, aumentó nuestro consumo por la simple idea de poseer nuestro gran deseo y aprovechamos la debilidad del otro para favorecernos. Porque eso sí, podremos estar en las crisis más grandes, en el acabose más impactante o a la espera de séptimo sello, pero siempre, como buenos alumnos, seguimos cultivando el cinismo como una de nuestras bellas artes. No se trata aquí de una cuestión de clase o de etnia, se trata de una columna blanca reluciente, brillante que sostiene a la virtud de ser un gran amoralista.

Así, nos dimos cuenta que en Bogotá también triunfa el desierto de las palabras escritas en papel cuyo sustento es inexistente y en el que se justifican simplemente lo que no se va a hacer. En el que se monta un espectáculo grandilocuente a partir de cifras elefantinas, minúsculas acciones y pobres responsabilidades. Nos dimos cuenta que las decisiones se convirtieron en el juego de pelota preferido con el cual se eximen culpas lavándose las manos con alcohol o antibacterial para estar libre de toda pilatuna. Porque al fin de cuentas, si todos tienen la culpa nadie la tiene y se declara desierto el concurso de quién fue el más mampolón.

¿Qué nos quedará después de esto? Tal vez nada, tal vez la comprobación de que en los buenos tiempos y en los malos, simplemente somos humanos, somos perversos. Pero tal vez esto se deba no porque no hayamos estado listos para asumir la responsabilidad de esta plaga que nos aqueja como egipcios condenados por dios. Tal vez esto es así porque el virus fue el tapete para esconder la mugre en la que vivimos, para recordar nuestra milenaria practica de caer en la pandemia de la amnesia, la peste que nos ha aquejado por más de doscientos años y de la cual parece no encontramos cura. Tal vez esté siendo exagerado, porque también se dirá que son unos pocos los que nos han llevado a esto, y aún hay personas que desde sus buenos actos han vivido al margen de la amoral criminal que nos aqueja, y es verdad, las conozco, son muchas las almas buenas que parecen condenas a vivir bajo el poder y la dirección de un poder caligulezco.


lunes, 27 de abril de 2020

¿CUANDO SE LLEGARÁ A LA RESPONSABILIDAD HISTÓRICA?


¿CUÁNDO SE LLEGARÁ A LA RESPONSABILIDAD HISTÓRICA?
Por: Carlos J. Gutiérrez

Por estos días se está recordando el magnicidio (título rimbombante para hacernos creer que hay gente más importante que los que realmente se sienten así) del candidato a la presidencia durante inicios de los años noventa: Carlos Pizarro. Lo recuerdan porque el juicio sobre su crimen y la investigación sobre quiénes estuvieron implicados detrás de su muerte anda en una “gran pausa” de esas que tanto le gustan al país. Ahora, que un nuevo año en el que celebramos a “esta oveja negra” ha corrido, y que incluso a la JEP, según SEMANA, llegó la solicitud para que el exagente del DAS implicado en su asesinato fuera juzgado desde esta instancia; vale preguntarse: ¿Cuándo se llegará a la responsabilidad histórica? La verdad, para mí, la respuesta se encuentra lejos, lejos, tan lejos, que no se entiende hoy la dimensión de lo que esto implica.

El fenómeno de la violencia lo he escuchado en los medios, lo he leído en los libros de historia – incluso mi fascinación por eventos como la guerra de los 30 años o por el bogotazo se hace imposible de comprender -, lo he visto en las películas belicistas o antibelicistas de las que nos llena Hollywood, y lo he comprendido desde arte pictórico. El fenómeno de la violencia no se escapa a nuestro sentido común porque lo consideramos como la única forma en la cual el hombre puede comportarse como hombre. Desde la biblia hasta la película Jojo Rabbit nos han contado las mil y una formas en las que el hombre puede matarse. Y es tan común, tan corriente hablar sobre la guerra, que, alguna vez, ya sea plagiando a un autor o siendo original, llegué a decir que es un mal necesario sobre todo desde el arte porque es la que nos permite crear algo bello, algo estético. ¡Qué arrogante! Nunca he estado en medio de un conflicto armado y me quiero convertir en un mercader de la muerte. ¡Mea culpa!

Porque la verdad, no solo el que dispara un arma, acuchilla, tortura o destruye pueblos es el culpable del conflicto armado. Detrás de ellos estamos todos los demás que, bajo el sino de nuestra existencia, consideramos como válido que unos se estén matando con otros. Porque al fin de cuentas ¿de qué más se va a nutrir nuestro discurso? ¿de qué más van a vivir los medios de comunicación sino es informando sobre el sufrimiento, ya sea en primera plana o como un apunte en el reglón? ¿de qué van a vivir los políticos para construir un fortín de seguridad en el cual quieren permanecer perennes como los árboles que ahora talan? La violencia, vista de manera histórica se volvió un negocio tan lucrativo que parece que nos consideramos incapacitados para salirnos de él.

Y tal vez ese es el principal problema para todo proceso de paz. Que no vemos una línea directa unida con el hilo más fuerte de las parcas en cada una de las guerras que históricamente hemos vivido. El recordar el pasado es encontrarnos con todos esos procesos de paz o tratados de paz que empezaron mostrando la calma imperecedera pero que con el pasar de los años fue sacando al descubierto las inseguridades, temores y angustias de toda población; miedos con los cuales se montó una nueva guerra creyendo que ese adjetivo es realmente válido.

Hemos sabido parar un conflicto, darle una pausa, decir “no más”. Sin embargo, lo que no hemos sabido es sostener esa pausa, puesto que un dialogo de paz realmente es un ejercicio diplomático que dentro de su psique mantiene vivo al conflicto, ejemplo de ello vemos cómo a pesar de una cese al fuego, de una entrega de armas o de paso a la vida política, el poderoso, el que con miedo terminó provocando el nacimiento de su enemigo, luego de darle la mano y firmar un documento cuya palabra más grande es “PAZ” siguió desconfiando de él y terminó diciendo “te quiero pero lejos (o muerto, que viene siendo lo mismo). Para la vida política de Colombia el enemigo está presente porque los que dominan han sido siempre los mismos; lo que hace que estos grupos que se construyeron como pacificadores desde hace un siglo sigan pensando que son los únicos que tiene el derecho divino de seguir siendo esos pacificadores. Ya sea con la palabra, con la ley o con las armas, han sabido mantener a la sociedad con un miedo por aquel que sin ser parte de ellos se quiere posesionar.

Con lo anterior, no quiero decir que solo los poderosos son los que tienen la culpa, que solo los que ostentan los cargos más importantes del país son los causantes de este mal. No, la verdad no lo creo así, ya que, soy de los creyentes de que, si vamos a nombrar culpables, mirémonos cada uno de nosotros y examinemos, cada uno, nuestro pasado; allí encontraremos la culpabilidad. Sin embargo, de echarnos la culpa ya hemos vivido bastante, latigarnos y jurar “por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa” no ha sido el antídoto necesario para que el mundo cambie. Creo, realmente, que el sacrificio está en comprender que todos debemos ceder y aceptarnos como mortales que dejamos la tierra sin ninguna posesión más que la de nuestro cuerpo, ya que, la violencia viene dada por ese afán de posesión que nos hace arrebatar al otro su vida.

Cuando comprendamos que el mundo existe sin nuestra “artificial necesidad de existir” sabremos que poseer grandes extensiones de tierra, grandes cantidades de dinero o grandes cantidades de lujos no es significado de ser humano, de ser persona, de ahí que, cuando comprendamos eso, comprenderemos que el otro no es el enemigo con el que compito para hacerme más fuerte sino que es con el que trabajo para hacernos fuertes los dos pero no fuerte para luchar contra otros dos, sino fuertes para llegar a viejos y morir tranquilos. Lo anterior implica que habremos pasado, sin darnos cuenta, del perdón, de la reconciliación a la reparación sin que esa palabra signifique que yo me vuelva siervo del otro para que este me humille. Cuando comprendamos eso, nos daremos cuenta que todo el pasado que vivimos debe ser evitado a toda costa, y ahí es donde aparecerá la responsabilidad histórica que tanto se anhela en este mundo. Ahí es donde comprenderemos que no debemos tener responsabilidad histórica por ser alemanes, japoneses, congoleños, estadounidenses o colombianos. No, ahí comprenderemos que debemos tener una responsabilidad histórica porque somos humanos.

sábado, 11 de abril de 2020

NO OS ESCANDALICÉIS TAN ROMÁNTICAMENTE


NO OS ESCANDALICÉIS TAN ROMÁNTICAMENTE
Por: Carlos J. Gutiérrez

Mientras permanezco en mi ostracismo preventivo, internet no parece cambiar en su función. Sigue permaneciendo como “la fuente de información clave” para estar en la casa enterado de todo, tal vez por eso, para algunos, las medidas que se han tomado tampoco es que les haya cambiado la vida. Pero bueno, no vamos a hablar de eso, hacía referencia a internet, porque en una de las redes sociales que adoramos consultar, la librería “La Valija de Fuego” puso una imagen acompañada de una frase me llevó a reflexionar sobre la situación que vivimos. En la imagen vemos las diferentes formas en las cuales las personas encerradas viven el mismo ostracismo voluntario en el cual yo vivo. Esas escenas se contrastan con la calle, en donde los que hacen domicilios, los médicos, los de la basura y otro tipo de personas siguen haciendo su labor, como si nada hubiera cambiado.

La imagen estaba acompañada por la frase “¡No a la romantización de la cuarentena!”. No se podría estar mas de acuerdo con esta idea, sobre todo en tiempos en donde el individualismo es el pan de cada día. El sueño de una torre de marfil; en el cual evitamos el contacto con tantas personas, nos volvemos adoradores del teletrabajo y caminamos lentamente hacia el pensamiento de que estar en casa es estar seguro, también implica la construcción de un mundo ideal en el que el encierro nos hace pensar que todo está bien y que no hace falta nada ni nadie. Pero en ese pensamiento nos olvidamos del otro.

Romantizar un estado en el que nos encontremos no implica prestar atención a la realidad, como comentaría uno de los usuarios de Instagram a la imagen. Y romantizar la pandemia implica que se nos olvida que, por esta, construimos un sistema de evasión en el cual las plataformas, las tareas inventadas o el llenarnos de ejercicios sin terminar ninguno, se convierten en la manera eficaz de obviar lo que no debe obviarse. También nos evita cambiar los hábitos que teníamos incluso antes de entrar en la pandemia, consideramos que normalizar la situación o la forma en la que laboramos es lo más cercano a creer que no ha pasado nada, además que, al parecer, en nuestro subconsciente empieza a crecer un tipo de prejuicio hacia el otro que no habíamos contemplado anteriormente. Empezamos a rechazar a los médicos, los celadores, los repartidores u otro tipo de personas que ven como el mundo se detuvo mientras que ellos siguieron andando.

Romantizar la pandemia implica que olvidamos que nuestras actitudes ante la vida están cambiando y que ese cambio debe tomarse con calma. Ya, La Pulla, en un video de María Paulina Baena, explicaba que con el aislamiento la activitis se volvió una enfermedad debido a la falacia de que hay tiempo de sobra. Cuando, realmente lo que sucede es que el tiempo es el mismo, y los planes que se proyectan no se van a cumplir por más encerrados que se esté. Al fin de cuentas, no se trata de hacer muchas cosas y de querer alcanzar logros de manera inmediata en todas las áreas del conocimiento. Estar encerrados más bien, debe comprenderse, como un ejercicio de responsabilidad mutua, como un momento para hacer una pausa y ver la información con mucha más lentitud de lo que se hacía para dejar de creer en lo que no es cierto o para evitar caer en creencias que solo nos van a embaucar, así como también debe servir para agradecer a esas personas que por diferentes motivos aun salen a las calles puesto que de eso depende su subsistencia.

Ahora recuerdo la frase de Brecht cuando estrenó su obra “Tambores en la noche”, lo que estamos viviendo hoy en día, lo debemos vivir como él solicitaba que el público viera su obra. No se trata de idealizar su mundo apartado del otro, no se trata de entrar en pánico porque se acerca el fin del mundo y por fin le atinamos a una profecía, no se trata de vivir en una angustia constante sobre nuestra existencia esperando que si salimos bien librados de ella para que creer que las cosas deben y van cambiar. No se trata de nada de eso, se trata de mirar con la tranquilidad del alma los diferentes eventos que van sucediendo cada día para poder a partir de ellos tomar medidas que a corto plazo nos van a servir y que, al final, nos mantendrán conectados con la humanidad.

sábado, 4 de abril de 2020

BEATUS ILLE


Beatus ille
Por: Carlos J. Gutiérrez

Por lo general pensamos que las cosas son absolutas. Que permanecen estáticas en el tiempo como si no se movieran y no se desgastaran, como si fueran algo inmaculado que todo el mundo considera verdad absoluta y que por tal motivo no se puede desintegrar. Solemos pensar que la vida solo es válida cuando los momentos que adoramos, las personas que queremos o las acciones que nos gustan son estatuas perennes como un árbol que alimenta nuestra vida. Gritamos a los cuatro vientos el gozo de saber que todo es primaveral, olvidando eso sí, que el ser humano, como sus acciones, es, en la mayoría de los casos un ser de corto aliento al que se le acaban las frutas del trópico y, lo que era dulce lo coge de improviso agrio para volverlo un animal melancólico.

Y esto no es más que un constante golpe de la naturaleza humana al mismo ser. Es un disparo que nos deja amnésicos y dormidos por un buen tiempo, nos vuelve ciegos ante la posibilidad de que el fin se encuentre cerca. Hoy en día, que vivimos un periodo tan oscuro, que terminamos viendo las señales del apocalipsis por todos lados o confirmamos nuestra creencia de que los mayas no se habían descachado, sino que sufrían de dislexia y por eso había escrito 2012, se hace más patente esa melancolía por darse cuenta que las cosas se van a acabar. Recordamos que nuestra vida en las calles con todo y tráfico eran agradables, que el estrés del trabajo apabullante nos mantenía amargados pero vivos o el soportar a lo insoportable nos mantenía despiertos y con las ganas de levantarnos todos los días de la cama.

Vemos cómo las ironías se van acumulando en torno a la situación que padecemos. Pero recordemos que no porque estamos cerca al final de nuestros días la melancolía apareció. No, porque, tal vez todos nosotros hemos sufrido de esa falta de beatus ille que nos debería permitir llevar una vida de goce. No estoy hablando de un epicureísmo alargado donde la cucaña siempre vive presente. No hablo de eso. Hablo de la falta constante que tenemos de darnos cuenta que a las cosas hay que dejarlas ir porque simplemente se acabaron y perdieron su gracia, se volvieron aburridas o pasaron a ser conflictivas. Como individuos que habitamos por un micro instante este globo terráqueo debemos comprender que las cosas son una rosa caída de su carro alado, no son eternas, no son perennes, no estamos en la utopía bebiendo ambrosia y néctar, somo hombres de carne y hueso cuyas acciones son como los alimentos: se deben consumir para que no se dañen.

Pensemos por un momento qué pasaría si al no soltar todos los momentos, las personas, los recuerdos, los objetos y los hechos se fueran acumulando delante, atrás, a un lado o al otro de nosotros. ¿A dónde iría a parar nuestra mente? ¿Cómo podríamos llevar nuestra vida? ¿cuál sería el disfrute que tendríamos? No dejar ir las cosas hace que nosotros como personas nos volvamos esquizofrénicos, paranoicos, soñadores, obsesivos e incapaces de disfrutas los pequeños momentos de la vida. Así que, para no alargarnos más, recordemos siempre que todo cuanto nos rodea tiene una fecha de caducidad, incluso nosotros mismos tenemos esa fecha para esas personas que creemos que se convertirán en nuestro centro o creemos de las que creemos nos volveremos su centro. La verdad es que no, y esto no es malo, porque es mejor haber aprovechado ese corto momento que se vivió a vivir con la angustia constante de querer mantenerlo atado así se a la fuerza.

martes, 14 de enero de 2020

LA TERCERA GUERRA MUNDIAL SÍ TENDRÁ LUGAR


LA TERCERA GUERRA MUNDIAL SÍ TENDRÁ LUGAR
Por: Carlos J. Gutiérrez

Dos hombres. Uno algo choncho, rubio, blanco, con una boca pequeña de la que le sale un montón de palabras cercanas a la basura. Otro, otro es cualquiera, una sombra, un desconocido que viene de oriente, de medio o del sur. Un enemigo que puede ser uno mismo. Los dos se sientan en sus mesas, limpias, pulcras, blancas e impolutas, toman su café, su té, su whisky o lo que ellos mismos prefieran tomar, sus ojos cerrados simplemente saborean lo que su boca va comiendo poco a poco. La casa en silencio o con alguna música clásica sonando de fondo mientras su servidumbre permanece de pie en silencio esperando el chasquido del dirigente para cumplir alguna orden. El chasquido, esa orden tan impersonal, tan poco humana pero que tiene la fuerza de movilizar a todo un estado hacia el abismo.

Mientras que estos dirigentes que no se miran el uno al otro sino a partir de un ejercicio de diplomacia disfrazada en la cordialidad; en el fondo, sus súbditos principales convierten a todo el mundo en un conjunto de marionetas arregladas para ingresar a un campo de batalla. Lo que se necesita para iniciarla no es nada más que pasarse de la raya; ser lo suficientemente arrogante para mirar por encima del hombro al otro o pasar por encima de él. Así empezaron las anteriores. En la víspera de una guerra mundial anunciada desde los deseos más profundos de los que nos rigen, estas palabras son simplemente la repetición de una obra que todo el mundo ya conoce y que en algunos puntos la han visto desde la comodidad de su casa, mientras que otros, la viven en su carne y sangre derramada.

Al parecer, luego de millones y millones de años, todavía nos vemos como enemigos. Por lo que el matarnos se volvió una necesidad inmaterial pero cotidiana. Ha sido así desde que el primer germen que se separó de los monos descubrió que el hueso puede ser un arma letal si se agarra con fuerza para dar un gran golpe en la cabeza del otro clan. La historia parece girar en torno a ese golpe, en poner, quitar, volver a poner o desbancar al que este sentado en el trono mayor. Pero realmente no es que lo quite, simplemente se turnan, porque los enemigos de siempre, de hecho, parecen no morir, solamente mueren sus súbditos. Quienes ponen su cuerpo como los peones del juego. Hay unos, que incluso desde su fanatismo inmisericorde, se vuelven las mejores marionetas que un líder desde las sombras pueda tener. Matan con la felicidad de un niño cuando come un dulce; sin darse cuenta que detrás de esa sed violenta no hay nada bueno para él, ya que no dejará de ser ese peón sacrificable que se necesita para que funcione la trampa.

De todas las propuestas apocalípticas que se han mencionado desde el dichoso 2012 de los Mayas, no parece haber alguna que decida echarle la culpa al hombre; cuando lo hace, habla del medio ambiente, habla que destruimos la capa de ozono, que matamos los ecosistemas, que las basuras taparon o mataron las reservas, que la tala de árboles dejó sin posibilidad de generar oxigeno u otras. Pero, tal vez la que más hemos obviado porque no la consideramos a simple vista como un elemento importante para el fin de la humanidad, es la guerra. A esta la hemos celebrado, temporalizado o contado en millones de fábulas. Pero nunca hemos dicho: “el fin del mundo llegará porque en un conflicto armado terminaremos matándonos los unos a los otros y de paso a esta tierra que habitamos”. Nunca lo hemos dicho, ya sea porque la naturalizamos como un elemento de movilización tecnológica o porque la vivimos diariamente, así que, una guerra más, una guerra menos no tiene la importancia vital que debe tener.

Hoy, que estamos en un momento en donde la arrogancia se vuelve a tomar el poder, en donde la miseria reina como nunca antes, en donde el otro es más enemigo de lo que era antes, y cuando los límites que se dibujaron hace mucho para separarnos se están cayendo a pedazos, es necesario dar cuenta que en nuestras manos está ese botón de autodestrucción. Ese botón que nos busca desde el comienzo de nuestros días, que exige una limpieza, un reinicio para reacomodarse a su manera, un cambio de paradigma para que otro de los mismos se ponga en la punta del cuchillo. Hoy en día, estamos más cerca de cercenarnos a nosotros mismos que de que un tsunami de proporciones titánicas nos arrase. Estamos más cerca de que el mundo implote por el sonido de la metralla, las bombas, los ríos de sangre o la destrucción atómica que porque se muevan las placas tectónicas o los polos desaparezcan. Hoy, la tercera guerra mundial si tendrá lugar, lo que aun falta, es determinar el momento exacto en que el reloj del juicio dé la alarma de inicio.


martes, 7 de enero de 2020

UN PÍCNIC POR BOGOTÁ


UN PÍCNIC POR BOGOTÁ
Por: Carlos J. Gutiérrez

En las redes sociales como Facebook o Instagram, el 31 de diciembre, mientras esperaba que fuera la dichosa medianoche, vi durante todo el día la lluvia de memes que podía titularse como se tituló uno de ellos específicamente: “hoy no es cualquier 31 de diciembre”. Lo decían porque, en efecto, era el fin del periodo administrativo del alcalde Enrique Peñalosa. Criticado, hostigado, vapuleado, desmentido e incluso, como el mismo lo diría en una entrevista “agredido”. Tal vez lo que se dijo sobre él era verdad o tal vez no, no lo sé, no soy el verdugo de su cabeza ni espero ser el de ninguna. Igual, no faltaron las risas, las asociaciones al monorriel de los Simpson o el juego con las frases famosas que le gustaba decir sin saber que eran lo más absurdo e incoherente que se le haya podido escuchar -porque aquí, varios políticos, tienen como hobbie dar papaya con lo que dicen-. En fin, ya se fue, dejó una ciudad con unos índices que solo serán utilizables para aquellos que toman un punto de vista a favor o en contra del ahora exalcalde.

Detrás de la salida de Peñalosa, me quedó una pregunta a responder ¿qué es Bogotá? Una serie de respuestas se me vienen a la cabeza: una ciudad atrasada que recibe cuanto desplazado interno y externo le toca; un pueblo arrogante, crecido, ignorante o anquilosado; una urbe con la necesidad de hacer cambios demasiado significativos para realmente merecer ser denominada con esa etiqueta, o un “pueblito viejo” que ya es hora de que abandone esa añoranza que disfraza románticamente el atraso. Bogotá para sus dirigentes es la ciudad que quieren pintar a su imagen y semejanza pero que en el fondo solo es una imagen refractada, deformada, llena de huecos, imposible, amañada o acorralada por quienes la quieren estafar. Definir a Bogotá es en muchos casos definir la historia de Colombia con todos sus atropellos.

Pero, a pesar de que escribiendo este artículo me surge esa pregunta tan inmensa, no es lo que se vino a responder, no, yo no podría hacerlo porque simplemente soy alguien que expresa una opinión que no necesariamente es acertada y mucho menos es escuchada. La verdadera pregunta que quisiera responder aquí es mas cercana a nuestro ahora, a nuestro tiempo, menos etérea en su esencia; esta pregunta es válida porque no solo es una opinión sino una esperanza. ¿Qué posibilidad tiene Claudia López como nueva alcaldesa de, no solo mejorar la ciudad y llevarla un paso más delante de lo que está, sino también de cambiar la mirada que se tiene de los dirigentes? Por lo menos en Bogotá es de lo que más pendientes debemos estar y de lo que más estarán algunas facciones políticas que se consideraron perdedoras en las pasadas elecciones, ya Petro nos lo demostró con un trino en el que lamenta la ratificación del gerente del aun inexistente metro de Bogotá, le madrugó a la postura crítica o criticona hacia la nueva alcaldesa. Tal vez todos lo debamos hacer, pero no solo viendo las cosas malas que los medios nos digan sin que nosotros sepamos porqué son malas, sino las buenas, sobre todo las que son dichas directamente de los medios de la alcaldía o por lo menos buscando las fuentes más fidedignas.

El primero de enero, la posesión de la alcaldesa fue la evidencia de una definición de lo que es Bogotá, pues, su posesión es la demostración de una ciudad que gusta por votar por la alternativa. Aprovechando un festivo, se formó una caravana en bicicleta que viajó hasta el parque Simón Bolívar donde tomó posesión de su cargo y ratificó, ante los que la acompañaron, que llegó al poder “la ciudadanía”. Fue un mensaje directo sobre la intención de hacer un gobierno diferente; lo mismo sucedió con el nombramiento de las secretarías, que a los ojos de los medios y de la misma alcaldesa representan un conjunto de expertos en la materia que servirán para la mejora de la calidad de vida de la ciudad. En palabras, todo es bonito y siempre debemos recordarlo, ahora falta mirar si en los hechos los cambios que se prometen si se logran aplicar. Igual, no hay que negar que haber hecho un pícnic por Bogotá en su posesión fue un toque sorpresivo y que gustó.

Claudia López, como senadora, siempre fue una pieza fundamental del liderazgo contra los malos manejos, la corrupción, pero, sobre todo, de las decisiones que afectan a la población. Se mostró transparente en su modo de actuar y jugó un papel importante en ponerle la cara a partidos como el Centro democrático que en la mayoría de los casos parecía un grupo del lado oscuro que no ve en sus propuestas los efectos negativos para la mayoría de la población. Pero, Claudia López también caía en el juego de la polarización, en el grito de guerra contra “el malo” sin saber si se era completamente bueno con el grito de guerra que se estaba pronunciando. Eso, no solo es un defecto sino puede ser una piedra en el zapato para su administración, porque lo que se debe entender es que a veces es más fácil fiscalizar que dirigir, pues en el fiscalizar, las palabras se vuelven humo que esconden la realidad. Así que, una de las desventajas que se espera que no se vuelvan en su contra es esa voz polarizante que no siempre la pueda llevar a tomar buenas decisiones.

Por el momento, se puede ver que no empezó de esta manera, antes bien, arrancó con la coherencia que la caracteriza en la mayoría de los casos; pues se alegró que se haya propuesto a Galán, su antiguo contendor para la alcaldía, como el presidente del consejo de Bogotá. Eso alegra, no solo porque muestra una intención de diálogo con todos los partidos sino porque como ella misma dice, se trata de demostrar que la oposición también tiene una voz igual de fuerte en el consejo y que desde su mirada puede contribuir con el cambio. Su transparencia frente a la ciudadanía también desde el inicio se mantiene, hizo pública su declaración de renta y solicitó a sus secretarios que hicieran lo mismo, todo esto con el fin de demostrar que, arrancando con todas las cartas sobre la mesa, sin esconder ninguna, significa que lo que se quiere hacer se hace de la misma manera, sin nada oculto. También es plausible que asistiera a una reunión en Soacha movilizándose en Transmilenio, No obstante, esto no debe tratarse de un ejercicio de politiquería o populismo, sino que esperamos que, si se moviliza por este medio, haga una evaluación de cómo funciona el sistema para ver como puede mejorarse, no solo en movilidad sino en competencia ciudadana.

Esos son solo pocos ejemplos de la adecuada función pública de un alcalde, no la alabo por eso, pues las buenas obras también las puede hacer en algunos casos un tirano, pero si quiero llamar la atención a que estas buenas obras se mantengan porque son uno de los peldaños que permiten el mejoramiento de la ciudad. Ahora, también es necesario recordar que uno de los eventos con los cuales los gobernantes tienden a blindarse es con la observación del pasado, del histórico o el administrativo. Sabemos que por obligación se debe mirar el retrovisor para ver cómo quedó la ciudad, qué se ejecutó, que se dejó en papel y qué a medio hacer; pero la mirada hacia atrás no debe ser un elemento constante de crítica para validarse, ni mucho menos la colcha de protección contra los ataques para encontrar culpables donde no los hay y donde solo se tiene como significado el evadir los problemas.
Mirar la administración anterior debe validar lo bueno que se haya hecho y lo que se debe mejorar, pues, la única idea que debe permanecer, no solo en la cabeza de Claudia López, sino en la de las administraciones que le sigan a ella es, que la construcción de las grandes ideas y de las principales transformaciones para Bogotá no viene de una sola cabeza sino que debe construirse como un proyecto de ciudad para que nadie, estando en el poder, tenga la arrogancia de decir “esto se construyó en mí gobierno” sino que más bien diga, esto fue una construcción bogotana.

La responsabilidad de cambiar la mirada que se tiene hacia los políticos, no necesariamente es de ella, por ningún motivo es el chivo expiatorio para demostrar que todos son igual de malos sean lo que sean, al fin de cuentas, es una persona más, alguien que se mueve bajo una idea concreta, un pensamiento concreto y unos intereses particulares. De entrada, debemos entender que el hecho de que ella haya sido elegida alcaldesa, no implica directamente un cambio de 180 grados, no, tal vez, las cosas sigan igual, como lo pensarían los escépticos o los negativos. De tal manera que el deseo de que a Claudia López le vaya bien no es porque sea mujer, sea lesbiana, sea de izquierda o moderada. El deseo viene porque es una gobernante, una a la que una cantidad de bogotanos la consideraron apta para ocupar el cargo que ahora ostenta, una que tiene la responsabilidad civil que deben tener todos los políticos, y es la de hacer las cosas bien, no para unos pocos sino para que, lejos de la polarización, la bravuconada, el servilismo o la tiranía realicen los cambios efectivos y reales que tanto se propugnan en tiempos de elecciones.

lunes, 25 de noviembre de 2019

LA BARRICADA CONTRA LOS FANTASMAS

La barricada - Otto Dix (fuente: pinterest.com)


LA BARRICADA CONTRA LOS FANTASMAS

Por: Carlos J. Gutiérrez.

En medio de la noche, la oscuridad oculta los miedos que de niños nos acogían. Un destello rápido, un grito, el sonido de una alarma, alguien que inició con los gritos, el “¡ahí va!” pero sin saber quien va. Las mujeres temerosas, otros hombres igual, los palos de escobas vueltos armas, una katana, un rifle, una pistola, varios machetes. La mirada amenazante y amenazada de muchos me hizo recordar un cuadro de otto Dix que había visto en una enciclopedia de arte contemporáneo en la hoy desaparecida biblioteca Colsubsidio del barrio Roma. Me hizo recordar ese cuadro porque en la noche del viernes me sentía dentro de él. Al momento de buscarlo solo tuve el recuerdo del nombre, no por el cuadro, debo admitirlo, sino por la canción de 2 minutos – la banda de punk argentino – cuyo nombre es igual al del cuadro.

Die barrikade se llama el cuadro expresionista que se me vino a la cabeza en la noche del viernes. No encontré la versión que permanece en mi cabeza desde hace más de diez años, pero si encontré otra que igual no está lejos de lo que vivimos en Bogotá. Ya que por un momento corrió parte de la historia de este país por mis venas: la luchas entre unos y otros porque hay que liberarse de un yugo, el machete de tres abuelos que con todo y ruanas me hicieron pensar en el bogotazo y cómo en un día todo se fue al trasto; los disparos alternos entre silencios y algo parecido a explosiones me recordó los titulares de finales de los ochenta e inicio de los noventa cuando los carros, las cartas, los cilindros o cualquier otra cosa se volvía una bomba. En fin, por un momento, el viernes se volvió doscientos años de historia. ¿Qué fue lo que nos pasó?

Realmente lo que pudo haber sucedido fue un levantamiento pacífico vuelto un suicidio que para unos fue necesario y para otros simplemente fue una pérdida del objetivo. Lo sucedido fue la forma de demostrar como la protesta no logra llegar a la propuesta, no porque no tenga la intención sino porque consideramos que atropellar las estaciones, la policía, los locales, las casas o el transporte público es la forma de decir “No más”. No obstante, lo triste de este pensamiento es que ese grito iracundo que vuelve las marchas un acto violento hace que se pierda, así sea por un momento, la fe en el cambio. ¿Qué puede salir de un acto en donde los tambores se llenan de sangre y de furia? Algunos creerían que es un renacimiento, un fénix surgido de las cenizas para restablecer el orden que dejó el caos a su paso. Otros, considerarán que simplemente fue la forma de comprobar que el cambio se acaba cuando se piensa que la salida más valida es el holocausto.

Y tal vez los unos o los otros tengan razón; las protestas, las marchas y los disturbios simplemente sirven, en algunas situaciones para comprobar que nuestro comportamiento animal todavía nos domina. Somos como lobos que, al momento de encontrarse con otro grupo, se miran, se sienten amenazados y atacan hasta matar. También nos parecemos a las aves de rapiña que a la menor oportunidad tomamos lo que consideramos nuestro, como si esa fuera la manera en que debemos actuar. Somos, al mismo tiempo, ese grupo heterogéneo de bestias que al sentir un temblor o una perturbación arrancan en estampida arrollando todo lo que se tienen a su paso, olvidando lo que debemos hacer y el cómo debemos comportarnos. En el caos, surgen de nuestras cenizas las aspiraciones violentas de nuestro instinto en una selva de cemento cuyo bestiario no deja de construirse y hace que pasemos a estar por debajo de aquellos que se extinguen.

Ahora, ¿qué de humanos nos queda en ese comportamiento animal? Lo único que tal vez se puede afirmar es la imbecilidad de protegernos detrás de los otros. Ocultarnos bajo los defectos de los que consideramos nuestros enemigos. Afirmamos las noticias falsas, los comentarios sin sustento y las cadenas de mensajes que prenden las alarmas como un grito que espera ser seguido. Estamos tan inmersos en un estado de conspiración que la verdad ya no se nos hace evidente con una lampara, antes bien, la apagamos para sentirnos desprotegidos, gritar, seguir detrás del otro, y así, armar una turba con el fuego de la palabra. Nos inventamos enemigos fantasmas contra los que construimos barricadas que satisfagan nuestras ansias de destrucción.

En el panorama apocalíptico que se pinta aquí, no quiero dejar a la oscuridad reinando. No sería algo obvio si lo que se quiere es que nos iluminemos y dudemos o pensemos. A pesar de que podemos afirmar que las redes sociales son promotoras del pánico y el llamado al caos, también tienen la ironía de revertir nuestra situación en un abrir y cerrar de ojos, de estrellarnos a la cara, como si de un pastel se tratara, la verdad de cuántas realidades se percibe. No había nadie (pum), solo eran falsas alarmas (¡una más!), una fake news que te tragaste (¡la del cierre para que aprendas!), ¿no te sientes como si la dignidad te hubiera abandonado? Sí, me siento como un imbécil cuando actúo como una estampida temerosa de fantasmas en la noche que terminarán siendo nada y pasarán a alimentar la sabiduría popular a costa de nuestras espaldas torpes.

La verdad, si es que no es otro fantasma que perseguimos sin alcanzar, es que, a pesar del tiempo, de los medios, de la ciudad, del vecino, la vecina, el conjunto, el barrio y las veces que salude a ese que está a mi lado, el pánico me hace desconfiar del otro porque simplemente el otro no soy yo y pienso que me va a herir, me va a dañar, me envidia o me desea muerto. Y si esto es así, entonces que caiga primero el otro. La verdad es que la sociedad vigilante todavía sigue siendo de nuestro aprecio, así como para el bondadoso hombre es bueno rezar al dios omnipotente para ir al cielo a pesar de odiar al otro hasta el punto de dañarlo.