martes, 14 de enero de 2020

LA TERCERA GUERRA MUNDIAL SÍ TENDRÁ LUGAR


LA TERCERA GUERRA MUNDIAL SÍ TENDRÁ LUGAR
Por: Carlos J. Gutiérrez

Dos hombres. Uno algo choncho, rubio, blanco, con una boca pequeña de la que le sale un montón de palabras cercanas a la basura. Otro, otro es cualquiera, una sombra, un desconocido que viene de oriente, de medio o del sur. Un enemigo que puede ser uno mismo. Los dos se sientan en sus mesas, limpias, pulcras, blancas e impolutas, toman su café, su té, su whisky o lo que ellos mismos prefieran tomar, sus ojos cerrados simplemente saborean lo que su boca va comiendo poco a poco. La casa en silencio o con alguna música clásica sonando de fondo mientras su servidumbre permanece de pie en silencio esperando el chasquido del dirigente para cumplir alguna orden. El chasquido, esa orden tan impersonal, tan poco humana pero que tiene la fuerza de movilizar a todo un estado hacia el abismo.

Mientras que estos dirigentes que no se miran el uno al otro sino a partir de un ejercicio de diplomacia disfrazada en la cordialidad; en el fondo, sus súbditos principales convierten a todo el mundo en un conjunto de marionetas arregladas para ingresar a un campo de batalla. Lo que se necesita para iniciarla no es nada más que pasarse de la raya; ser lo suficientemente arrogante para mirar por encima del hombro al otro o pasar por encima de él. Así empezaron las anteriores. En la víspera de una guerra mundial anunciada desde los deseos más profundos de los que nos rigen, estas palabras son simplemente la repetición de una obra que todo el mundo ya conoce y que en algunos puntos la han visto desde la comodidad de su casa, mientras que otros, la viven en su carne y sangre derramada.

Al parecer, luego de millones y millones de años, todavía nos vemos como enemigos. Por lo que el matarnos se volvió una necesidad inmaterial pero cotidiana. Ha sido así desde que el primer germen que se separó de los monos descubrió que el hueso puede ser un arma letal si se agarra con fuerza para dar un gran golpe en la cabeza del otro clan. La historia parece girar en torno a ese golpe, en poner, quitar, volver a poner o desbancar al que este sentado en el trono mayor. Pero realmente no es que lo quite, simplemente se turnan, porque los enemigos de siempre, de hecho, parecen no morir, solamente mueren sus súbditos. Quienes ponen su cuerpo como los peones del juego. Hay unos, que incluso desde su fanatismo inmisericorde, se vuelven las mejores marionetas que un líder desde las sombras pueda tener. Matan con la felicidad de un niño cuando come un dulce; sin darse cuenta que detrás de esa sed violenta no hay nada bueno para él, ya que no dejará de ser ese peón sacrificable que se necesita para que funcione la trampa.

De todas las propuestas apocalípticas que se han mencionado desde el dichoso 2012 de los Mayas, no parece haber alguna que decida echarle la culpa al hombre; cuando lo hace, habla del medio ambiente, habla que destruimos la capa de ozono, que matamos los ecosistemas, que las basuras taparon o mataron las reservas, que la tala de árboles dejó sin posibilidad de generar oxigeno u otras. Pero, tal vez la que más hemos obviado porque no la consideramos a simple vista como un elemento importante para el fin de la humanidad, es la guerra. A esta la hemos celebrado, temporalizado o contado en millones de fábulas. Pero nunca hemos dicho: “el fin del mundo llegará porque en un conflicto armado terminaremos matándonos los unos a los otros y de paso a esta tierra que habitamos”. Nunca lo hemos dicho, ya sea porque la naturalizamos como un elemento de movilización tecnológica o porque la vivimos diariamente, así que, una guerra más, una guerra menos no tiene la importancia vital que debe tener.

Hoy, que estamos en un momento en donde la arrogancia se vuelve a tomar el poder, en donde la miseria reina como nunca antes, en donde el otro es más enemigo de lo que era antes, y cuando los límites que se dibujaron hace mucho para separarnos se están cayendo a pedazos, es necesario dar cuenta que en nuestras manos está ese botón de autodestrucción. Ese botón que nos busca desde el comienzo de nuestros días, que exige una limpieza, un reinicio para reacomodarse a su manera, un cambio de paradigma para que otro de los mismos se ponga en la punta del cuchillo. Hoy en día, estamos más cerca de cercenarnos a nosotros mismos que de que un tsunami de proporciones titánicas nos arrase. Estamos más cerca de que el mundo implote por el sonido de la metralla, las bombas, los ríos de sangre o la destrucción atómica que porque se muevan las placas tectónicas o los polos desaparezcan. Hoy, la tercera guerra mundial si tendrá lugar, lo que aun falta, es determinar el momento exacto en que el reloj del juicio dé la alarma de inicio.


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