UN PÍCNIC POR BOGOTÁ
Por: Carlos
J. Gutiérrez
En las redes sociales
como Facebook o Instagram, el 31 de diciembre, mientras esperaba que fuera la
dichosa medianoche, vi durante todo el día la lluvia de memes que podía
titularse como se tituló uno de ellos específicamente: “hoy no es cualquier 31
de diciembre”. Lo decían porque, en efecto, era el fin del periodo
administrativo del alcalde Enrique Peñalosa. Criticado, hostigado, vapuleado,
desmentido e incluso, como el mismo lo diría en una entrevista “agredido”. Tal
vez lo que se dijo sobre él era verdad o tal vez no, no lo sé, no soy el
verdugo de su cabeza ni espero ser el de ninguna. Igual, no faltaron las risas,
las asociaciones al monorriel de los Simpson o el juego con las frases famosas
que le gustaba decir sin saber que eran lo más absurdo e incoherente que se le
haya podido escuchar -porque aquí, varios políticos, tienen como hobbie dar
papaya con lo que dicen-. En fin, ya se fue, dejó una ciudad con unos índices
que solo serán utilizables para aquellos que toman un punto de vista a favor o
en contra del ahora exalcalde.
Detrás de la salida de
Peñalosa, me quedó una pregunta a responder ¿qué es Bogotá? Una serie de respuestas
se me vienen a la cabeza: una ciudad atrasada que recibe cuanto desplazado
interno y externo le toca; un pueblo arrogante, crecido, ignorante o
anquilosado; una urbe con la necesidad de hacer cambios demasiado
significativos para realmente merecer ser denominada con esa etiqueta, o un
“pueblito viejo” que ya es hora de que abandone esa añoranza que disfraza
románticamente el atraso. Bogotá para sus dirigentes es la ciudad que quieren
pintar a su imagen y semejanza pero que en el fondo solo es una imagen
refractada, deformada, llena de huecos, imposible, amañada o acorralada por
quienes la quieren estafar. Definir a Bogotá es en muchos casos definir la
historia de Colombia con todos sus atropellos.
Pero, a pesar de que
escribiendo este artículo me surge esa pregunta tan inmensa, no es lo que se
vino a responder, no, yo no podría hacerlo porque simplemente soy alguien que
expresa una opinión que no necesariamente es acertada y mucho menos es
escuchada. La verdadera pregunta que quisiera responder aquí es mas cercana a
nuestro ahora, a nuestro tiempo, menos etérea en su esencia; esta pregunta es
válida porque no solo es una opinión sino una esperanza. ¿Qué posibilidad tiene
Claudia López como nueva alcaldesa de, no solo mejorar la ciudad y llevarla un
paso más delante de lo que está, sino también de cambiar la mirada que se tiene
de los dirigentes? Por lo menos en Bogotá es de lo que más pendientes debemos
estar y de lo que más estarán algunas facciones políticas que se consideraron
perdedoras en las pasadas elecciones, ya Petro nos lo demostró con un trino en
el que lamenta la ratificación del gerente del aun inexistente metro de Bogotá,
le madrugó a la postura crítica o criticona hacia la nueva alcaldesa. Tal vez
todos lo debamos hacer, pero no solo viendo las cosas malas que los medios nos
digan sin que nosotros sepamos porqué son malas, sino las buenas, sobre todo
las que son dichas directamente de los medios de la alcaldía o por lo menos
buscando las fuentes más fidedignas.
El primero de enero, la
posesión de la alcaldesa fue la evidencia de una definición de lo que es Bogotá, pues, su posesión es la demostración de una ciudad que gusta por votar
por la alternativa. Aprovechando un festivo, se formó una caravana en bicicleta
que viajó hasta el parque Simón Bolívar donde tomó posesión de su cargo y
ratificó, ante los que la acompañaron, que llegó al poder “la ciudadanía”.
Fue un mensaje directo sobre la intención de hacer un gobierno diferente; lo
mismo sucedió con el nombramiento de las secretarías, que a los ojos de los
medios y de la misma alcaldesa representan un conjunto de expertos en la
materia que servirán para la mejora de la calidad de vida de la ciudad. En
palabras, todo es bonito y siempre debemos recordarlo, ahora falta mirar si en
los hechos los cambios que se prometen si se logran aplicar. Igual, no hay que
negar que haber hecho un pícnic por Bogotá en su posesión fue un toque
sorpresivo y que gustó.
Claudia López, como
senadora, siempre fue una pieza fundamental del liderazgo contra los malos
manejos, la corrupción, pero, sobre todo, de las decisiones que afectan a la
población. Se mostró transparente en su modo de actuar y jugó un papel
importante en ponerle la cara a partidos como el Centro democrático que en la
mayoría de los casos parecía un grupo del lado oscuro que no ve en sus propuestas
los efectos negativos para la mayoría de la población. Pero, Claudia López
también caía en el juego de la polarización, en el grito de guerra contra “el
malo” sin saber si se era completamente bueno con el grito de guerra que se
estaba pronunciando. Eso, no solo es un defecto sino puede ser una piedra en el
zapato para su administración, porque lo que se debe entender es que a veces es
más fácil fiscalizar que dirigir, pues en el fiscalizar, las palabras se vuelven humo que esconden la realidad. Así que, una de las desventajas que se espera
que no se vuelvan en su contra es esa voz polarizante que no siempre la pueda
llevar a tomar buenas decisiones.
Por el momento, se puede
ver que no empezó de esta manera, antes bien, arrancó con la coherencia que la
caracteriza en la mayoría de los casos; pues se alegró que se haya propuesto a Galán, su antiguo contendor para la alcaldía, como el presidente del consejo de
Bogotá. Eso alegra, no solo porque muestra una intención de diálogo con todos
los partidos sino porque como ella misma dice, se trata de demostrar que la
oposición también tiene una voz igual de fuerte en el consejo y que desde su
mirada puede contribuir con el cambio. Su transparencia frente a la ciudadanía
también desde el inicio se mantiene, hizo pública su declaración de renta y
solicitó a sus secretarios que hicieran lo mismo, todo esto con el fin de
demostrar que, arrancando con todas las cartas sobre la mesa, sin esconder ninguna,
significa que lo que se quiere hacer se hace de la misma manera, sin nada
oculto. También es plausible que asistiera a una reunión en Soacha
movilizándose en Transmilenio, No obstante, esto no debe tratarse de un
ejercicio de politiquería o populismo, sino que esperamos que, si se moviliza
por este medio, haga una evaluación de cómo funciona el sistema para ver como
puede mejorarse, no solo en movilidad sino en competencia ciudadana.
Esos son solo pocos
ejemplos de la adecuada función pública de un alcalde, no la alabo por eso,
pues las buenas obras también las puede hacer en algunos casos un tirano, pero
si quiero llamar la atención a que estas buenas obras se mantengan porque son
uno de los peldaños que permiten el mejoramiento de la ciudad. Ahora, también
es necesario recordar que uno de los eventos con los cuales los gobernantes
tienden a blindarse es con la observación del pasado, del histórico o el administrativo.
Sabemos que por obligación se debe mirar el retrovisor para ver cómo quedó la
ciudad, qué se ejecutó, que se dejó en papel y qué a medio hacer; pero la
mirada hacia atrás no debe ser un elemento constante de crítica para validarse,
ni mucho menos la colcha de protección contra los ataques para encontrar
culpables donde no los hay y donde solo se tiene como significado el evadir los
problemas.
Mirar la administración
anterior debe validar lo bueno que se haya hecho y lo que se debe mejorar,
pues, la única idea que debe permanecer, no solo en la cabeza de Claudia López,
sino en la de las administraciones que le sigan a ella es, que la construcción de
las grandes ideas y de las principales transformaciones para Bogotá no viene de una sola cabeza sino que debe construirse como un proyecto de ciudad
para que nadie, estando en el poder, tenga la arrogancia de decir “esto se
construyó en mí gobierno” sino que más bien diga, esto fue una construcción
bogotana.
La responsabilidad de
cambiar la mirada que se tiene hacia los políticos, no necesariamente es de
ella, por ningún motivo es el chivo expiatorio para demostrar que todos son
igual de malos sean lo que sean, al fin de cuentas, es una persona más, alguien
que se mueve bajo una idea concreta, un pensamiento concreto y unos intereses
particulares. De entrada, debemos entender que el hecho de que ella haya sido
elegida alcaldesa, no implica directamente un cambio de 180 grados, no, tal vez,
las cosas sigan igual, como lo pensarían los escépticos o los negativos. De tal
manera que el deseo de que a Claudia López le vaya bien no es porque sea
mujer, sea lesbiana, sea de izquierda o moderada. El deseo viene porque es una
gobernante, una a la que una cantidad de bogotanos la consideraron apta para
ocupar el cargo que ahora ostenta, una que tiene la responsabilidad civil que
deben tener todos los políticos, y es la de hacer las cosas bien, no para unos pocos
sino para que, lejos de la polarización, la bravuconada, el servilismo o la
tiranía realicen los cambios efectivos y reales que tanto se propugnan en
tiempos de elecciones.
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