martes, 16 de enero de 2018

TITIVILLUS O EL MAL QUE SE CONTAGIA

TITIVILLUS O EL MAL QUE SE CONTAGIA

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Hubo, según cuentan los libros, un tiempo en el que todo mal del hombre era adjudicado a un demonio. La pereza, la codicia, la envidia, la arrogancia, la mentira, el robo y el crimen eran justificados en la medida que se encontraba poseso el implicado al momento de realizar el acto. Y si existía un demonio para todo eso, obviamente lo iba a existir para la mala redacción, la mala ortografía y la incoherencia. Es obvio que exista, pues, en esa época, los únicos que escribían eran el  clero y la clase acomodada, así que necesitaban una justificación para sus faltas. Al parecer hoy en día este pequeño espíritu burlón denominado Titivillus sigue existiendo entre esa clase acomodada.

Tal vez se haya extendido más allá de Europa asentándose, al parecer, en nuestra querida Colombia, teniendo claro está, una sucursal en la Casa Blanca y en el palacio de Miraflores. Cómo mas se explicaría lo que está sucediendo hoy en día con esos políticos que son a su vez una forma de clero y de clase acomodada. No se puede explicar de otra forma, sufren una posesión inminente cuando se encuentran frente a twitter o Facebook desde las cuales, como pergaminos postmodernos, firma en piedra sus comentarios engañosos, venenosos y llenos de falacias. Imaginémonos por un momento la posesión de un político, sería algo así: Oh! Titivillus que has sabidos realizar un trabajo a las mil maravillas, ven a mí, apiádate de mi alma, entra como quien es un invitado a la casa de la memoria, entra como un rey y toma poder sobre estas manos twitteras ansiosas de malas palabras.

Imaginemos a los pobres políticos, dormidos, débiles, sin la capacidad de reaccionar rápidamente sentir como ese espíritu que desde el techo los mira, va bajando poco a poco para entrar en el cuerpo y al momento de despertar, este pobre ser, tenga la capacidad de escribir: “la tal masacre de las bananeras no existe”, el tal paro campesino no existe”, “los jóvenes de Soacha eran criminales” o “nos volveremos castro-chavistas”. Todo esto bajo el influjo de Titivillus que sonriente dirige la mano de los incautos para que jueguen con las palabras como jugando con los desechos de un perro: “El derecho no tiene que ver nada con la ética”.

Como vemos, hoy en día no solo es el error ortográfico, sino el semántico el que está perpetuando el error, incluso en su fase pragmática Titivillus empezó a ejercer poderosa influencia, pues, ya no solo ataca la escritura, también empezó a atacar el habla, ya que, lo que se dice también contiene un error. Si no es convincente la información, recordemos que hace poco desde la casa blanca el pequeño demonio le hizo decir a Trump que muchos países somos o son “un país de mierda”. En este mundo de grandes tecnologías la palabra vuelve a adquirir el poder que tenía en la antiguedad, tal vez sea necesario empezar a recalcar esto, repetir una y otra vez el error cometido por el político para que adquiera consciencia y despierte a los que, dormidos, este año van a votar.

No sabemos realmente porque los políticos, piensan, dicen y escriben lo que escriben, no hay explicación científica sobre sus actos. No hay ni siquiera una explicación moralmente correcta para determinar si sufren de alguna posesión que los hace imbéciles o si simplemente en su afán de calar en la mente de los votantes y jugando a la provocación gustan de decir las barbaridades que dicen. En el fondo, deberíamos de sentarnos a rezar por el alma del pobre político que dormido como permanece queda débil ante la influencia de tal demonio, recemos señoras y señores, recemos.


Aunque no deberíamos decirnos mentiras. Sabemos –porque lo sabemos y no queremos actuar- que no podemos echarle la culpa a una falsa posesión sobre las malas palabras que escriben y dicen los políticos. Sabemos que ellos lo hacen de la forma más consciente, sabemos que sus ojos están despiertos, sus manos muy atentas y sus sonrisa bien abierta. Sabemos, en conclusión, que incluso nosotros con nuestra desmemoria somos los causantes de la mala mirada con la que se llenan los discursos contemporáneos, pues ahora, por nuestra mala memoria, los políticos se han vuelto tan cínicos que no les importa gritar a los cuatro vientos sus enfermas incoherencias.

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