TITIVILLUS
O EL MAL QUE SE CONTAGIA
Por: Carlos J. Gutiérrez.
Hubo, según cuentan los
libros, un tiempo en el que todo mal del hombre era adjudicado a un demonio. La
pereza, la codicia, la envidia, la arrogancia, la mentira, el robo y el crimen
eran justificados en la medida que se encontraba poseso el implicado al momento
de realizar el acto. Y si existía un demonio para todo eso, obviamente lo iba a
existir para la mala redacción, la mala ortografía y la incoherencia. Es obvio
que exista, pues, en esa época, los únicos que escribían eran el clero y la clase acomodada, así que necesitaban
una justificación para sus faltas. Al parecer hoy en día este pequeño espíritu
burlón denominado Titivillus sigue existiendo entre esa clase acomodada.
Tal vez se haya extendido
más allá de Europa asentándose, al parecer, en nuestra querida Colombia, teniendo
claro está, una sucursal en la Casa Blanca y en el palacio de Miraflores. Cómo
mas se explicaría lo que está sucediendo hoy en día con esos políticos que son
a su vez una forma de clero y de clase acomodada. No se puede explicar de otra
forma, sufren una posesión inminente cuando se encuentran frente a twitter o Facebook
desde las cuales, como pergaminos postmodernos, firma en piedra sus comentarios
engañosos, venenosos y llenos de falacias. Imaginémonos por un momento la
posesión de un político, sería algo así: Oh! Titivillus que has sabidos
realizar un trabajo a las mil maravillas, ven a mí, apiádate de mi alma, entra
como quien es un invitado a la casa de la memoria, entra como un rey y toma
poder sobre estas manos twitteras ansiosas de malas palabras.
Imaginemos a los pobres
políticos, dormidos, débiles, sin la capacidad de reaccionar rápidamente sentir
como ese espíritu que desde el techo los mira, va bajando poco a poco para
entrar en el cuerpo y al momento de despertar, este pobre ser, tenga la
capacidad de escribir: “la tal masacre de las bananeras no existe”, el tal paro
campesino no existe”, “los jóvenes de Soacha eran criminales” o “nos volveremos
castro-chavistas”. Todo esto bajo el influjo de Titivillus que sonriente dirige
la mano de los incautos para que jueguen con las palabras como jugando con los
desechos de un perro: “El derecho no tiene que ver nada con la ética”.
Como vemos, hoy en día no
solo es el error ortográfico, sino el semántico el que está perpetuando el
error, incluso en su fase pragmática Titivillus empezó a ejercer poderosa
influencia, pues, ya no solo ataca la escritura, también empezó a atacar el
habla, ya que, lo que se dice también contiene un error. Si no es convincente
la información, recordemos que hace poco desde la casa blanca el pequeño
demonio le hizo decir a Trump que muchos países somos o son “un país de mierda”.
En este mundo de grandes tecnologías la palabra vuelve a adquirir el poder que tenía
en la antiguedad, tal vez sea necesario empezar a recalcar esto, repetir una y
otra vez el error cometido por el político para que adquiera consciencia y
despierte a los que, dormidos, este año van a votar.
No sabemos realmente
porque los políticos, piensan, dicen y escriben lo que escriben, no hay
explicación científica sobre sus actos. No hay ni siquiera una explicación moralmente
correcta para determinar si sufren de alguna posesión que los hace imbéciles o
si simplemente en su afán de calar en la mente de los votantes y jugando a la
provocación gustan de decir las barbaridades que dicen. En el fondo, deberíamos
de sentarnos a rezar por el alma del pobre político que dormido como permanece
queda débil ante la influencia de tal demonio, recemos señoras y señores,
recemos.
Aunque no deberíamos
decirnos mentiras. Sabemos –porque lo sabemos y no queremos actuar- que no
podemos echarle la culpa a una falsa posesión sobre las malas palabras que
escriben y dicen los políticos. Sabemos que ellos lo hacen de la forma más
consciente, sabemos que sus ojos están despiertos, sus manos muy atentas y sus
sonrisa bien abierta. Sabemos, en conclusión, que incluso nosotros con nuestra
desmemoria somos los causantes de la mala mirada con la que se llenan los
discursos contemporáneos, pues ahora, por nuestra mala memoria, los políticos se
han vuelto tan cínicos que no les importa gritar a los cuatro vientos sus
enfermas incoherencias.
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