jueves, 4 de enero de 2018

UN TRISTE PARAÍSO SIN MEMORIA

UN TRISTE PARAÍSO SIN MEMORIA

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Al parecer nuestra puerta del infierno decía la verdad. No nos ha pasado como a Dante que entrando vivo termino en el paraíso contemplando la divinidad al lado de su tres veces amada Beatriz. Y tal vez pasa esto porque nosotros no estamos vivos. Somos mas bien un pueblo muerto cuyas almas rotas, desgarradas, y hechas añicos por el desgaste del camino que dé lo largo, tortuoso y espinoso nos ha hecho perder la memoria de nuestro pasado. Somos almas amnésicas que sin saber por terminamos en este valle de lágrimas lo andamos tambaleándonos de un lado a otro, no como un péndulo con su vaivén medido, calculado y perfecto, sino aleatorio, yendo de aquí para allá pensando que hay hilos que desde arriba nos van llevando.

¿Pero eso debería ser así? ¿Debería ser así la vida?, como si no importara nada de lo que en realidad pasa, como si tuviera más conciencia un perro abandonado de su triste condición que nosotros jalados por una maquinaria antiquísima que nos ha convertido en verdaderos borregos de los cuales unos se dejan para crianza y otros para el matadero. Lo triste de todo esto es escribir lo que cientos de miles de personas están pensando y no hacer nada en lo absoluto. No se hace nada porque no lo hemos hecho, desde hace mucho, desde el momento en que perdimos la memoria y empezamos a creer que un tamal, una lechona, un baile, un partido, un paseo o un festivo nos mantienen la ilusión de la felicidad.

Si, la felicidad se ha convertido en nuestra droga, en nuestro edema, nuestro placebo con el cual creamos fantasías milenarias donde todo anda bien, donde los males le llegan a los otros. Porque así siempre lo hemos pensado. La guerra no está en Bogotá, la guerra está en otros pueblos alejados; la violencia y el sicariato son problemas de los paisas y los caleños; la corrupción solo es en la costa; la droga solo está en el Bronx, acabémoslo y acabamos el problema; la pobreza y el bandalismos solo están en la localidades periféricas; los políticos son los corruptos, ellos son los únicos que se roban la plata; la historia hay que revisarla al punto de acabar con los mitos macondianos que tanto han hecho daño. Y todo eso, mientras que no suceda en el patio de mi casa no me corresponde.

Y a pesar de saber todos esto, seguimos así. Seguimos como fantasmas apuntillados, ajusticiados por centauros amenazantes llenos de ira, ensordecidos por el canto de sirenas que bajo el agua esconde su veneno, amenazados por arpías que con sus garras llegan a lo más profundo del corazón apretándolo fuerte para hacernos decir que nada pasa, que todo está bien. Leer los periódicos es leer el infierno de la Divina Comedia, con todo y sus regentes. Seguimos regidos por un centauro milenario que hambriento e insaciable pide cada año su cuota de muertes violentas y cada cuatro años pide el sacrificio de una masa de votantes.


Vivir la viva aquí, a veces, sin olvidar lo hermoso que nos haya pasado, es nuestro mundo dantesco en el cual, o merecemos estar condenados por los mismo aportes que damos a sus regentes, apoyándolos, convirtiéndolos en sacerdotes de la nueva fe, validando sus mentiras y haciéndolas frases inolvidables o estamos condenados porque no sabemos cómo salir de este miserable laberinto. No lo sabemos, la mitad de nosotros señala que es lo primero, que lo merecemos por pura macula del pasado, la otra mitad señala que a pesar de querer pareciera que no podemos salir. Pero al final, sin un acuerdo, solo podemos afirmar que mientras no salgamos seguiremos siendo esa masa fantasmal sin memoria que camina por el valle de las sombras creyendo que es un triste paraíso sin memoria.

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