UN
TRISTE PARAÍSO SIN MEMORIA
Por: Carlos J. Gutiérrez.
Al parecer nuestra puerta
del infierno decía la verdad. No nos ha pasado como a Dante que entrando vivo
termino en el paraíso contemplando la divinidad al lado de su tres veces amada
Beatriz. Y tal vez pasa esto porque nosotros no estamos vivos. Somos mas bien
un pueblo muerto cuyas almas rotas, desgarradas, y hechas añicos por el
desgaste del camino que dé lo largo, tortuoso y espinoso nos ha hecho perder la
memoria de nuestro pasado. Somos almas amnésicas que sin saber por terminamos
en este valle de lágrimas lo andamos tambaleándonos de un lado a otro, no como
un péndulo con su vaivén medido, calculado y perfecto, sino aleatorio, yendo de
aquí para allá pensando que hay hilos que desde arriba nos van llevando.
¿Pero eso debería ser así?
¿Debería ser así la vida?, como si no importara nada de lo que en realidad
pasa, como si tuviera más conciencia un perro abandonado de su triste condición
que nosotros jalados por una maquinaria antiquísima que nos ha convertido en
verdaderos borregos de los cuales unos se dejan para crianza y otros para el matadero.
Lo triste de todo esto es escribir lo que cientos de miles de personas están pensando
y no hacer nada en lo absoluto. No se hace nada porque no lo hemos hecho, desde
hace mucho, desde el momento en que perdimos la memoria y empezamos a creer que
un tamal, una lechona, un baile, un partido, un paseo o un festivo nos
mantienen la ilusión de la felicidad.
Si, la felicidad se ha
convertido en nuestra droga, en nuestro edema, nuestro placebo con el cual creamos
fantasías milenarias donde todo anda bien, donde los males le llegan a los
otros. Porque así siempre lo hemos pensado. La guerra no está en Bogotá, la guerra
está en otros pueblos alejados; la violencia y el sicariato son problemas de
los paisas y los caleños; la corrupción solo es en la costa; la droga solo está
en el Bronx, acabémoslo y acabamos el problema; la pobreza y el bandalismos
solo están en la localidades periféricas; los políticos son los corruptos,
ellos son los únicos que se roban la plata; la historia hay que revisarla al
punto de acabar con los mitos macondianos que tanto han hecho daño. Y todo eso,
mientras que no suceda en el patio de mi casa no me corresponde.
Y a pesar de saber todos
esto, seguimos así. Seguimos como fantasmas apuntillados, ajusticiados por
centauros amenazantes llenos de ira, ensordecidos por el canto de sirenas que
bajo el agua esconde su veneno, amenazados por arpías que con sus garras llegan
a lo más profundo del corazón apretándolo fuerte para hacernos decir que nada
pasa, que todo está bien. Leer los periódicos es leer el infierno de la Divina
Comedia, con todo y sus regentes. Seguimos regidos por un centauro milenario
que hambriento e insaciable pide cada año su cuota de muertes violentas y cada
cuatro años pide el sacrificio de una masa de votantes.
Vivir la viva aquí, a
veces, sin olvidar lo hermoso que nos haya pasado, es nuestro mundo dantesco en
el cual, o merecemos estar condenados por los mismo aportes que damos a sus
regentes, apoyándolos, convirtiéndolos en sacerdotes de la nueva fe, validando
sus mentiras y haciéndolas frases inolvidables o estamos condenados porque no
sabemos cómo salir de este miserable laberinto. No lo sabemos, la mitad de
nosotros señala que es lo primero, que lo merecemos por pura macula del pasado,
la otra mitad señala que a pesar de querer pareciera que no podemos salir. Pero
al final, sin un acuerdo, solo podemos afirmar que mientras no salgamos
seguiremos siendo esa masa fantasmal sin memoria que camina por el valle de las
sombras creyendo que es un triste paraíso sin memoria.
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