COLOMBIA
O LA MEDIDA DE LA FELICIDAD
Por: Carlos J. Gutiérrez.
Cuando se hacen los
informes sobre los países más dichosos del mundo –que no se entiende a que se
debe eso, pues, no se comprende si implica que a partir del informe los
gobiernos de los diferentes países deben generar propuestas para ver más
sonrisas en sus ciudadanos- sabemos de sobra que Colombia ya ocupa un lugar privilegiado.
Siempre aparece en primer o en segundo lugar como este año, comprendiendo así,
que está generando unos altos estándares de calidad en la felicidad de sus ciudadanos.
Nos hace pensar por un momento que la medida no es la felicidad en sí, sino mas
bien, qué nivel de felicidad tienen los demás países con respecto a Colombia. Es
eso, o la verdad el ser felices no nos da un verdadero reconocimiento.
Al parecer somos
dichosos, dichosos como los cerdos en el fango, como un niño en una dulcería,
como una religiosa en su iglesia. Pero, basta ver el titular con que se celebra
tal acontecimiento para notar que no se entiende realmente si lo que dice es
verdad. Nos vemos con la ilusión de la constante algarabía por los logros
nacionales y personales, celebrándolos todos los días haciendo que olvidemos
los males que nos aquejan. Así parece, pero también parece que somos dichosos
por las noticias que vemos, lo que puede comprobar que nuestra dicha es
directamente proporcional a la violencia, la corrupción, la politiquería, la
mermelada, las mentiras o los desmanes que vemos a diario.
Todo esto, porque aquí todos
sonreímos sin que nadie sea capaz de hacerlo mejor que nosotros. Nos gusta
permanecer en los primeros lugares de esta fantasmal competencia, ser por fin,
desde cualquier punto de vista, una potencia mundial en algo ¿En qué? Ni idea,
pero lo somos. Si somos lo suficiente capaces para saber porque somos tan
felices en el fango, tal vez nos podemos referir a factores que en el fondo y
para la banalidad de esta sociedad, no son realmente importante. Uno de los
factores, el más importante, es la desmemoria, la amnesia constante que como enfermedad
crónica nos invade de las formas más creativas. Puede que este sea nuestro
mejor mensaje para los competidores de todo el mundo, puede que con esto,
podamos decir a los demás países que nos emulen y nos sigan.
Porqué no. Hagámoslo,
seamos orgullosos de ser los más felices sin saber porqué realmente lo somos. Vendamos
la pastilla de la amnesia que tanto sabemos degustar y gritemos a todo lado
nuestra formula monumental. Señoras y señores, países de todo el mundo ¿quieren
ser felices? Usted, que es de Alemania, quiere ser feliz, pues olvide que
alguna vez peleó con el mundo dos veces y que en una de ella tuvo por
gobernante al artista de brocha gorda que casi acaba con el mundo. Usted,
japonés, olvide que le destruyeron dos ciudades con sendas bombas cuyas
secuelas aún se conocen, ustedes rusos, chilenos y argentinos, olviden que
tuvieron dictadores que borraron de la faz de la tierra y de la memoria a
varios desaparecidos. Sonría con la pastilla querido venezolano, sonría
olvidando que puso en el poder a un hombre que al morir dejo de reemplazo a un
imitador que los lleva directo al abismo.
En fin, seamos felices
mundo entero, porque al fin de cuentas la miseria del mundo se puede acabar.
Para qué competir en algo en que todos deberíamos de ser expertos, nosotros,
todos los años, lloramos de la felicidad al ver como la corrupción nos engaña
en la cara. Sabe que se sale con la suya y no importa que se haga, no importa
que se luche; porque ahí está, pintada como un viejo gordo, calvo, de gafas
negras con traje, de corbata, quien con un periódico en la mano ríe a
carcajadas mandándose hacia atrás con su silla de cuero; cayendo y riendo sin
parar, dando vueltas y llorando de la dicha por guardarse lo que nadie podrá jamás
palpar.
Excelente columna. Felicitaciones por esa perspectiva tan clara dela realidad.
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