SORPRENDERSE
CON LO OBVIO
Por: Carlos J. Gutiérrez.
Al parecer nos vivimos
sorprendiendo de los obvio. Como sorprenderse porque, a pesar de todas las
medidas, siguen existiendo los llamados quemados. Y estos siguen siendo en
muchos casos los niños, pues, padres o familiares de corta mirada continúan creyendo
que están habilitados para lanzar un volador, prender una chispita o mirar muy
de cerca un volcán. El día de velitas, mientras esperaba en un largo trancón, veía
como una madre le pasaba a su hija no mayor de cuatro años una chispita, y si,
no es que sea un gran caso, pero ahí es donde uno puede sentarse a pensar para
preguntarse si ya han sido vacunados contra la idiotez. Pero aun así nos
seguimos sorprendiendo.
Nos sorprendemos cuando
se negaron las curules de las víctimas de la paz. Dando justificaciones que no deberían
ser necesarias y cerrando los debates por el simple hecho de que no hay porque
preocuparse, y el gobierno luchando contracorriente por darle algo de voz a los
olvidados parece evitar creer que realmente nadie está preocupado por mantener
la paz. Pero nadie lo está, porque los que tienen poder realmente quieren
mantener su estatus y los que no lo tienen solo son manejados por los medios a
partir de etiquetas clásicas que solo sirven para mantener la división que no
le conviene sino a unos pocos. Porque somos muchos los que todavía deseamos un país
en conflicto sin saber que significa estar en el centro de él. Pero aun así nos
sorprendemos.
Nos sorprendemos cuando
los medios nos lanzan noticias con gras fastuosidad sobre el lanzamiento de candidaturas
que todos sabíamos y que ya anteriormente otros grupos ya habían pronunciado y
firmado en piedra. Nos sorprendemos porque nos quieren montar de manera cínica
que la democracia funciona en un país de apellidos caudillistas perpetuados en
una silla donde es imposible sentarse dignamente porque saben que tienen una
cruz a cuestas o un rabo de paja que en algún momento los va a delatar. Pero nos
sorprendemos porque la espera hace que abramos los ojos ante la respuesta-no-esperada.
Nos sorprendemos cuando
los medios nos dan a los personajes del año, y al que colocan es la estatua
digna de la corrupción. Pues su incapacidad para actuar también es una forma de
corromper el poder, y lo ponen sin sentarse porque también tiene rabo de paja y
no lo sostiene. Pero es que la pelea estaba cazada entre dos animales, uno
desde los aires, blanco algo esperanzador, el otro, no desde las cloacas, sino desde
las dignas sillas cuya cola arrastra toda la peste que trajo. Y este ganó. Incluso
nos demostró que ya desde la colonia éramos corruptos, porque lo hemos
naturalizado. Nos lo hemos creído, somos corruptos desde pequeños, desde
tiempos pasados, ya que, mientras no nos descubran lo seguiremos haciendo. Pero
aun así nos sorprendemos.
Nos seguimos
sorprendiendo por los comentarios “descabellados” de los políticos. Sobre todo
cuando buscan redefinir la historia, cuando buscan a partir de pactos bajo la
mesa eliminar el pasado trágico donde el poder sabe golpear con fuerza al desahuciado.
La parafernalia que se monta toca a todas las partes, porque el pueblo ha
olvidado, porque ya no se estudia la historia, porque no se pide justicia,
porque nos hemos enseñado a celebrar a la oveja negra asesinada pero no
buscamos respuesta ni exigimos aclaraciones concretas. Por todo lo anterior, es
que los que llevan empotrados cien años como solitarios en una silla carcomida
por las ratas se toman el derecho de revisar la historia borrando los actos que
consideran ellos errores o mitos de cabezas fabuladoras. Aun así nos seguimos
sorprendiendo.
Pero la mayor de las
sorpresas es cuando abrimos los ojos al ver los bombos y platillo al escuchar
que el patriarca de un partido ha por fin designado su huevito para llegar a la
silla del cóndor. Es la plena miseria democrática, que bajo el estandarte de la
encuesta de partido dijo que el ganador había sido el obvio, el nombre que había
sonado desde hace tres años y nos sorprendemos cuando a sus otros huevitos le
dice que no, cuando los demás sabían que solo estaban de nombre, por cumplir un
formato, por considerarse importantes participes de un juego donde solo el
poder lo tiene uno. Es tan grade ese profeta, ese patriarca, ese designado por
Dios que hasta sus discípulos se niegan a contradecirlo aun cuando no tiene la razón.
Pero aun así nos sorprendemos.
Así vivimos todos. De sorpresa
en sorpresa, creemos todos que la democracia funciona, que los medios cumplen
con su papel de manera crítica. Olvidamos que estamos en la sociedad del espectáculo,
donde todo es montado con el fin de generar expectativa, pero cada uno de los
actos, cada uno de los hechos, cada información, cada palabra, cada frase, cada
imagen es medida a la perfección. No importa que con anterioridad lo supiéramos,
no importa que en las calles escuchemos a muchos decir “y lo triste es que va a
quedar presidente”, eso no importa, porque los medios nos saben montar de la
mejor forma que otros pueden ganar. Todo lo hacen con miras de que al final, en
el 2018, luego de la jornada de votaciones, los mismos medios puedan decir
falsamente que contra todos los pronósticos y con un partido lleno de
investigaciones por corrupción, el nuevo presidente es: Vargas Lleras. Y
nosotros, para no perder la tradición, nos sorprenderemos con lo obvio.
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