La barricada - Otto Dix (fuente: pinterest.com) |
LA BARRICADA CONTRA LOS
FANTASMAS
Por: Carlos
J. Gutiérrez.
En medio de la noche, la
oscuridad oculta los miedos que de niños nos acogían. Un destello rápido, un
grito, el sonido de una alarma, alguien que inició con los gritos, el “¡ahí
va!” pero sin saber quien va. Las mujeres temerosas, otros hombres igual, los palos
de escobas vueltos armas, una katana, un rifle, una pistola, varios machetes.
La mirada amenazante y amenazada de muchos me hizo recordar un cuadro de otto
Dix que había visto en una enciclopedia de arte contemporáneo en la hoy
desaparecida biblioteca Colsubsidio del barrio Roma. Me hizo recordar ese
cuadro porque en la noche del viernes me sentía dentro de él. Al momento de
buscarlo solo tuve el recuerdo del nombre, no por el cuadro, debo admitirlo,
sino por la canción de 2 minutos – la banda de punk argentino – cuyo nombre es
igual al del cuadro.
Die barrikade se
llama el cuadro expresionista que se me vino a la cabeza en la noche del
viernes. No encontré la versión que permanece en mi cabeza desde hace más de diez
años, pero si encontré otra que igual no está lejos de lo que vivimos en
Bogotá. Ya que por un momento corrió parte de la historia de este país por mis
venas: la luchas entre unos y otros porque hay que liberarse de un yugo, el
machete de tres abuelos que con todo y ruanas me hicieron pensar en el bogotazo
y cómo en un día todo se fue al trasto; los disparos alternos entre silencios y
algo parecido a explosiones me recordó los titulares de finales de los ochenta
e inicio de los noventa cuando los carros, las cartas, los cilindros o
cualquier otra cosa se volvía una bomba. En fin, por un momento, el viernes se
volvió doscientos años de historia. ¿Qué fue lo que nos pasó?
Realmente lo que pudo
haber sucedido fue un levantamiento pacífico vuelto un suicidio que para unos fue
necesario y para otros simplemente fue una pérdida del objetivo. Lo sucedido
fue la forma de demostrar como la protesta no logra llegar a la propuesta, no
porque no tenga la intención sino porque consideramos que atropellar las
estaciones, la policía, los locales, las casas o el transporte público es la
forma de decir “No más”. No obstante, lo triste de este pensamiento es que ese
grito iracundo que vuelve las marchas un acto violento hace que se pierda, así
sea por un momento, la fe en el cambio. ¿Qué puede salir de un acto en donde
los tambores se llenan de sangre y de furia? Algunos creerían que es un
renacimiento, un fénix surgido de las cenizas para restablecer el orden que
dejó el caos a su paso. Otros, considerarán que simplemente fue la forma de
comprobar que el cambio se acaba cuando se piensa que la salida más valida es
el holocausto.
Y tal vez los unos o los
otros tengan razón; las protestas, las marchas y los disturbios simplemente
sirven, en algunas situaciones para comprobar que nuestro comportamiento animal
todavía nos domina. Somos como lobos que, al momento de encontrarse con otro
grupo, se miran, se sienten amenazados y atacan hasta matar. También nos
parecemos a las aves de rapiña que a la menor oportunidad tomamos lo que
consideramos nuestro, como si esa fuera la manera en que debemos actuar. Somos,
al mismo tiempo, ese grupo heterogéneo de bestias que al sentir un temblor o
una perturbación arrancan en estampida arrollando todo lo que se tienen a su
paso, olvidando lo que debemos hacer y el cómo debemos comportarnos. En el
caos, surgen de nuestras cenizas las aspiraciones violentas de nuestro instinto
en una selva de cemento cuyo bestiario no deja de construirse y hace que pasemos
a estar por debajo de aquellos que se extinguen.
Ahora, ¿qué de humanos
nos queda en ese comportamiento animal? Lo único que tal vez se puede afirmar
es la imbecilidad de protegernos detrás de los otros. Ocultarnos bajo los
defectos de los que consideramos nuestros enemigos. Afirmamos las noticias
falsas, los comentarios sin sustento y las cadenas de mensajes que prenden las
alarmas como un grito que espera ser seguido. Estamos tan inmersos en un estado
de conspiración que la verdad ya no se nos hace evidente con una lampara, antes
bien, la apagamos para sentirnos desprotegidos, gritar, seguir detrás del otro,
y así, armar una turba con el fuego de la palabra. Nos inventamos enemigos fantasmas
contra los que construimos barricadas que satisfagan nuestras ansias de
destrucción.
En el panorama apocalíptico
que se pinta aquí, no quiero dejar a la oscuridad reinando. No sería algo obvio
si lo que se quiere es que nos iluminemos y dudemos o pensemos. A pesar de que
podemos afirmar que las redes sociales son promotoras del pánico y el llamado
al caos, también tienen la ironía de revertir nuestra situación en un abrir y
cerrar de ojos, de estrellarnos a la cara, como si de un pastel se tratara, la
verdad de cuántas realidades se percibe. No había nadie (pum), solo eran falsas
alarmas (¡una más!), una fake news que te tragaste (¡la del cierre para que
aprendas!), ¿no te sientes como si la dignidad te hubiera abandonado? Sí, me
siento como un imbécil cuando actúo como una estampida temerosa de fantasmas en
la noche que terminarán siendo nada y pasarán a alimentar la sabiduría popular
a costa de nuestras espaldas torpes.
La verdad, si es que no
es otro fantasma que perseguimos sin alcanzar, es que, a pesar del tiempo, de
los medios, de la ciudad, del vecino, la vecina, el conjunto, el barrio y las
veces que salude a ese que está a mi lado, el pánico me hace desconfiar del
otro porque simplemente el otro no soy yo y pienso que me va a herir, me
va a dañar, me envidia o me desea muerto. Y si esto es así, entonces que caiga
primero el otro. La verdad es que la sociedad vigilante todavía sigue siendo de
nuestro aprecio, así como para el bondadoso hombre es bueno rezar al dios
omnipotente para ir al cielo a pesar de odiar al otro hasta el punto de
dañarlo.
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