sábado, 4 de abril de 2020

BEATUS ILLE


Beatus ille
Por: Carlos J. Gutiérrez

Por lo general pensamos que las cosas son absolutas. Que permanecen estáticas en el tiempo como si no se movieran y no se desgastaran, como si fueran algo inmaculado que todo el mundo considera verdad absoluta y que por tal motivo no se puede desintegrar. Solemos pensar que la vida solo es válida cuando los momentos que adoramos, las personas que queremos o las acciones que nos gustan son estatuas perennes como un árbol que alimenta nuestra vida. Gritamos a los cuatro vientos el gozo de saber que todo es primaveral, olvidando eso sí, que el ser humano, como sus acciones, es, en la mayoría de los casos un ser de corto aliento al que se le acaban las frutas del trópico y, lo que era dulce lo coge de improviso agrio para volverlo un animal melancólico.

Y esto no es más que un constante golpe de la naturaleza humana al mismo ser. Es un disparo que nos deja amnésicos y dormidos por un buen tiempo, nos vuelve ciegos ante la posibilidad de que el fin se encuentre cerca. Hoy en día, que vivimos un periodo tan oscuro, que terminamos viendo las señales del apocalipsis por todos lados o confirmamos nuestra creencia de que los mayas no se habían descachado, sino que sufrían de dislexia y por eso había escrito 2012, se hace más patente esa melancolía por darse cuenta que las cosas se van a acabar. Recordamos que nuestra vida en las calles con todo y tráfico eran agradables, que el estrés del trabajo apabullante nos mantenía amargados pero vivos o el soportar a lo insoportable nos mantenía despiertos y con las ganas de levantarnos todos los días de la cama.

Vemos cómo las ironías se van acumulando en torno a la situación que padecemos. Pero recordemos que no porque estamos cerca al final de nuestros días la melancolía apareció. No, porque, tal vez todos nosotros hemos sufrido de esa falta de beatus ille que nos debería permitir llevar una vida de goce. No estoy hablando de un epicureísmo alargado donde la cucaña siempre vive presente. No hablo de eso. Hablo de la falta constante que tenemos de darnos cuenta que a las cosas hay que dejarlas ir porque simplemente se acabaron y perdieron su gracia, se volvieron aburridas o pasaron a ser conflictivas. Como individuos que habitamos por un micro instante este globo terráqueo debemos comprender que las cosas son una rosa caída de su carro alado, no son eternas, no son perennes, no estamos en la utopía bebiendo ambrosia y néctar, somo hombres de carne y hueso cuyas acciones son como los alimentos: se deben consumir para que no se dañen.

Pensemos por un momento qué pasaría si al no soltar todos los momentos, las personas, los recuerdos, los objetos y los hechos se fueran acumulando delante, atrás, a un lado o al otro de nosotros. ¿A dónde iría a parar nuestra mente? ¿Cómo podríamos llevar nuestra vida? ¿cuál sería el disfrute que tendríamos? No dejar ir las cosas hace que nosotros como personas nos volvamos esquizofrénicos, paranoicos, soñadores, obsesivos e incapaces de disfrutas los pequeños momentos de la vida. Así que, para no alargarnos más, recordemos siempre que todo cuanto nos rodea tiene una fecha de caducidad, incluso nosotros mismos tenemos esa fecha para esas personas que creemos que se convertirán en nuestro centro o creemos de las que creemos nos volveremos su centro. La verdad es que no, y esto no es malo, porque es mejor haber aprovechado ese corto momento que se vivió a vivir con la angustia constante de querer mantenerlo atado así se a la fuerza.

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