¿CUÁNDO SE LLEGARÁ A LA
RESPONSABILIDAD HISTÓRICA?
Por:
Carlos J. Gutiérrez
Por estos días se está
recordando el magnicidio (título rimbombante para hacernos creer que hay gente
más importante que los que realmente se sienten así) del candidato a la
presidencia durante inicios de los años noventa: Carlos Pizarro. Lo recuerdan
porque el juicio sobre su crimen y la investigación sobre quiénes estuvieron
implicados detrás de su muerte anda en una “gran pausa” de esas que tanto le
gustan al país. Ahora, que un nuevo año en el que celebramos a “esta oveja
negra” ha corrido, y que incluso a la JEP, según SEMANA, llegó la solicitud
para que el exagente del DAS implicado en su asesinato fuera juzgado desde esta
instancia; vale preguntarse: ¿Cuándo se llegará a la responsabilidad histórica?
La verdad, para mí, la respuesta se encuentra lejos, lejos, tan lejos, que no
se entiende hoy la dimensión de lo que esto implica.
El fenómeno de la
violencia lo he escuchado en los medios, lo he leído en los libros de historia –
incluso mi fascinación por eventos como la guerra de los 30 años o por el
bogotazo se hace imposible de comprender -, lo he visto en las películas belicistas
o antibelicistas de las que nos llena Hollywood, y lo he comprendido desde arte
pictórico. El fenómeno de la violencia no se escapa a nuestro sentido común
porque lo consideramos como la única forma en la cual el hombre puede
comportarse como hombre. Desde la biblia hasta la película Jojo Rabbit nos han
contado las mil y una formas en las que el hombre puede matarse. Y es tan
común, tan corriente hablar sobre la guerra, que, alguna vez, ya sea plagiando
a un autor o siendo original, llegué a decir que es un mal necesario sobre todo
desde el arte porque es la que nos permite crear algo bello, algo estético. ¡Qué
arrogante! Nunca he estado en medio de un conflicto armado y me quiero
convertir en un mercader de la muerte. ¡Mea culpa!
Porque la verdad, no solo
el que dispara un arma, acuchilla, tortura o destruye pueblos es el culpable del
conflicto armado. Detrás de ellos estamos todos los demás que, bajo el sino de
nuestra existencia, consideramos como válido que unos se estén matando con
otros. Porque al fin de cuentas ¿de qué más se va a nutrir nuestro discurso?
¿de qué más van a vivir los medios de comunicación sino es informando sobre el
sufrimiento, ya sea en primera plana o como un apunte en el reglón? ¿de qué van
a vivir los políticos para construir un fortín de seguridad en el cual quieren
permanecer perennes como los árboles que ahora talan? La violencia, vista de
manera histórica se volvió un negocio tan lucrativo que parece que nos
consideramos incapacitados para salirnos de él.
Y tal vez ese es el
principal problema para todo proceso de paz. Que no vemos una línea directa
unida con el hilo más fuerte de las parcas en cada una de las guerras que
históricamente hemos vivido. El recordar el pasado es encontrarnos con todos
esos procesos de paz o tratados de paz que empezaron mostrando la calma
imperecedera pero que con el pasar de los años fue sacando al descubierto las
inseguridades, temores y angustias de toda población; miedos con los cuales se
montó una nueva guerra creyendo que ese adjetivo es realmente válido.
Hemos sabido parar un
conflicto, darle una pausa, decir “no más”. Sin embargo, lo que no hemos sabido
es sostener esa pausa, puesto que un dialogo de paz realmente es un ejercicio
diplomático que dentro de su psique mantiene vivo al conflicto, ejemplo de ello
vemos cómo a pesar de una cese al fuego, de una entrega de armas o de paso a la
vida política, el poderoso, el que con miedo terminó provocando el nacimiento
de su enemigo, luego de darle la mano y firmar un documento cuya palabra más
grande es “PAZ” siguió desconfiando de él y terminó diciendo “te quiero pero
lejos (o muerto, que viene siendo lo mismo). Para la vida política de Colombia el
enemigo está presente porque los que dominan han sido siempre los mismos; lo
que hace que estos grupos que se construyeron como pacificadores desde hace un
siglo sigan pensando que son los únicos que tiene el derecho divino de seguir
siendo esos pacificadores. Ya sea con la palabra, con la ley o con las armas,
han sabido mantener a la sociedad con un miedo por aquel que sin ser parte de
ellos se quiere posesionar.
Con lo anterior, no
quiero decir que solo los poderosos son los que tienen la culpa, que solo los
que ostentan los cargos más importantes del país son los causantes de este mal.
No, la verdad no lo creo así, ya que, soy de los creyentes de que, si vamos a nombrar
culpables, mirémonos cada uno de nosotros y examinemos, cada uno, nuestro
pasado; allí encontraremos la culpabilidad. Sin embargo, de echarnos la culpa
ya hemos vivido bastante, latigarnos y jurar “por mi culpa, por mi culpa, por
mi culpa” no ha sido el antídoto necesario para que el mundo cambie. Creo,
realmente, que el sacrificio está en comprender que todos debemos ceder y
aceptarnos como mortales que dejamos la tierra sin ninguna posesión más que la
de nuestro cuerpo, ya que, la violencia viene dada por ese afán de posesión que
nos hace arrebatar al otro su vida.
Cuando comprendamos que el
mundo existe sin nuestra “artificial necesidad de existir” sabremos que poseer
grandes extensiones de tierra, grandes cantidades de dinero o grandes
cantidades de lujos no es significado de ser humano, de ser persona, de ahí que,
cuando comprendamos eso, comprenderemos que el otro no es el enemigo con el que
compito para hacerme más fuerte sino que es con el que trabajo para hacernos
fuertes los dos pero no fuerte para luchar contra otros dos, sino fuertes para
llegar a viejos y morir tranquilos. Lo anterior implica que habremos pasado,
sin darnos cuenta, del perdón, de la reconciliación a la reparación sin que esa
palabra signifique que yo me vuelva siervo del otro para que este me humille. Cuando
comprendamos eso, nos daremos cuenta que todo el pasado que vivimos debe ser
evitado a toda costa, y ahí es donde aparecerá la responsabilidad histórica que
tanto se anhela en este mundo. Ahí es donde comprenderemos que no debemos tener
responsabilidad histórica por ser alemanes, japoneses, congoleños, estadounidenses
o colombianos. No, ahí comprenderemos que debemos tener una responsabilidad
histórica porque somos humanos.
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