PLEGARIA
POR UN PEQUEÑO PONTÍFICE PREOCUPADO
Por:
Carlos Gutiérrez
Una de dos. O el
procurador esta como un familiar en la sala de espera preocupado por un
familiar que fallece o, simplemente está sentado en su trono mirando en la
distancia a la ciudad y el país que somete con una pequeña sonrisa. Yo diría
que es la segunda. Poca fe le tengo a los entusiasmos que se generan a partir
de la petición que se pide para la sustitución de un cargo o de un funcionario.
Todos sabemos que lo que viene ahorita es la puerta giratoria entre el sí y el
no de la valides de una regla que no se había tomado en cuenta en mucho tiempo.
Claro, así siempre sucede.
No me puedo imaginar al
pequeño pontífice preocupado por una toma de decisiones que al parecer ya los
medios afirman que no va a suceder. El paso lento, la mirada hacia el piso, las
luces opacas alumbrando los viejos recintos desde el cual el pequeño pontífice
manda. Esa escena, aunque posible y merecedora de cualquier premio como mejor
representación trágica de la angustia del hombre se presenta ante mis ojos como
la caricatura romana del poder papal del pequeño, mas, al ser caricatura es una
simple burla, un bosquejo de lejos presente en el ideario de unos y pesadilla
de otros. Yo prefiero la segunda imagen, la que también es una caricatura pero
más fiera, certera, sádica y concreta que podamos dibujar. No ya las columnas
largas y góticas con claroscuros, no ya la túnica papal y el trono vacío, no la
imagen angustiosa sino más bien una oficinita, una en el centro de la ciudad
que visita la ventana del pequeño pontífice para que la vea horrible, para que
la odia cada vez más como odia cada vez más a sus transeúntes.
Él, en una silla
pequeña de cuero tensa de sostener ese cuerpo pesado y burdamente anquilosado,
un escritorio corroído por el tiempo con papeles por todos lados, pequeñas
figuritas de KKK, en la pared, el estandarte de la Orden de la legitimidad
proscrita y el piso empolvado. Él, sentado en la pequeña silla, sus piernas
recogidas cerca a las patas rodantes, su barriga prominente, las medias bien
agarradas, tensas al igual que su pantalón negro y su camisa blanca, bien
planchada, tan inmaculada como la virgen María, una corbata azul apretando el
cuello con fuerza, cachetes abultado, el pelo entrecano y mirada maliciosa
escondida detrás de unos lentes pequeños. Sus manos, una con un rosario y otra
sosteniendo su cara oculta lo más importante de la imagen, su sonrisa. Esa que
dibuja tenuemente y con la cual enseña la frase que tal vez en latín pronuncia
su cerebro: “podrán mover y remover papeles, más mi culo de esta silla ni se
inmuta”.
Puede que en fondo no
sea ni lo uno ni lo otro, pero de algo si se puede estar seguro: que por santa
María la virgen los adeptos al pequeño pontífice claman y rezan nueve rosarios
para que no llegue a pasar una tragedia peor y que devenga el castigo divino
por la pérdida del puesto de uno de sus adeptos. Además de estos, los del otro
bando, cruzan los dedos, esconden el niño, juran no volver a portarse mal si el
diablo les concede el milagrito. Entre
los unos y los otros una fiesta manifiesta esta guardada entre pecho y espalda,
además, los medios que listos a regar tinta por el tema desean que se alargue y
que entre a hablar no solo unos que para la opinión pública son un signo de
interrogación, sino que más bien, entre a hablar los que son: el alcalde
quedado, el palomo, el fiscalsito, la señora contralora, el corazoncito y su
títere y otros para los cuales es válida la “voz”.
Recuerdo ahora, la foto
del fiscal pasándola el micrófono al procurador y de la cual salió el artículo
de opinión más leído del 2013. La cara tapada para no ver ese falo ¿la tendrá
de nuevo el pequeño pontífice al leer sobre la noticia de su posible relevo de
cargo?, preguntas van, preguntas vienen sobre su condición existencial. Mas,
solo tres tienen la posibilidad de saberlo, Jesús, Santa María la virgen y el
pequeño pontífice que guarda en su cabeza latina aquellos pensamientos que lo
aquejan, tal vez, por la gloria del señor pide que le sea apartado ese cáliz
amargo que sostenido en papeles constitucionales se le presenta y le hacen ver
su “magna oficina” como el jardín de Getsemaní. “arrodíllate, arrodíllate
pequeño, ora para que no te crucifiquen, ora por el bien de tu mala mirada y de
tu funesto mandato, ora con fuerza porque más de uno tal vez lo está haciendo
mejor.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario