ERA NECESARIO QUE MURIERA.
El
festín mediático que pudieron darse la televisión, la radio y el internet a
raíz de la muerte de Gabriel García Márquez (1927 – 2014) produce en mí una
sensación de alivio cuando me remito a una frase que dije no hace mucho. Era
necesario que muriera García Márquez. No solo por el simple hecho de que los
medio ansiosos y lascivos pudieran realizar la crónica de su muerte anunciada, sino,
por una causa más grandiosa, más importante y menos amarillista.
La
muerte del patriarca implica un carnaval para los medios en los próximos nueve
días, desde el luto de tres días que se le decretó a la nación por la muerte de
esa mama grande que fue él para nosotros, iniciamos lo que va a ser una larga
semana del espectáculo más grande que jamás se ha vivido en mucho tiempo.
Entrevistas, resúmenes, reseñas, fotografías, videos y la constante frase “el más
grande de los colombianos” rodara por nuestras cabezas hasta quedarse imprimido
en lo mas hondo de nuestro corazón. El funeral de esta mama grande no tendrá
comparación –Los medios indagaran sobre si viene o no el Pápa-.
Lejos
de todo esto, en la orilla mas inmunda de nuestra nación, donde no tenemos que
ir a Aracataca y conocer su historia, donde no tenemos que recorrer 50 años de
aventura macondiana, estamos aquellos que sonreímos en silencio sobre el
suceso. No lo hacemos por odio, no lo hacemos por fastidio –el fastidio es
hacia los medios-, no, de ninguna manera lo podríamos hacer, al fin de cuentas Márquez
dio una obra inmensa al mundo. La muerte en el tarot siempre significa el final
de un ciclo y el comienzo de otro. Y este sí que va a ser el fin de un ciclo
que parecía la eternidad de ese otoño escrito por el mismo.
Hay
que empezar de nuevo. Gabriel García Márquez era necesario que muriera para que
naciera en Latinoamérica otro tipo de literatura –para que fuera conocida por
muchos más a parte de los académicos-, para que la edípica frase “hay que matar
al padre” empezara su trabajo, puesto que la grandeza de él en vida no podía
ser superada hasta tal punto de que los textos escolares determinaran el final
de la historia de la literatura Colombiana en la macondiana Cien años de
soledad. La muerte física de su escritor es el primer paso que se debía dar,
ahora bien, los medios colaboradores en armar espectáculos ayudaron en la tarea.
Convirtieron la solemne muerte del Nobel en la fiesta de un día. Muchos años
después de todo esto Santos podrá decir “En mi mandato murió Gabo”, y se
sentirá orgulloso de eso.
Desde
lo más profundo del corazón literario colombiano la sonrisa se destapa con un
gran pensamiento: Si nos hemos quedado huérfanos, entonces ¿Qué vamos a hacer
para dar un paso más adelante? ¿Qué hacer para espantar a las mariposa
amarillas? Bastante ladrilludas estas preguntas, pero, más que quedarse en la
pregunta, es necesario centrarse en las opciones, es hora de que rebose la
creatividad, es hora de abrir una zanja y construir un camino, es hora de hacer
historia, una historia que muestre la cara real de una Latinoamérica
interpretada a los ojos del extranjero a partir de lo inverosímil que funciona.
La
grandeza de Colombia y de Latinoamérica no debe de venir de un solo autor, de
un solo hombre, del duelo por el padre perdido; la grandeza de esta tierra debe
venir de comenzar no desde el principio sino desde donde nos quedamos, Gabriel García
Márquez es el escritor que necesitábamos para una época, pero esa época ya
murió y es hora de que nazca otra, de que las plumas se levantes y griten la
nueva era, la nueva forma de vernos y evaluarnos. No somos solo indios, no
somos español ni africanos, no somos macondianos, somos Colombia,
Latinoamérica, somos todo un mundo renovado donde las estirpe de cien años ya no
deben ser condenadas, donde los patriarcas y las mamas grandes ya no deben ser
alzadas a las alturas y colocados en las estrellas, ya no somos ese pueblo
donde no hay ladrones, ya no somos Gabo, y debemos recordar que él no es el
libro, sino solamente un capítulo.
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