LA
SÁTIRA DE UN CLICHÉ
POR:
Carlos J. Gutiérrez.
La parte más penosa que
se puede vivir cuando se sube a un SITP es que se pase la tarjeta verde por el
panel y la voz sensual le diga de frente a todo el mundo –como aprovechando el
papayaso para el bullyng- que tiene fondos insuficientes para pagar. Y luego,
en un acto heroico vuelve a pasar la tarjeta
para que la misma voz le diga que realmente no tiene dinero, que no
insista. Y muchos suelen soltar palabras o frases como: “perdón”, “aish, no
recargué”, “pero si había recargado el pasaje”, “no puede ser, esta vaina no
tiene pasajes”. Otros, sabiéndose culpables, se resignan a bajarse del
trasporte para buscar el medio de obtener lo que no recargaron.
Y en las mañanas,
temprano, cuando el día hasta ahora va a empezar; uno puede confiarse de las
personas con chalecos verdes que están proliferando en los paraderos de la
ciudad como una nueva forma de trabajo informal para cualquiera que no
considera otra oportunidad. Confía porque se sabe que a las cinco de la mañana,
cuando lo único abierto son los carritos ambulantes donde los taxista o
particulares toman tinto para empezar o terminar su trabajo, ellos son la
última esperanza para conseguir un pasaje o la primera opción para no mendigar
a los demás pasajeros la ayuda de servirse de otra tarjeta. Uno puede hacer
eso, uno puede saber qué se pide o se compra al otro, lo que no puede
permitirse es a arriesgarse al bullyng de una máquina que le dice que no tiene
ni un peso para el pasaje. Riámonos en compañía.
La verdad es que es una
acción que parece adrede. No estoy diciendo que todo incauto no se toma la
molestia de revisar su tarjeta o de olvidar recargar, eso a veces suele
suceder; Pero en muchos casos, lo que parece inconsciente se muestra como un
mecanismo de ahorro efectivo. Lo es por el simple hecho de que buscan que el
conductor los deje pasar sin cobrar. Y tal vez, solo sea por eso que olvidan,
dejan o no recargan la tarjeta del transporte. Tal comportamiento solo lo he
visto efectivo en dos grupos de personas, el primero, en los de tercera edad
que apoyados por su lastima suelen permitírseles ingresar sin pagar pasaje como
antes se hacía en los buses cebolleros, o sea, por la puerta de atrás; y el
otro, demostrando en cierta medida el machismo social en el que vivimos, dejan “colar”
a las mujeres que vestidas de una u otra forma muestran un buen cuerpo. Y no
digo que comparta eso como válido.
Todo eso representa la forma
de un cliché que se apropia al estar subiendo y andando en un SITP donde,
cuando no se pide a los mismos pasajeros, se consigue con los chalecos verdes o
con los del el mercado ambulante. Subirse o andar por las calles no solo es un
recorrido a ciegas, se encuentra uno con estas formas, con estas repeticiones,
con esa lastima, esos ruegos, esa buena capacidad de colarse sin ser visto. Y
todo esto surgió y lo escribo por la simple anécdota en la que un hombre y una
mujer subieron al SITP 496 cerca a la Villavicencio con primera de mayo, el
hombre pasó la tarjeta y no pudo ingresar, dejó que una mujer pasara y luego
pasó por debajo de la registradora. El conductor le dijo que debían marcar ese
pasaje y el hombre lo único que le supo decir es: “que no tengo la tarjeta”. Lo
dijo como si tal frase fuera el mejor argumento, el más valido, el más
convincente y con el cuál el conductor se llenaría de gracia divina, sonreiría
y aceptaría las disculpas no dadas por dejarlo ingresar tan vilmente.
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