UN
ATISBO QUE ES BOGOTÁ
POR:
Carlos J. Gutiérrez.
Se puede ver como un
caleidoscopio de contrastes. El barrio Lomas con sus calles estrechas
empinadas; Montes de Medina cuya zona residencial cerrada encierra grandes
apartamentos y casas de dos pisos con un patio de juego cerrado para cada
familia. En la punta de uno de estos dos está el mejor de los apartamentos o el más lujoso;
y en el otro las casas manualmente construidas con latas y ladrillos que habían sido
abandonados en la Caracas sur. El centro histórico donde habitaron los colonos
y la gente pudiente de viejas épocas y el occidente indígena de Bosa, Fontibón
o Engativá diezmado, señalado y en algunos casos creciente en sus estratos,
demarcado por vías como la Boyacá la Cali o la Esperanza. “Si vas hacia tal
lado es estrato cinco, pero si vas hacia tal, ya es dos e incluso uno” se
escucha decir cuando se habla de las zonas de Bogotá y es que esta ciudad es un
atisbo de la misma por ser un caleidoscopio en donde la simetría está basada en
la desigualdad social.
Es un atisbo cuando
optimistas entramos en una estación de Transmilenio y pensamos que no nos van a
robar, que no se van a colar, que no van a haber vendedores ambulantes en cada
estación, que no habrá un trancón o que no se va a varar. Es un atisbo cuando
esperamos que las vías no se encuentren con huecos, que los semáforos no estén
dañados o que la invasión al espacio público no sea una realidad. Es un atisbo
cuando los gobiernos de turno durante los últimos veinte años no han hecho
mayor cosa por esta triste ciudad, cuando simplemente se amarraron a sus
discursos de cambio sin saber qué era lo que realmente se debía cambiar. Bogotá
es eso, es un atisbo cuando veo que desde hace 15 año la misma vía sigue sin
ser pavimentada a pesar de que tres gobiernos de izquierda hablaron de cambio y
el último, de derecha, quiere borrar lo que la izquierda no hizo y engaña
diciendo que lo va a hacer.
Bogotá es una ciudad que
se ama a pesar de que sigue siendo un pueblo que, como a mediados y finales de
siglo XIX, arrogantemente afirma ser la mejor, ser la Atenas sudamericana. Pero, detrás de esa falacia que los poeta
románticos se inventaron, no hay nada más que una simetría donde el rico y el
pobre son igual de grandes, el rico en su corrupta beneplacencia y el pobre en
su corrupta miseria. Los dos se aceptan, no se repelen, los dos viven un idilio
de amor que permuta los valores de una capital que se engrandece solo por ser
la capital pero que es imposible de mostrarse y transformarse como tal. Es un
pueblo, un pobre pueblo refractado en ciudad con edificios modernos que
esconden el atraso en el que vive. Es un atisbo de ciudad donde al caminar por
el paseo la cabrera recordamos que también están la Villavicencio o la Caracas,
por Molinos, donde la criminalidad se traga a la necesidad y a la pobreza.
Bogotá, como lo dirían en
las películas, es una ciudad que se ama y que se odia, es una ciudad de
esperanzas falsas para los desplazados, para los venezolanos inmigrantes o para
los mismos nacidos aquí que no lograr salir del hueco en el que se encuentran.
Es un atisbo de sueño idílico que se vuelve una pesadilla. Es un pueblo
agrandado, unas calles mal construidas, unos ciudadanos poco ciudadanos, unos
gobernantes poco atrevidos al cambio y muy atrevidos hacia el atraso. Bogotá no
es la ciudad que soñamos, no es una lucha humana y moderna, no es una ciudad
positiva y llena de obras sociales, no es humana y no es mejor para todos.
Bogotá, simplemente, es un atisbo de ciudad que se ama a fuerza de ilusiones.
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