lunes, 10 de diciembre de 2018

UN ATISBO QUE ES BOGOTÁ


UN ATISBO QUE ES BOGOTÁ
POR: Carlos J. Gutiérrez.

Se puede ver como un caleidoscopio de contrastes. El barrio Lomas con sus calles estrechas empinadas; Montes de Medina cuya zona residencial cerrada encierra grandes apartamentos y casas de dos pisos con un patio de juego cerrado para cada familia. En la punta de uno de estos dos está  el mejor de los apartamentos o el más lujoso; y en el otro las casas manualmente construidas con latas y ladrillos que habían sido abandonados en la Caracas sur. El centro histórico donde habitaron los colonos y la gente pudiente de viejas épocas y el occidente indígena de Bosa, Fontibón o Engativá diezmado, señalado y en algunos casos creciente en sus estratos, demarcado por vías como la Boyacá la Cali o la Esperanza. “Si vas hacia tal lado es estrato cinco, pero si vas hacia tal, ya es dos e incluso uno” se escucha decir cuando se habla de las zonas de Bogotá y es que esta ciudad es un atisbo de la misma por ser un caleidoscopio en donde la simetría está basada en la desigualdad social.

Es un atisbo cuando optimistas entramos en una estación de Transmilenio y pensamos que no nos van a robar, que no se van a colar, que no van a haber vendedores ambulantes en cada estación, que no habrá un trancón o que no se va a varar. Es un atisbo cuando esperamos que las vías no se encuentren con huecos, que los semáforos no estén dañados o que la invasión al espacio público no sea una realidad. Es un atisbo cuando los gobiernos de turno durante los últimos veinte años no han hecho mayor cosa por esta triste ciudad, cuando simplemente se amarraron a sus discursos de cambio sin saber qué era lo que realmente se debía cambiar. Bogotá es eso, es un atisbo cuando veo que desde hace 15 año la misma vía sigue sin ser pavimentada a pesar de que tres gobiernos de izquierda hablaron de cambio y el último, de derecha, quiere borrar lo que la izquierda no hizo y engaña diciendo que lo va a hacer.

Bogotá es una ciudad que se ama a pesar de que sigue siendo un pueblo que, como a mediados y finales de siglo XIX, arrogantemente afirma ser la mejor, ser la Atenas sudamericana. Pero, detrás de esa falacia que los poeta románticos se inventaron, no hay nada más que una simetría donde el rico y el pobre son igual de grandes, el rico en su corrupta beneplacencia y el pobre en su corrupta miseria. Los dos se aceptan, no se repelen, los dos viven un idilio de amor que permuta los valores de una capital que se engrandece solo por ser la capital pero que es imposible de mostrarse y transformarse como tal. Es un pueblo, un pobre pueblo refractado en ciudad con edificios modernos que esconden el atraso en el que vive. Es un atisbo de ciudad donde al caminar por el paseo la cabrera recordamos que también están la Villavicencio o la Caracas, por Molinos, donde la criminalidad se traga a la necesidad y a la pobreza.

Bogotá, como lo dirían en las películas, es una ciudad que se ama y que se odia, es una ciudad de esperanzas falsas para los desplazados, para los venezolanos inmigrantes o para los mismos nacidos aquí que no lograr salir del hueco en el que se encuentran. Es un atisbo de sueño idílico que se vuelve una pesadilla. Es un pueblo agrandado, unas calles mal construidas, unos ciudadanos poco ciudadanos, unos gobernantes poco atrevidos al cambio y muy atrevidos hacia el atraso. Bogotá no es la ciudad que soñamos, no es una lucha humana y moderna, no es una ciudad positiva y llena de obras sociales, no es humana y no es mejor para todos. Bogotá, simplemente, es un atisbo de ciudad que se ama a fuerza de ilusiones.

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