EXHORTACIÓN
A VALIDAR SOLO LOS HECHOS
POR:
Carlos Gutiérrez
Cuando hablamos lo hacemos
a partir de la necesidad de ampliar nuestros actos, hiperbolizarlos,
elisionarlos o modificarlos sin una mayor necesidad. Tal vez por esa cuestión
es que se dice que la literatura surge de la oralidad, nos gusta contar lo que
nos sucedió, pero, en medio de ese simple hecho esta todo un mundo que a punta
de descripciones, diálogos o acciones se transforma en algo meramente verosímil.
Esto es bueno cuando hablamos de literatura, porque sin que nos demos cuenta,
todos somos de alguna forma escritores potenciales. Pero qué pasa cuando las hipérboles,
elisiones o modificaciones que decimos son para justificar nuestros actos al
punto que el ejercicio argumentativo -algo que es meramente opinativo, que no
constituye ni siquiera una verdad a medias y debe reducirse únicamente al plano
de la defensa- deja de lado el hecho sucedido. Lo que pasa es que el mundo
acepta todo acto bueno o malo sin castigar porque al existir una justificación
esta pasa al plano de la verdad y oculta enteramente el hecho.
Al parecer vivimos
condenados a hablar sin necesidad, a darle cabida a las justificaciones porque
consideramos que es necesario adornar con moños, bombas y platillos un hecho
que hayamos realizado. Ya no se puede decir que está hecho, no podemos
simplemente esperar en silencio que la gente vea lo que uno hace. No,
necesitamos abrir nuestra boca, expresar con nuestra lengua lo que hicimos con
las manos y decir que era necesario, que si no se hacía se corrían riesgos o
que se hizo porque nadie más actuaba. Pero todas estas son simples
justificaciones vanas, innecesarias, capaces de esconder la malformación que
reside en nuestro pensamiento. Colombia vive de eso, vive de escuchar las
justificaciones que dan los políticos, artistas o personas a sus actos. Esto no
viene de ahora, viene de una estirpe lejana que heredaba actos atroces cubiertos
con una crema de justificaciones endulzadas y mitificadas que nada tienen que
ver con la realidad.
Por eso es que es
necesario que siempre tengamos en cuenta los hechos presentados. Tengamos en
cuenta que cuando un político toma el dinero del erario simplemente está
robando, tengamos en cuenta que cuando un deportista se inyecta o toma
pastillas para subir su nivel deportivo más rápido, simplemente se está
dopando, tengamos en cuenta que cuando no pasamos un puente, botamos la basura
al suelo, nos pasamos un semáforo en rojo, o nos colamos en Transmilenio
simplemente estamos incumpliendo una norma que deberíamos tener interiorizada.
Por eso, ahora que nos vemos rodeados de los medios con sus noticias sobre los
debates de control político al Fiscal, el descubrimiento de que Sarmiento está
envuelto en la corrupción de Odebrecht o que Petro recibió dinero de alguien;
no debemos centrarnos en las argumentaciones que estos mismos den. Debemos, y
esto es algo que parte desde la ética, aplicar la norma contra la falta.
Pero eso ya no es solo
una cuestión de terceros, los que observamos o escuchamos las justificaciones
tenemos parte de culpabilidad por aceptarlas, pero, mayor es la culpabilidad de
aquellos que las dan cuando saben que sus actos no son correctos. Siempre es
necesario preguntar qué pasa por la cabeza de una persona cuando realiza el
acto y más aún cuando lo quiere justificar para no ser condenado. En este caso,
las justificaciones que hacen o hagan estos, son iguales a escuchar las que den
Garavito, Uribe Noguera, Popeye, Arrieta o Pelayo. Todas estas justificaciones
son innecesarias porque provienen de la mentalidad monstruosa de creer a los
que las escuchan inocente e ilusos.
Al final, mi exhortación es
la necesidad de siempre validar solo los hechos. Es por eso que debemos ver lo
que sucede y hacer oídos sordos a justificaciones pobres de honestidad. No hay
nada más absurdo que ver como se perdona o acepta el acto por la justificación
que se da del mismo, pues, sin saberlo nos estamos volviendo una sociedad
cruel, permisiva, e incapaz de controlar
los pequeños reinos inventados por gamonales individualistas que se disfrazan
de amor a la patria. Si la realidad se basara en los actos, la mayoría de los
convictos de “La Tramacua” son más honestos que los políticos que nos
gobiernan.
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