lunes, 10 de diciembre de 2018

UN ATISBO QUE ES BOGOTÁ


UN ATISBO QUE ES BOGOTÁ
POR: Carlos J. Gutiérrez.

Se puede ver como un caleidoscopio de contrastes. El barrio Lomas con sus calles estrechas empinadas; Montes de Medina cuya zona residencial cerrada encierra grandes apartamentos y casas de dos pisos con un patio de juego cerrado para cada familia. En la punta de uno de estos dos está  el mejor de los apartamentos o el más lujoso; y en el otro las casas manualmente construidas con latas y ladrillos que habían sido abandonados en la Caracas sur. El centro histórico donde habitaron los colonos y la gente pudiente de viejas épocas y el occidente indígena de Bosa, Fontibón o Engativá diezmado, señalado y en algunos casos creciente en sus estratos, demarcado por vías como la Boyacá la Cali o la Esperanza. “Si vas hacia tal lado es estrato cinco, pero si vas hacia tal, ya es dos e incluso uno” se escucha decir cuando se habla de las zonas de Bogotá y es que esta ciudad es un atisbo de la misma por ser un caleidoscopio en donde la simetría está basada en la desigualdad social.

Es un atisbo cuando optimistas entramos en una estación de Transmilenio y pensamos que no nos van a robar, que no se van a colar, que no van a haber vendedores ambulantes en cada estación, que no habrá un trancón o que no se va a varar. Es un atisbo cuando esperamos que las vías no se encuentren con huecos, que los semáforos no estén dañados o que la invasión al espacio público no sea una realidad. Es un atisbo cuando los gobiernos de turno durante los últimos veinte años no han hecho mayor cosa por esta triste ciudad, cuando simplemente se amarraron a sus discursos de cambio sin saber qué era lo que realmente se debía cambiar. Bogotá es eso, es un atisbo cuando veo que desde hace 15 año la misma vía sigue sin ser pavimentada a pesar de que tres gobiernos de izquierda hablaron de cambio y el último, de derecha, quiere borrar lo que la izquierda no hizo y engaña diciendo que lo va a hacer.

Bogotá es una ciudad que se ama a pesar de que sigue siendo un pueblo que, como a mediados y finales de siglo XIX, arrogantemente afirma ser la mejor, ser la Atenas sudamericana. Pero, detrás de esa falacia que los poeta románticos se inventaron, no hay nada más que una simetría donde el rico y el pobre son igual de grandes, el rico en su corrupta beneplacencia y el pobre en su corrupta miseria. Los dos se aceptan, no se repelen, los dos viven un idilio de amor que permuta los valores de una capital que se engrandece solo por ser la capital pero que es imposible de mostrarse y transformarse como tal. Es un pueblo, un pobre pueblo refractado en ciudad con edificios modernos que esconden el atraso en el que vive. Es un atisbo de ciudad donde al caminar por el paseo la cabrera recordamos que también están la Villavicencio o la Caracas, por Molinos, donde la criminalidad se traga a la necesidad y a la pobreza.

Bogotá, como lo dirían en las películas, es una ciudad que se ama y que se odia, es una ciudad de esperanzas falsas para los desplazados, para los venezolanos inmigrantes o para los mismos nacidos aquí que no lograr salir del hueco en el que se encuentran. Es un atisbo de sueño idílico que se vuelve una pesadilla. Es un pueblo agrandado, unas calles mal construidas, unos ciudadanos poco ciudadanos, unos gobernantes poco atrevidos al cambio y muy atrevidos hacia el atraso. Bogotá no es la ciudad que soñamos, no es una lucha humana y moderna, no es una ciudad positiva y llena de obras sociales, no es humana y no es mejor para todos. Bogotá, simplemente, es un atisbo de ciudad que se ama a fuerza de ilusiones.

jueves, 6 de diciembre de 2018

EXHORTACIÓN A VALIDAR SOLO LOS HECHOS


EXHORTACIÓN A VALIDAR SOLO LOS HECHOS
POR: Carlos Gutiérrez

Cuando hablamos lo hacemos a partir de la necesidad de ampliar nuestros actos, hiperbolizarlos, elisionarlos o modificarlos sin una mayor necesidad. Tal vez por esa cuestión es que se dice que la literatura surge de la oralidad, nos gusta contar lo que nos sucedió, pero, en medio de ese simple hecho esta todo un mundo que a punta de descripciones, diálogos o acciones se transforma en algo meramente verosímil. Esto es bueno cuando hablamos de literatura, porque sin que nos demos cuenta, todos somos de alguna forma escritores potenciales. Pero qué pasa cuando las hipérboles, elisiones o modificaciones que decimos son para justificar nuestros actos al punto que el ejercicio argumentativo -algo que es meramente opinativo, que no constituye ni siquiera una verdad a medias y debe reducirse únicamente al plano de la defensa- deja de lado el hecho sucedido. Lo que pasa es que el mundo acepta todo acto bueno o malo sin castigar porque al existir una justificación esta pasa al plano de la verdad y oculta enteramente el hecho.

Al parecer vivimos condenados a hablar sin necesidad, a darle cabida a las justificaciones porque consideramos que es necesario adornar con moños, bombas y platillos un hecho que hayamos realizado. Ya no se puede decir que está hecho, no podemos simplemente esperar en silencio que la gente vea lo que uno hace. No, necesitamos abrir nuestra boca, expresar con nuestra lengua lo que hicimos con las manos y decir que era necesario, que si no se hacía se corrían riesgos o que se hizo porque nadie más actuaba. Pero todas estas son simples justificaciones vanas, innecesarias, capaces de esconder la malformación que reside en nuestro pensamiento. Colombia vive de eso, vive de escuchar las justificaciones que dan los políticos, artistas o personas a sus actos. Esto no viene de ahora, viene de una estirpe lejana que heredaba actos atroces cubiertos con una crema de justificaciones endulzadas y mitificadas que nada tienen que ver con la realidad.

Por eso es que es necesario que siempre tengamos en cuenta los hechos presentados. Tengamos en cuenta que cuando un político toma el dinero del erario simplemente está robando, tengamos en cuenta que cuando un deportista se inyecta o toma pastillas para subir su nivel deportivo más rápido, simplemente se está dopando, tengamos en cuenta que cuando no pasamos un puente, botamos la basura al suelo, nos pasamos un semáforo en rojo, o nos colamos en Transmilenio simplemente estamos incumpliendo una norma que deberíamos tener interiorizada. Por eso, ahora que nos vemos rodeados de los medios con sus noticias sobre los debates de control político al Fiscal, el descubrimiento de que Sarmiento está envuelto en la corrupción de Odebrecht o que Petro recibió dinero de alguien; no debemos centrarnos en las argumentaciones que estos mismos den. Debemos, y esto es algo que parte desde la ética, aplicar la norma contra la falta.

Pero eso ya no es solo una cuestión de terceros, los que observamos o escuchamos las justificaciones tenemos parte de culpabilidad por aceptarlas, pero, mayor es la culpabilidad de aquellos que las dan cuando saben que sus actos no son correctos. Siempre es necesario preguntar qué pasa por la cabeza de una persona cuando realiza el acto y más aún cuando lo quiere justificar para no ser condenado. En este caso, las justificaciones que hacen o hagan estos, son iguales a escuchar las que den Garavito, Uribe Noguera, Popeye, Arrieta o Pelayo. Todas estas justificaciones son innecesarias porque provienen de la mentalidad monstruosa de creer a los que las escuchan inocente e ilusos.

Al final, mi exhortación es la necesidad de siempre validar solo los hechos. Es por eso que debemos ver lo que sucede y hacer oídos sordos a justificaciones pobres de honestidad. No hay nada más absurdo que ver como se perdona o acepta el acto por la justificación que se da del mismo, pues, sin saberlo nos estamos volviendo una sociedad cruel, permisiva,  e incapaz de controlar los pequeños reinos inventados por gamonales individualistas que se disfrazan de amor a la patria. Si la realidad se basara en los actos, la mayoría de los convictos de “La Tramacua” son más honestos que los políticos que nos gobiernan.  

domingo, 28 de octubre de 2018

LAS METÁFORAS DE LA REALIDAD


LAS METÁFORAS DE LA REALIDAD
Por: Carlos J. Gutiérrez

En muchos casos gustamos de vivir de la parsimonia, vivir de las respuestas fáciles, de decir “eso es así y ya”, levantamos los hombros, movemos las cabeza hacia un lado, levantamos las cejas, apretamos los labios y mostramos nuestras palmas como diciendo “suele pasar”.  Así, cómodamente nos evadimos ya sin necesidad de inventarnos paraísos artificiales como los del siglo XIX. Lo hacemos porque preferimos evitar las preocupaciones que hacen de nuestra vida un martirio, una cruz a cuestas o nos hace caminar en la cuerda floja mientras sufrimos de vértigo. Las respuestas fáciles son mejores, porque nos llevan al chiste, al absurdo, a la respuesta literal en la que afirmamos cómodamente que todos los hombres hacen estupideces. Pero, de lo que no nos damos cuenta, es que a veces tomar la vida tan literal nos impide descubrir que detrás de cada absurdo se devela una metáfora de la realidad en la que vivimos.

Desde hace muchos años los memes, las frases contextualizadas o descontextualizadas han nutrido nuestro humor local de una manera sorprendente, y si hay algo que tiene el chiste es que utiliza la realidad hiperbolizándola para mostrarla absurda. El problema, ya no necesita utilizar la hipérbole como recurso retórico porque este ya se encuentra en los actos de las figuras públicas y tal vez por eso es que los programas de humor ya no tienen tanta gracia como antes. Para qué ver Sábados felices si tenemos los tweets de los congresistas y los senadores, para qué ver comediantes de la noche si ya tenemos los nombramientos del presidente, para qué un programa mañanero de humor si podemos poner alguna emisora y escuchar a los políticos tocar la guitarra, cantar vallenato o tomarse fotos y grabarse cabeceando un balón. Para que el humor si tenemos la política.

Pero más allá de esto, debemos darnos cuenta que lo que estamos viviendo no es simplemente los chistes sueltos de las figuras públicas sino una metáfora de la paupérrima realidad en la que vivimos. Ya una vez lo dijo Eco, y lamento profundamente nombrarlo ya que se está volviendo un cliché, los medios digitales le dieron voz a una masa de idiotas; lo que no sabíamos es que entre esta masa de idiotas estaban los políticos que manejan nuestro país. Y en esto, debemos advertir que cuando una figura pública hace algo (un chiste) representativo, este toma dimensiones simbólicas a gran escala, así como cuando en la edad media los cantares de gesta representaban los valores de un país para que gracias a un héroe todo un estado adquiriera un comportamiento determinado. Tan grande es la influencia de estas figuras y sus actos (estupideces) que no nos damos cuenta que de manera simbólica están representando lo que somos como país.

Todo esto lo digo porque no dejo de pensar que el hecho de que Peñalosa se hubiera perdido en los cerros orientales no es más que la más perfecta representación de lo poco que conocemos el territorio que queremos transformar a la fuerza. No dejo de pensar en el video de Duque dándole cabezazos a un balón de futbol como la mejor imagen del colombiano que prefiere ver un partido, asistir a uno o jugarlo en vez de realizar un trabajo productivo e influyente. No dejo de pensar en el nombramiento de Ubeimar Delgado como embajador de Suecia así no hable inglés como un símbolo del arribismo colombiano en el cuál se demuestra la necesidad de mostrarnos como algo más de lo que no somos o saber lo que somos y desde esa poca distancia creernos superiores a los otros.  Al final, pareciera que todo es un mal chiste. Una broma. Un adelanto al día de los inocentes, una forma de crear un año de solo bromas y jugadas que se reducen a un circo de payasos hilarantes más crueles que los que hostigaban a Dumbo, más crueles que Wayne Gacy quien disfrazado de payaso torturaba física y mentalmente. Aunque no, no es todo esto, es simplemente la realidad representada desde los memes, los tweets y las noticias.

domingo, 14 de octubre de 2018

EL HAMBRE Y LA SED


EL HAMBRE Y LA SED

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Una manifestación es un grito, es un rio en el cual miles de cabezas gritan a una sola voz su impotente necesidad de cambio. Y los espectadores, el público y los ignorantes, nos convertimos en poco más que un objeto de sumisión que en silencio está de acuerdo con “lo que no se hace”. La parte importante de una marcha no es la temática, pues es algo que todos conocemos; no es los indignados porque para la voz popular son los mimos de siempre; no es importante tampoco el gobierno porque ellos siempre dicen las mismas palabras que los manifestantes no creen y que en la mente, en ese subconsciente negro que todo gobierno tiene y que también aplica, siguen siendo maestros de mentiras y falsas esperanzas. No, ellos no son importantes, los importantes somos nosotros, los espectadores, los que vemos desde los medios los pasos de los indignados, de los humillados y los ofendidos.

¿Qué nos hace ser simples espectadores de los problemas que nuestro país mantiene? Las excusas son una larga lista a decir verdad. Hay quienes dicen que su trabajo no se lo permite porque cumplen un horario y les afecta mas no ir a trabajar que solucionar los problemas con una marcha. Hay quienes dicen que no asisten porque el sentido de la marcha es inútil, es contradictorio y en sí misma, no significa el método más efectivo para cambiar las cosas o los problemas. Hay quienes afirmarían en voz baja que la marcha simplemente es una estrategia política de los contradictores y que a pesar de que están de acuerdo con lo que denuncian, su voto se los prohíbe. Y hay quienes afirmar que apoyan la protesta porque es algo políticamente correcto pero que no les interesa en lo más mínimo.

Los espectadores no tienen nada que perder ni nada que ganar en una protesta, no lo tienen porque para eso tendrían que vivir con sed y hambre; algo, que en la capital no se da comúnmente. Esa es tal vez la peor parte de toda esta situación. Las marchas en Colombia suelen darse en muchos lugares, pero entre más apartadas de la capital menos posibles será que los escuchen, por eso, deben moverse de cualquier forma a Bogotá para que los oídos que los deben escuchar estén más cerca. Pero venir aquí es venir a un lugar donde la sed por falta de agua potable o por falta de una buena administración (aunque aquí no podemos hablar de una buena administración tampoco) y el hambre por el dinero que se pierde, por la falta de oportunidades o porque simplemente los gamonales, caudillos y tiranos regionales los someten no parece impactar. Porque, diciendo la verdad, Bogotá se ha convertido históricamente en un palco desde el cual se ven los problemas sociales, se siente lastima, se dice “pobres gentes”, se llora por lo que sucede pero al final del día solo se da una palmada en la espalda y se sigue el camino.

Por todo eso es que los espectadores, los que miramos como la gente se moviliza por una situación, somos la peor parte o el peor problema que la sociedad colombiana tiene. Porque ser espectador es ser un simple descriptor de una sociedad donde no queremos vivir pero nos aguantamos. Ser espectadores es ser otra parte más que gusta de invisibilizar al pobre, al desahuciado, al que no tiene nada y no logra tenerlo. Como espectadores, a pesar de que no lo tenemos, tampoco lo queremos, porque querer significa luchar, y en esta tierra cucañera la lucha simplemente es lo que para un estudiante es asistir al colegio: una inutilidad. Un espectáculo sin público no es espectáculo, y al público le gusta celebrar las victorias, les gusta estar del lado del más popular, del famoso, del poderoso, no le gusta perder. Y en toda marcha, el gobierno y sus “dirigentes” son la bonanza y satisfacción en cambio los protestantes son “el hambre y la sed”. ¿Creen que alguien quiere realmente aguantar hambre y no tener que beber?

sábado, 18 de agosto de 2018

CRÓNICA DEL TRANSPORTE: EL LLANERO DESPLAZADO


CRÓNICAS DEL TRANSPORTE: EL LLANERO DESPLAZADO
Por: Carlos J. Gutiérrez.
Me subo en la Boyacá con esperanza para dirigirme a colina en la 147 con el fin de dar una clase particular a un niño de ocho años. Tomé el 330 y me senté en el costado que da hacia el sol de las tres de la tarde de lo cual me arrepentí pues no podía leer y me dormiría con facilidad.
En la 53 se subió un hombre. Como iba mirando las fotos de “salario mínimo” solo le había escuchado la voz. Se fue acercando a la mitad del bus y ahí pude verlo de forma completa. Llevaba un  pantalón de paño café, zapatos negros roídos, con la suela del derecho con la suela despegada, una camisa azul con flores estampadas, un poncho blancuzco con tres líneas representando la bandera de Colombia, un sombrero llanero y a su espalda una maleta negra, vieja y estirada por el peso que llevaba, al final el sombre le daba la pinta de llanero venido a la ciudad. Pensaba que era un ciego ya que cuando levanté la mirada sus ojos se encontraban cerrados.
“Miren – Supongo que el saludo ya lo había realizado – mi nombre es **************, vengo de Puerto López. Por cuestiones del destino soy desplazado.”
Era un desgarrado de la estirpe que la violencia ha mandado a Bogotá desde hace 30 años. Nos decía casi con lástima que no traía a sus hijos para acompañarlo a vender en los buses porque no quería que pasaran la vergüenza que él estaba pasando. Sacó de uno de los bolsillos grandes de su maleta una foto ampliada que parecía sacada del marco en el que estaba y la había plastificado, supongo yo, para no dañarla por estar sacándola y metiéndola en su maleta. La foto mostraba a sus cuatro hijos juntos, ubicados en posición de equipo de micro sonriendo ante la cámara. Ya se veían grandes y estaban más cercanos a trabajar en algún lado que a ser mantenidos por sus padres.
Habló de la difícil situación que vivió, no sin antes lanzar una pulla a lo que hoy se vive con el proceso de paz. Expresó sus descontentos al saber que no era un guerrillero o un “paraco” para que lo tuvieran viviendo bien con un sueldo con dos millones sin hacer nada. Su moral, mostrada intacta, estaba tranquila pues afirmaba ser una persona de bien quien la vida había castigado y que prefería seguir así a recibir 2 millones por ser asesino.
¿Cómo se comprende una situación así, que a pesar de no ser del todo cierta si refleja la situación del país? El desplazamiento sigue sin ser resuelto; y entre ellos y los venezolanos el ver vendedores ambulantes se volvió un hábito (¿o un vicio?) que no parece acabar. Las políticas restrictivas que desde la alcaldía se generan no aportan un cambio satisfactorio. Al fin de cuentas, el SITP y el TRASMILENIO surgieron, sugiero yo, como medios de transporte que evitarían o eliminarían la venta de productos en el transporte público.
Pero ni eso constituyó una solución. Y tal vez, solo opinando adrede, jamás lo sea; porque prohibirle a alguien que deje de vender en los buses no implica que desee conseguir otro medio de sustento. Con lo anterior, solo se le ha puesto una curita a una herida de bala creyendo que con el tiempo se cicatrizará y desaparecerá.
Al final de su discurso, de su maleta sacó unas colombinas y unos bombombunes baratos los cuales ofreció al precio de “la moneda que ustedes quieran” apelando a la misericordia de aquellos que son cien pesos más ricos. No vi más la situación pero tampoco escuché el “gracias” por recibir una moneda.
¿Cómo interpretamos esto? Ahora recuerdo que un profesor de la época en que yo era un estudiante de ingeniería industrial dijo en una clase que la mejor falacia que existe y que nosotros incautamente creemos es la frase de los vendedores ambulantes o mendigos cuando afirman que “una moneda no enriquece ni empobrece”. Tal vez, y solamente tal vez; la respuesta a lo anterior esté en dos opciones: la primera, que nos agotamos tanto, viendo cada cinco minutos un vendedor ambulante que si le damos al primero, nuestra misericordia no alcanza para darle a los otros cuatro. O la segunda que siguiendo la lógica del profesor de ingeniería, nos hemos vuelto tan miserables que la burbuja bogotana en la que vivimos ya nos hizo ciegos y sordos ante los discursos plásticos que ocultan los problemas que nos hablan.
El vendedor se bajó con su maleta, sus dulces y su foto llegando a la Boyacá con 80. Se subirá a otro SITP y a otro y a otro hasta que la hora pico empiece a enviar camionados de SIPT repletos de trabajadores a sus casas  y ya sea imposible para el desplazado vender su miseria.

martes, 3 de julio de 2018

EL ANÓMALO BICÉFALO II


EL ANÓMALO BICÉFALO II

Por: Carlos J. Gutiérrez.

En 1796 un poeta alemán desde su estudio se miró al espejo, se levantó, se movió de un lado para otro sin dejar de mirarse en el espejo, sonrió de manera alegre y sus ojos se pusieron brillantes. Pero, al ver esa felicidad en el espejo, pasó a horrorizarse, pues no veía la felicidad que pensaba, veía unos ojos brillantes, de cejas bajas y su sonrisa presento un aspecto malévolo, no de picardía sino de placer malvado. En silencio, se alejó de su espejo, se sentó en su escritorio y escribió una única palabra: “Doppeltganger”. Esta tiene como significado “el que camina al lado” y surge como la idea del gemelo malvado que todos tenemos pero que siempre negamos. Hoy en día el mundo está lleno de esos dobles. Los líderes, débiles como se sabe, han empezado a dejar ver ese gemelo malvado que nos asusta, y que en el caso del recién elegido tiene un aspecto físico que está lejos de ser un mito.

Nos encontramos cerca del inicio del funcionamiento de un anómalo bicéfalo en el cual, vemos como accidentalmente llego a un poder que no conoce y en cual, buscará a su doble para encontrar ayuda o consejo, pues este es un ser con poderes, un ser que designa incluso a la persona en la cual quiere encarnar su desdoblamiento. Esto nos deja una enorme duda que nos asoma al abismo de la incertidumbre ¿Realmente quedó elegido un ser físico, independiente y libre que decida o se escogió a un ser inactivo que solo crece cuando su doble toma posesión de él? Hay, el Doppeltganger del elegido, una fuerza que opaca a la real, porque esta se sabe débil, pasiva, empujada a lo ilusorio al punto de hacernos creer que parece más un fantasma la fuerza del elegido que la del mismo doble.

Así, el comportamiento del elegido no es más que el mismo que satirizó hace 15 años Darío Fo en el Anómalo Bicéfalo. Una figura grotesca de dos caras, la del pasado y la del presente, nada más, porque al parecer el futuro es inexistente o por lo menos incierto. El próximo gobierno es eso, una anomalía de dos formas de pensamientos que no parecen pelear sino que basan su relación en una forma parasitaria. Además, al ser bicéfalo, no quiere decir que ambos tomen una decisión en conjunto, no, lo que sucede es que, como en toda relación, hay alguien dominante y alguien recesivo.

¿Cómo quedamos nosotros cuando debemos esperar que el castillo no se derrumbe? El momento de decidir lo quemamos; y en un mundo donde todos los actos son simplemente relaciones de causa y consecuencia, debemos saber, que de derrumbarse el castillo, no solo este anómalo bicéfalo es el culpable. Decía Strindberg que el que ve a su doble es que va a morir. Y hay que tener cuidado con esta afirmación, no sea que en la posesión del ungido, el mismo se dé cuenta que al momento de ponerse la cinta presidencial mire a su doble y sepa que camina hacia su muerte y por ende, todos debemos tener cuidado porque al final, parece que el que camina al lado no es el doble sino la figura real.

martes, 26 de junio de 2018

EL DISCURSO DE LA UNIÓN


EL DISCURSO DE LA UNIÓN

Por: Carlos Gutiérrez.

Cuando se quiere ser un líder el principal factor que se debe poseer es el carisma, o eso dicen. Se supone que este hace que las personas bajo su cargo sean más competentes para así evitar la deserción, la crítica, el ataque o la división. Se supone que cuando un regente sube este tiene la función de legitimar lo que desde la legalidad obtuvo. Se supone que en esa parte es donde mejor funciona el carisma, si hablas con amor a la gente, esta no te pondrá problemas para trabajar. Pero ¿Qué pasa cuando eso se queda única y exclusivamente en el discurso? No podemos ir más allá de lo que los medios nos muestran, lo que si podemos hacer es leer entre líneas esas palabras que se quieren asociar con la unión, pues, muchas veces, cuando escuchamos eso de permanecer unidos, de eliminar las diferencias, de cambiar el rumbo y trabajar juntos para ser mejores, básicamente es, en términos generales, el primer paso en falso para la legitimación del poder.

La legitimación tiende a ser el primer objetivo de un hombre cuando sube al poder, lo es por razones como el hecho de garantizar seguridad o participación a sus oponentes, por el hecho de que sus propuestas son solo viables cuando todos, no solo el, creen en ellas o porque su poder no simplemente viene de un regalo divino sino de un favor desde el cual el pueblo actuó. Por tal motivo es que los discursos, los tweets, las entrevistas, las cartas, los mensajes o las caminatas por el territorio tienen siempre como fin último hablar de la unión del pueblo, ya que, cuando se arranca a trabajar se busca que los demás trabajen con él. Ese es el fin de todo gobernador al inicio de su periodo. Hoy en día, esa palabra de unión ha llenado los medios del país. Es la bandera del recién elegido presidente quien desde esa palabra busca que su discurso sea creíble, busca que se den cuenta que no es un Guepeto quien habla sino un hombre sin ataduras.

Simbolizar la unión no es simplemente pregonarla por todo lado, no es levantar las manos juntos a la señal de un animador, ni sonreír a las cámaras acompañado por personas que de una forma u otra han sido afectadas. Decir que se va a trabajar para todos es un slogan que hasta un rey en el pasado pudo aplicar. Se puede poner por caso la alcaldía de Bogotá, cuyo slogan implica dos conceptos polisémicos donde “lo mejor” puede ser de una forma uniforme o medida en dosis equivalentes a cada grupo social. “Lo mejor” para la administración de la ciudad puede ser el continuar con un sistema de transporte pobre y congestionado, porque al fin de cuentas “todos” lo seguirán usando, incluso, para la misma administración “lo mejor para todos” es inaugurar parques, canchas o sitios recreativos pero no arreglar mallas viales, descongestionar, descontaminar, mejorar el sistema de basuras o mantener a la ciudad con mínimos índices de seguridad. Lo anterior no es lo mejor para todos, según la alcaldía, pues no a todos les afecta. De ahí que para la alcaldía, la unión de los bogotanos está en la recreación, en nada más.

Los discursos de la unión suelen caer en los errores de la retórica, buscan mantener contenta a la masa, alegrarla, motivarla, confesarles que todo es en beneficio de ella, pero, realmente los objetivos no se aplican para todo el mundo o el discurso es contradictorio a la acción. En conclusión, se vuelven una falacia. En muchos casos se dice que no se pueden tener contento a todo el mundo, pues, lo que le gusta a unos pocos no es lo que le gusta a todos, sin embargo, esos pocos no deben ser aquello a quienes no les afecta los problemas, ya que, en vez de unir lo que esta es separando. Algunos tienden a decir que el actuar de un gobernador solo es limitado cuando afecta a los que dinamizan el poder o la economía y que mientras a esto no se les afecte, antes bien, se les favorezca, lo único que se va a encontrar como resultado son números verdes. El problema de esta premisa, es que a esos dinamizadores les interesa mantener afectada a la población que el gobernador prometió mejorar. Al final, hay que preguntarse ¿Cómo va a lograr el gobernador unir dos polos que se repelen? ¿Cómo va a legitimar su poder en los que a futuro va a afectar?

miércoles, 20 de junio de 2018

LA DUDA EXISTENCIAL


LA DUDA EXISTENCIAL

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Hemos vivido el paso por unas elecciones traumáticas, extrañas, en unos casos imperceptibles, en otras tan bullosas como un bosque. Hemos pasado por dos meses en los cuales reinaron los slogans, las frases rebuscadas además de los lugares comunes que continuaron siendo comunes porque al fin de cuentas todos los candidatos se centraron en tratar de cerrarnos los ojos con las frases esperanzadoras o con ideas de avanzada. Buscaron que los jóvenes se acercaran a ellos para hacerlos comprender que el cambio es ahora. Uno de ellos ganó. Pero, ¿Cambio de qué? ¿Cambio de quién? ¿Esperamos un nuevo amanecer, la llegada de un civilizador desde el horizonte que al fin nos libere de las ataduras del “atraso” abriéndonos los ojos, volviéndonos más eclécticos, más innovadores o más laicos? ¿Realmente llegó eso? Todo eso genera una duda, no por el que salió a celebrar su victoria, sino por los que están atrás de él.

Maquiavelo decía que “no siempre las buenas acciones son oportunas y eficaces”. Esto tiende a aplicarse a cualquier discurso, ya sea el de todos los candidatos presidenciales uno o dos días antes de la primer jornada de elecciones, ya sea el de Sergio Fajardo cuando decidió votar en blanco e irse a ver ballenas para descansar del trajín que significa una época de propaganda política o de candidatura presidencial, también cuando De La Calle desmoralizado dejó que sus votantes apoyaran al que ellos quisieran ya que si no los convenció para que votaran por él, qué sentido tendría mandarlos a votar por otro, o también se aplica a Petro cuando en el posible tweet del que todo el mundo habló, escribió que llegó la hora en la que Colombia escogería entre un paraco o un cambio. Detrás de todas estas acciones había algo bueno, algo interesante, pero en ningún caso constituyó algo realmente eficaz para el tiempo en que vivimos.

Lo mismo le puede suceder al presidente electo quien en su discurso posterior a la victoria se quedó en los mismos lugares, sin mirar a las espaldas, sin decir algo nuevo que nos permitiera vislumbrar un verdadero cambio. Con sus palabras se ven una cantidad de buenas acciones que no se sabe qué tan eficaces sean, no se sabe qué tan concretas u oportunas para eliminar los problemas que hoy en día nos cobijan sean. Todo, todo cuanto de aquí en adelante surja no es más que una duda existencial, Pues, está o estará asesorado por políticos de largo camino, ensimismados en el pasado inmediato o en un tiempo que desde nuestros ojos es anacrónico.

Lo anterior refleja el cumplimiento de la máxima maquiavélica, sobre todo, cuando en su discurso de victoria afirmó un retorno al estado de seguridad que, según él, necesita el país. Pero de lo que no se da cuenta es que generar una seguridad democrática 2.0, continuando lo iniciado por su mentor, es básicamente irse al pasado, rencauchar una política que para ese momento funcionó y aplicarla con alguna pequeña modificación hoy en día creyendo falsamente que lo que sirvió en el pasado funcionará en el presente. Esto no es una decisión de cambio, es una vuelta en donde se valida el conflicto armado como práctica natural, algo que con este gobierno empezábamos a modificar. Es, al fin de cuentas, como modificar un carro antiguo, buscas las partes, lo pules, lo pintas, le arreglas el sistema de encendido y lo presentas. Lo que no sabes es que su costo es elevado, no es útil y termina haciendo parte de un museo, algo para apreciar pero no para utilizar.

Se dice que Duque es un joven, lo critican por no tener experiencia, por ser un impúber que a duras penas llegó a ser senador bajo la sabana de Uribe y de ahí dio un salto a la presidencia. Cualquiera diría que esto lo inhabilita para administrar el país de una manera adecuada, pero, piénselo bien y dígame qué presidente, anterior al recién elegido, a partir de su experticia logró una excelente, impecable o adecuada administración. La respuesta es ninguno, pero si quiere averiguarlo para respondérselo, hágalo. No con esto apoyo o apoyé a Duque en su candidatura, pero si lo criticamos únicamente por su falta de experiencia es lo mismo que decir que no compremos ropa nueva porque no ha sido usada. Después de todo lo anterior, después de hablar de lo que dijo, de quienes están a sus espaldas como posibles asesores o hablar de su juventud, en lo único que podemos estar de acuerdo es que la duda existencial solo se resolverá cuando empiece a administrar, y el saber si es un títere o un humano solo dependerá de él.


lunes, 14 de mayo de 2018

EL LEGADO QUE NOS COBIJA

EL LEGADO QUE NOS COBIJA
Por: Carlos J. Gutiérrez.

Nosotros nos constituimos como los últimos herederos de un largo linaje de sangre, de lengua y de cultura. Nos dijeron cuando pequeños que aprendiéramos el oficio de papa o nos corregían las faltas diciendo que así no se comportaba la familia, que no parece hijo de su mama o que el apellido le quedo grande. Pareciera que con estas frases nos pusieran una cruz a cuestas con el fin de que en el momento en el que damos nuestros primeros pasos iniciáramos un viacrucis por mantener el orgullo de la familia. Pero, ¿Qué pasa con nuestro crecimiento individual? Al parecer no es más que una ilusión escondida entre capas y capas de influencias culturales, sociales y familiares que terminan construyendo nuestro legado inmortal que después de muertos aún nos persigue.

En este caso la comparación de la cebolla, confieso que fue impulsiva, es valida para el tema a tratar. Imagine que cada una de las capas que nos encierran son un constructo que a medida que pasa el tiempo nos hereda un legado, esto implica que entre más crecemos mas capas se van agregando, lo que implica que entre más capas, mas oculta nuestra individualidad. Hay tres capas que son las más fuertes o las que mejor crecen. La primera es la capa de los amigos, cada vez que vamos a un lugar, nos relacionamos con personas a las cuales definimos por los gustos comunes o por las sensaciones agradables que sentimos por ellos. De ahí que las personas al convertirse en elementos influyentes en nuestra vida nos trasforman dejándonos parte de su vida de una manera muy particular.

Un ejemplo muy concreto de lo anterior son los amigos que conseguimos en el colegio, los que apreciamos como hermanos volviéndolos confidentes de alegrías o tristezas, ellos que con el “mal consejo” nos impulsaron a cometer los actos que impactaron en nuestra vida. También están los del trabajo, quienes ya maduros, influyen en el desorden de nuestras vidas, volviéndolas un poco más alegra, olvidando las penas que día a día nos aquejan. Pero no podemos dejar de nombrar a aquellos que son casi familia, a esos que al llegar a la casa abren la nevera y saludan a la familia como si fuera la suya, ese al que consideramos como un hermano, ese que nos esconde cualquier secreto, ese que esperamos esté para siempre. A pesar de lo anterior, son las capas más frágiles, las que primero se pudren, las que primero se caen o las que presentan un recuerdo lejano en muchos casos.

En contraste a los anteriores, tenemos a los que nos dieron problemas, los que nos quisieron ver derrotados. Porque ellos también son capas, son el legado extraño, el legado negro que oculto nos quiso hundir en la peor pesadilla, esa capa esta en el medio, ni es la más fuerte pero tampoco es la más frágil. Por último, las capas más cercanas son las de la familia, esas que según Paul Bourdieu nos heredó el más grade capital cultural que como seres humanos podemos tener. Y no digo grande por la acumulación sino también por la ausencia. Pues, si nuestra familia no presenta un mayor interés en su desarrollo cultural, heredaremos una fuerte carga de ignorancia en muchos aspectos de la vida.

De ahí que esa capa sea la más fuerte, la más aferrada, la que se niega a desaparecer, la que es imposible retirar por estar pegada a nuestra raíz como legado eterno e inamovible. De todos ellos en algún momento quisiéramos huir, Pero al final de todo, querámoslo o no, esas capas son el legado que tanto nos influye; del cual, sin prisa, al final, cuando seamos una robusta cebolla pretendemos afirmar que solo está en el pasado, cuando este mismo se presenta como fantasma, no para asustarnos al ignorar su ausencia sino para recordarnos que ahí está, que jamás nos va a abandonar.

domingo, 29 de abril de 2018

YO MIDO, TU MIDES, TODOS MEDIMOS


YO MIDO, TU MIDES, TODOS MEDIMOS
Por: Carlos J. Gutiérrez.

Hay una caricatura en Internet en la cual, un clérigo con túnica y solideo le dice a un sociólogo de bufanda gafas y barba con un periódico bajo el brazo que vivimos en una sociedad relativista. Este, con sus ojos cerrados le responde que depende del crisol con que se mire. Pero al final, ¿cuál de los dos está en lo cierto? Hacerle caso al cura es afirmar a una sociedad decadente que ve muy cerca su fin desde el cual pierde todo interés en diferenciar los actos validos de los inválidos, pero si le hacemos caso al otro, nos ilusionaríamos con entender al mundo desde diferentes perspectivas, por tal motivo, nos daríamos cuenta que el sacerdote enuncia su frase porque nadie es ya un buen cristiano. Todo lo anterior no deja más que el planteamiento de la siguiente afirmación. Todos nos medimos sacando una verdad de un hecho pero en la medida no tomamos en cuenta lo que vemos, por tal motivo, lo que medimos lo medimos mal.

Nos podemos dar cuenta en todo aquello que hacemos. Individualistas como somos, el mundo se ha convertido en un monstruo que transformamos a imagen y semejanza nuestra: las montañas se volvieron rascacielos, los campos se volvieron carretera, los ríos se llenaron de barcos y los animales se volvieron trofeos. Ya no miramos a la naturaleza desde su belleza sino la medimos desde su utilidad, lo que implica, como afirma Margaret Meed, que llegaremos al punto en donde no seremos sociedad porque no tendremos un medio ambiente, pero aún así preferimos vivir en esa oscuridad.

Ahí, de esa forma tan general es donde encontramos el fallo más grande o al menos el primero de los fallos. Pero, ¿dónde más somos ciegos en nuestra medida? Ejemplos nos sobran. Si nos encontramos en una estación de Transmilenio, medimos la importancia de llegar pero no vemos la necesidad de mantener el orden en la fila mientras que los que van a salir lo hagan. Si nos encontramos en la toma de una decisión para resolver un conflicto, medimos la necesidad de votar, la verdad de este, la validez de lograrlo o las mentiras que escribieron; pero no vemos la importancia de acabar con aquello nos afecta. También es ejemplificativo el hecho de que en un partido de futbol dos barras bravas fuera del estadio se enfrenten para terminar midiendo la vida del otro sin ver que simplemente era un partido, que ganar o perder no da más ni da menos. En fin, el refrán con la vara que midas serás medido se hace real no por el verbo en sí mismo, sino por lo ciegos que andamos.

Debemos tener en cuenta que detrás de toda verdad hay una negación. Desde el comienzo de la historia nos hemos vanagloriado de nuestros logros, pero ya alguna vez un cínico preguntaba con su lámpara si había algún hombre en toda la plaza pública. Hoy en día no hacemos eso, ya no lo hacemos porque en la oscuridad nos preguntamos por la lámpara que nos ilumina, pues la hemos perdido, medimos a ciegas haciendo cálculos erróneos con los cuales construimos nuestro edificio civilizado. Al final de todo, cuál es la pregunta que debemos hacer además de la respuesta que debemos esperar para ver el metro con el que estamos midiendo al mundo. No sabremos si ver el metro lo solucione, lo que si sabremos es que parar en las medidas erróneas podría ser la mejor de formas en que podemos empezar a cambiar nuestro triste y decadente destino.


martes, 27 de marzo de 2018

UN DESASTRE NATURAL

UN DESASTRE NATURAL
Por: Carlos J. Gutiérrez.

Cuándo se comenzó con el desastre natural del espíritu humano. Es un pregunta profunda, extensa, filosófica, laberíntica incluso, tanto, que se presenta la necesidad de pedir ayuda a Ariadna para que nos guie por los enrevesados caminos que podemos encontrarnos en la búsqueda por la respuesta a esta pregunta. Pero incluso, el hilo que ella nos lance o nos ate no es suficiente, no lo es por el simple hecho de que cada vez que queramos dar con la respuesta el mundo hedonista se nos planta al frente al punto de hacernos desear no continuar con nuestro camino, pararnos en el primer espacio cómodo que, lleno de mentiras, nos cautiva como buenos infantes inocentes que no responden de forma crítica a su espejo de ilusión.

Porque todo eso puede pasar. Si la respuesta a esa pregunta no la hemos encontrado no ha sido por pereza, no, no ha sido porque desconozcamos los caminos que debemos recorrer, no, no ha sido porque nuestra ignorante torpeza nos impida ver más allá de lo obvio, no. La respuesta tal vez podemos saber dónde encontrarla, incluso podemos desistir de utilizar el hilo divino para hallarla; pero el problema es que cuando vemos que la respuesta está muy atrás en nuestro pasado, empezamos a desviarnos del camino gritando con desalmado engaño que todo fue una trama divina, una mácula incurable que solo será solucionada por los dioses. Por ende, cuando preguntamos por el origen de nuestros males, como un grupo de coreutas, alzamos nuestra voz lastimera para que el rayo caiga sentenciando: “Deus ex machina”.

El desastre natural del espíritu viene de un pasado que continua en el presente. Viene de una sucesión de eventos desafortunados, fortuitos e incluso malévolos que revientan de la risa como un bromista cuando ve que su amigo ha caído en la trampa. Viene también de esos actos sinceramente arrogantes que hacemos para demostrar nuestra superioridad, nuestro sobrevalor o nuestra capacidad de ser mejores que los demás. Aquél desastre es la suma de todo lo anterior, pero en ninguno de los casos es un golpe divino merecido en las proporciones dadas desde lo alto. No lo es por el simple hecho de que así como la primera falta, la primera muerte, la primera ley, el primer templo, el primer sacrificio, el rey original, la primera corona, la primera masacre son acciones netamente humanas.

Al ser así no podemos buscar fuera de nosotros el origen. Así que, cuando nos damos cuenta que el espejo de los deseos insatisfechos nos refleja nuestra verdad, cerramos los ojos, pensamos en el horror que hemos hecho para simplemente tomar la decisión de alejar ese cáliz pidiendo que algo nos salve, nos libere; luego de estas palabras, nuestro deseo actúa para transformarnos al mundo que deseamos, al mundo en donde placenteros olvidamos que los causantes de los mayores males somos nosotros mismos. Así que, al final de todo, de la vida, del tiempo, el hombre que se ha hecho miles de preguntas sobre el porqué su mundo es así, termina, corriendo aterrado a refugiarse bajo la capa del placer con el fin de olvidar que descubrió su mayor culpa.

domingo, 11 de febrero de 2018

TRES DE LOS PEORES DEFECTOS

TRES DE LOS PEORES DEFECTOS

Por: Carlos J. Gutiérrez.

El deseo, la insatisfacción y la impotencia son tres monstruos que andan de la mano. Son los dioses vengadores del siglo XXI y del anterior; atormentan a los hombres a partir de la venta de productos que jamás poseerán una importancia vital. Hay que tener en cuenta que así es el mundo de hoy en día, llevado por lo inmediato, por lo instantáneo o porque lo que tiene poco valor en la trascendencia. Aun así, todo eso para nosotros es una tendencia. Por eso, al ver que todo el mundo lo ve, lo adora y lo admira, nosotros como arrogantes demonios lo deseamos al punto de querer obtenerlo.

Deseando lo que no tenemos es lo que nos ha hecho cometer los más grandes errores en la historia de la humanidad. Desde la muerte de Abel, pasando por David, las mujeres que estuvieron en el tribunal de Salomón, Salomé, el mito de lucifer, Pandora, Agamenón y todo mito que en algún momento nos haya mostrado que el ser humano cae bajo el sino trágico del deseo no satisfecho. No sé en realidad que pasa por nuestro cerebro cuando vemos algo que nos hace desearlo inmediatamente. No lo sé, pero es tan fuerte, es tan impresionante la potencia que tiene que nos lleva a pensar todos los días en aquello y sin darnos cuenta, empezamos a caminar por la cuerda floja de la locura.

Si lo pensamos bien, los objetos son planos. En su esencia son insignificantes, en su particularidad no tienen ningún valor. Ni siquiera monetario, ya que el mismo dinero es un papel al que le dimos valor pero que en el fondo no existe. No obstante el mayor de los problemas con relación de los objetos es su uso, el tener que usarlos, así sea por un momento. Siempre que alguien usa un celular, un computador, una máquina, un traje o cualquier objeto que nosotros mismos, jalados por sus usos queremos utilizar; el deseo se presenta como perro hambriento para llenarnos las cabeza de millones de imágenes donde como un espejo milagroso nos vemos usando el objeto que no tenemos. Ahí es cuando nos damos cuenta que deseamos aquello que no poseemos.

Al no poseer, al no lograr obtener lo que deseamos, surge la insatisfacción. Amargados o melancólicos como el cuadro de Durero, miramos a lo lejos el objeto deseado, la amargura llena nuestro propio instinto de cazador, lo que por lógica locura nos hace imaginar no solo utilizar el objeto sino las formas o las mejores condiciones en las que se puede obtener. Pero cómo sucede esto, cómo sucede el hecho de no tener lo que se desea, cómo calmar las ansias de tener frente a mí, mirarlo, sentirlo, obtener su aroma o su sabor. No lo sabemos hasta después de que nos presentemos ante la famosa frase Rotterdam “Entre dos males, siempre el menor” ¿Cuál es el menor de mis males? ¿Tomar por cualquier forma el objeto deseado o dejar a un lado la tentación y no satisfacer mi deseo?

Si escogiste la primera de las opciones te conviertes en el peor de los males sociales, te conviertes en una mente criminal que desea lo cercano y después desea lo que paso a paso se le va poniendo en el camino. Así como Buffalo Bill en “el silencio de los corderos”, así como el mismo Hannibal deseando a Clarice, así como el mismo Garavito, como Uribe Noguera, o como los políticos o los partidos que en sus ansias de poder y dinero se corrompen, se degeneran al punto de cometen los crímenes para después negarlos o comentar que “sucedió a sus espaldas”. Quienes escogen la segunda opción entran en el estado de insatisfacción insana en la cual, lo único que les toca esperar es el consuelo de que algún día, por alguna razón, el deseo desaparecerá.


Al fin de todo, descubrimos que nuestra mayor capacidad, la mayor que poseen los que son capaces de soportar su insatisfacción es conocer su propia impotencia. Logran saber con hermética confianza que a pesar de desear el mundo, no tienen los medios o no es el momento para tenerlo. Así viven su vida llena de recuerdo de lo que se quiso hacer, de lo que se pudo hacer, de lo que no se logró. Pero también son capaces de comprender, que si los objetos no se obtienen es por la simple unificación de las circunstancias que nos rodean. Por tal motivo, el mundo logra permanecer un poco en paz, y son pocos los que terminan caminando por la cuerda floja de obtener a cualquier precio su objeto deseado, y esa lucha por obtenerlo, algún día, en algún momento o en algún lugar los llevará a pagar por sus crímenes.  

martes, 16 de enero de 2018

TITIVILLUS O EL MAL QUE SE CONTAGIA

TITIVILLUS O EL MAL QUE SE CONTAGIA

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Hubo, según cuentan los libros, un tiempo en el que todo mal del hombre era adjudicado a un demonio. La pereza, la codicia, la envidia, la arrogancia, la mentira, el robo y el crimen eran justificados en la medida que se encontraba poseso el implicado al momento de realizar el acto. Y si existía un demonio para todo eso, obviamente lo iba a existir para la mala redacción, la mala ortografía y la incoherencia. Es obvio que exista, pues, en esa época, los únicos que escribían eran el  clero y la clase acomodada, así que necesitaban una justificación para sus faltas. Al parecer hoy en día este pequeño espíritu burlón denominado Titivillus sigue existiendo entre esa clase acomodada.

Tal vez se haya extendido más allá de Europa asentándose, al parecer, en nuestra querida Colombia, teniendo claro está, una sucursal en la Casa Blanca y en el palacio de Miraflores. Cómo mas se explicaría lo que está sucediendo hoy en día con esos políticos que son a su vez una forma de clero y de clase acomodada. No se puede explicar de otra forma, sufren una posesión inminente cuando se encuentran frente a twitter o Facebook desde las cuales, como pergaminos postmodernos, firma en piedra sus comentarios engañosos, venenosos y llenos de falacias. Imaginémonos por un momento la posesión de un político, sería algo así: Oh! Titivillus que has sabidos realizar un trabajo a las mil maravillas, ven a mí, apiádate de mi alma, entra como quien es un invitado a la casa de la memoria, entra como un rey y toma poder sobre estas manos twitteras ansiosas de malas palabras.

Imaginemos a los pobres políticos, dormidos, débiles, sin la capacidad de reaccionar rápidamente sentir como ese espíritu que desde el techo los mira, va bajando poco a poco para entrar en el cuerpo y al momento de despertar, este pobre ser, tenga la capacidad de escribir: “la tal masacre de las bananeras no existe”, el tal paro campesino no existe”, “los jóvenes de Soacha eran criminales” o “nos volveremos castro-chavistas”. Todo esto bajo el influjo de Titivillus que sonriente dirige la mano de los incautos para que jueguen con las palabras como jugando con los desechos de un perro: “El derecho no tiene que ver nada con la ética”.

Como vemos, hoy en día no solo es el error ortográfico, sino el semántico el que está perpetuando el error, incluso en su fase pragmática Titivillus empezó a ejercer poderosa influencia, pues, ya no solo ataca la escritura, también empezó a atacar el habla, ya que, lo que se dice también contiene un error. Si no es convincente la información, recordemos que hace poco desde la casa blanca el pequeño demonio le hizo decir a Trump que muchos países somos o son “un país de mierda”. En este mundo de grandes tecnologías la palabra vuelve a adquirir el poder que tenía en la antiguedad, tal vez sea necesario empezar a recalcar esto, repetir una y otra vez el error cometido por el político para que adquiera consciencia y despierte a los que, dormidos, este año van a votar.

No sabemos realmente porque los políticos, piensan, dicen y escriben lo que escriben, no hay explicación científica sobre sus actos. No hay ni siquiera una explicación moralmente correcta para determinar si sufren de alguna posesión que los hace imbéciles o si simplemente en su afán de calar en la mente de los votantes y jugando a la provocación gustan de decir las barbaridades que dicen. En el fondo, deberíamos de sentarnos a rezar por el alma del pobre político que dormido como permanece queda débil ante la influencia de tal demonio, recemos señoras y señores, recemos.


Aunque no deberíamos decirnos mentiras. Sabemos –porque lo sabemos y no queremos actuar- que no podemos echarle la culpa a una falsa posesión sobre las malas palabras que escriben y dicen los políticos. Sabemos que ellos lo hacen de la forma más consciente, sabemos que sus ojos están despiertos, sus manos muy atentas y sus sonrisa bien abierta. Sabemos, en conclusión, que incluso nosotros con nuestra desmemoria somos los causantes de la mala mirada con la que se llenan los discursos contemporáneos, pues ahora, por nuestra mala memoria, los políticos se han vuelto tan cínicos que no les importa gritar a los cuatro vientos sus enfermas incoherencias.

martes, 9 de enero de 2018

COLOMBIA O LA MEDIDA DE LA FELICIDAD

COLOMBIA O LA MEDIDA DE LA FELICIDAD

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Cuando se hacen los informes sobre los países más dichosos del mundo –que no se entiende a que se debe eso, pues, no se comprende si implica que a partir del informe los gobiernos de los diferentes países deben generar propuestas para ver más sonrisas en sus ciudadanos- sabemos de sobra que Colombia ya ocupa un lugar privilegiado. Siempre aparece en primer o en segundo lugar como este año, comprendiendo así, que está generando unos altos estándares de calidad en la felicidad de sus ciudadanos. Nos hace pensar por un momento que la medida no es la felicidad en sí, sino mas bien, qué nivel de felicidad tienen los demás países con respecto a Colombia. Es eso, o la verdad el ser felices no nos da un verdadero reconocimiento.

Al parecer somos dichosos, dichosos como los cerdos en el fango, como un niño en una dulcería, como una religiosa en su iglesia. Pero, basta ver el titular con que se celebra tal acontecimiento para notar que no se entiende realmente si lo que dice es verdad. Nos vemos con la ilusión de la constante algarabía por los logros nacionales y personales, celebrándolos todos los días haciendo que olvidemos los males que nos aquejan. Así parece, pero también parece que somos dichosos por las noticias que vemos, lo que puede comprobar que nuestra dicha es directamente proporcional a la violencia, la corrupción, la politiquería, la mermelada, las mentiras o los desmanes que vemos a diario.

Todo esto, porque aquí todos sonreímos sin que nadie sea capaz de hacerlo mejor que nosotros. Nos gusta permanecer en los primeros lugares de esta fantasmal competencia, ser por fin, desde cualquier punto de vista, una potencia mundial en algo ¿En qué? Ni idea, pero lo somos. Si somos lo suficiente capaces para saber porque somos tan felices en el fango, tal vez nos podemos referir a factores que en el fondo y para la banalidad de esta sociedad, no son realmente importante. Uno de los factores, el más importante, es la desmemoria, la amnesia constante que como enfermedad crónica nos invade de las formas más creativas. Puede que este sea nuestro mejor mensaje para los competidores de todo el mundo, puede que con esto, podamos decir a los demás países que nos emulen y nos sigan.

Porqué no. Hagámoslo, seamos orgullosos de ser los más felices sin saber porqué realmente lo somos. Vendamos la pastilla de la amnesia que tanto sabemos degustar y gritemos a todo lado nuestra formula monumental. Señoras y señores, países de todo el mundo ¿quieren ser felices? Usted, que es de Alemania, quiere ser feliz, pues olvide que alguna vez peleó con el mundo dos veces y que en una de ella tuvo por gobernante al artista de brocha gorda que casi acaba con el mundo. Usted, japonés, olvide que le destruyeron dos ciudades con sendas bombas cuyas secuelas aún se conocen, ustedes rusos, chilenos y argentinos, olviden que tuvieron dictadores que borraron de la faz de la tierra y de la memoria a varios desaparecidos. Sonría con la pastilla querido venezolano, sonría olvidando que puso en el poder a un hombre que al morir dejo de reemplazo a un imitador que los lleva directo al abismo.


En fin, seamos felices mundo entero, porque al fin de cuentas la miseria del mundo se puede acabar. Para qué competir en algo en que todos deberíamos de ser expertos, nosotros, todos los años, lloramos de la felicidad al ver como la corrupción nos engaña en la cara. Sabe que se sale con la suya y no importa que se haga, no importa que se luche; porque ahí está, pintada como un viejo gordo, calvo, de gafas negras con traje, de corbata, quien con un periódico en la mano ríe a carcajadas mandándose hacia atrás con su silla de cuero; cayendo y riendo sin parar, dando vueltas y llorando de la dicha por guardarse lo que nadie podrá jamás palpar.

jueves, 4 de enero de 2018

UN TRISTE PARAÍSO SIN MEMORIA

UN TRISTE PARAÍSO SIN MEMORIA

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Al parecer nuestra puerta del infierno decía la verdad. No nos ha pasado como a Dante que entrando vivo termino en el paraíso contemplando la divinidad al lado de su tres veces amada Beatriz. Y tal vez pasa esto porque nosotros no estamos vivos. Somos mas bien un pueblo muerto cuyas almas rotas, desgarradas, y hechas añicos por el desgaste del camino que dé lo largo, tortuoso y espinoso nos ha hecho perder la memoria de nuestro pasado. Somos almas amnésicas que sin saber por terminamos en este valle de lágrimas lo andamos tambaleándonos de un lado a otro, no como un péndulo con su vaivén medido, calculado y perfecto, sino aleatorio, yendo de aquí para allá pensando que hay hilos que desde arriba nos van llevando.

¿Pero eso debería ser así? ¿Debería ser así la vida?, como si no importara nada de lo que en realidad pasa, como si tuviera más conciencia un perro abandonado de su triste condición que nosotros jalados por una maquinaria antiquísima que nos ha convertido en verdaderos borregos de los cuales unos se dejan para crianza y otros para el matadero. Lo triste de todo esto es escribir lo que cientos de miles de personas están pensando y no hacer nada en lo absoluto. No se hace nada porque no lo hemos hecho, desde hace mucho, desde el momento en que perdimos la memoria y empezamos a creer que un tamal, una lechona, un baile, un partido, un paseo o un festivo nos mantienen la ilusión de la felicidad.

Si, la felicidad se ha convertido en nuestra droga, en nuestro edema, nuestro placebo con el cual creamos fantasías milenarias donde todo anda bien, donde los males le llegan a los otros. Porque así siempre lo hemos pensado. La guerra no está en Bogotá, la guerra está en otros pueblos alejados; la violencia y el sicariato son problemas de los paisas y los caleños; la corrupción solo es en la costa; la droga solo está en el Bronx, acabémoslo y acabamos el problema; la pobreza y el bandalismos solo están en la localidades periféricas; los políticos son los corruptos, ellos son los únicos que se roban la plata; la historia hay que revisarla al punto de acabar con los mitos macondianos que tanto han hecho daño. Y todo eso, mientras que no suceda en el patio de mi casa no me corresponde.

Y a pesar de saber todos esto, seguimos así. Seguimos como fantasmas apuntillados, ajusticiados por centauros amenazantes llenos de ira, ensordecidos por el canto de sirenas que bajo el agua esconde su veneno, amenazados por arpías que con sus garras llegan a lo más profundo del corazón apretándolo fuerte para hacernos decir que nada pasa, que todo está bien. Leer los periódicos es leer el infierno de la Divina Comedia, con todo y sus regentes. Seguimos regidos por un centauro milenario que hambriento e insaciable pide cada año su cuota de muertes violentas y cada cuatro años pide el sacrificio de una masa de votantes.


Vivir la viva aquí, a veces, sin olvidar lo hermoso que nos haya pasado, es nuestro mundo dantesco en el cual, o merecemos estar condenados por los mismo aportes que damos a sus regentes, apoyándolos, convirtiéndolos en sacerdotes de la nueva fe, validando sus mentiras y haciéndolas frases inolvidables o estamos condenados porque no sabemos cómo salir de este miserable laberinto. No lo sabemos, la mitad de nosotros señala que es lo primero, que lo merecemos por pura macula del pasado, la otra mitad señala que a pesar de querer pareciera que no podemos salir. Pero al final, sin un acuerdo, solo podemos afirmar que mientras no salgamos seguiremos siendo esa masa fantasmal sin memoria que camina por el valle de las sombras creyendo que es un triste paraíso sin memoria.