domingo, 14 de octubre de 2018

EL HAMBRE Y LA SED


EL HAMBRE Y LA SED

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Una manifestación es un grito, es un rio en el cual miles de cabezas gritan a una sola voz su impotente necesidad de cambio. Y los espectadores, el público y los ignorantes, nos convertimos en poco más que un objeto de sumisión que en silencio está de acuerdo con “lo que no se hace”. La parte importante de una marcha no es la temática, pues es algo que todos conocemos; no es los indignados porque para la voz popular son los mimos de siempre; no es importante tampoco el gobierno porque ellos siempre dicen las mismas palabras que los manifestantes no creen y que en la mente, en ese subconsciente negro que todo gobierno tiene y que también aplica, siguen siendo maestros de mentiras y falsas esperanzas. No, ellos no son importantes, los importantes somos nosotros, los espectadores, los que vemos desde los medios los pasos de los indignados, de los humillados y los ofendidos.

¿Qué nos hace ser simples espectadores de los problemas que nuestro país mantiene? Las excusas son una larga lista a decir verdad. Hay quienes dicen que su trabajo no se lo permite porque cumplen un horario y les afecta mas no ir a trabajar que solucionar los problemas con una marcha. Hay quienes dicen que no asisten porque el sentido de la marcha es inútil, es contradictorio y en sí misma, no significa el método más efectivo para cambiar las cosas o los problemas. Hay quienes afirmarían en voz baja que la marcha simplemente es una estrategia política de los contradictores y que a pesar de que están de acuerdo con lo que denuncian, su voto se los prohíbe. Y hay quienes afirmar que apoyan la protesta porque es algo políticamente correcto pero que no les interesa en lo más mínimo.

Los espectadores no tienen nada que perder ni nada que ganar en una protesta, no lo tienen porque para eso tendrían que vivir con sed y hambre; algo, que en la capital no se da comúnmente. Esa es tal vez la peor parte de toda esta situación. Las marchas en Colombia suelen darse en muchos lugares, pero entre más apartadas de la capital menos posibles será que los escuchen, por eso, deben moverse de cualquier forma a Bogotá para que los oídos que los deben escuchar estén más cerca. Pero venir aquí es venir a un lugar donde la sed por falta de agua potable o por falta de una buena administración (aunque aquí no podemos hablar de una buena administración tampoco) y el hambre por el dinero que se pierde, por la falta de oportunidades o porque simplemente los gamonales, caudillos y tiranos regionales los someten no parece impactar. Porque, diciendo la verdad, Bogotá se ha convertido históricamente en un palco desde el cual se ven los problemas sociales, se siente lastima, se dice “pobres gentes”, se llora por lo que sucede pero al final del día solo se da una palmada en la espalda y se sigue el camino.

Por todo eso es que los espectadores, los que miramos como la gente se moviliza por una situación, somos la peor parte o el peor problema que la sociedad colombiana tiene. Porque ser espectador es ser un simple descriptor de una sociedad donde no queremos vivir pero nos aguantamos. Ser espectadores es ser otra parte más que gusta de invisibilizar al pobre, al desahuciado, al que no tiene nada y no logra tenerlo. Como espectadores, a pesar de que no lo tenemos, tampoco lo queremos, porque querer significa luchar, y en esta tierra cucañera la lucha simplemente es lo que para un estudiante es asistir al colegio: una inutilidad. Un espectáculo sin público no es espectáculo, y al público le gusta celebrar las victorias, les gusta estar del lado del más popular, del famoso, del poderoso, no le gusta perder. Y en toda marcha, el gobierno y sus “dirigentes” son la bonanza y satisfacción en cambio los protestantes son “el hambre y la sed”. ¿Creen que alguien quiere realmente aguantar hambre y no tener que beber?

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