EL
HAMBRE Y LA SED
Por:
Carlos J. Gutiérrez.
Una manifestación es un
grito, es un rio en el cual miles de cabezas gritan a una sola voz su impotente
necesidad de cambio. Y los espectadores, el público y los ignorantes, nos
convertimos en poco más que un objeto de sumisión que en silencio está de acuerdo
con “lo que no se hace”. La parte importante de una marcha no es la temática,
pues es algo que todos conocemos; no es los indignados porque para la voz
popular son los mimos de siempre; no es importante tampoco el gobierno porque
ellos siempre dicen las mismas palabras que los manifestantes no creen y que en
la mente, en ese subconsciente negro que todo gobierno tiene y que también aplica,
siguen siendo maestros de mentiras y falsas esperanzas. No, ellos no son
importantes, los importantes somos nosotros, los espectadores, los que vemos
desde los medios los pasos de los indignados, de los humillados y los
ofendidos.
¿Qué nos hace ser simples
espectadores de los problemas que nuestro país mantiene? Las excusas son una
larga lista a decir verdad. Hay quienes dicen que su trabajo no se lo permite
porque cumplen un horario y les afecta mas no ir a trabajar que solucionar los
problemas con una marcha. Hay quienes dicen que no asisten porque el sentido de
la marcha es inútil, es contradictorio y en sí misma, no significa el método
más efectivo para cambiar las cosas o los problemas. Hay quienes afirmarían en voz
baja que la marcha simplemente es una estrategia política de los contradictores
y que a pesar de que están de acuerdo con lo que denuncian, su voto se los prohíbe.
Y hay quienes afirmar que apoyan la protesta porque es algo políticamente
correcto pero que no les interesa en lo más mínimo.
Los espectadores no
tienen nada que perder ni nada que ganar en una protesta, no lo tienen porque
para eso tendrían que vivir con sed y hambre; algo, que en la capital no se da comúnmente.
Esa es tal vez la peor parte de toda esta situación. Las marchas en Colombia suelen
darse en muchos lugares, pero entre más apartadas de la capital menos posibles
será que los escuchen, por eso, deben moverse de cualquier forma a Bogotá para
que los oídos que los deben escuchar estén más cerca. Pero venir aquí es venir
a un lugar donde la sed por falta de agua potable o por falta de una buena
administración (aunque aquí no podemos hablar de una buena administración
tampoco) y el hambre por el dinero que se pierde, por la falta de oportunidades
o porque simplemente los gamonales, caudillos y tiranos regionales los someten
no parece impactar. Porque, diciendo la verdad, Bogotá se ha convertido
históricamente en un palco desde el cual se ven los problemas sociales, se siente
lastima, se dice “pobres gentes”, se llora por lo que sucede pero al final del
día solo se da una palmada en la espalda y se sigue el camino.
Por todo eso es que los
espectadores, los que miramos como la gente se moviliza por una situación, somos
la peor parte o el peor problema que la sociedad colombiana tiene. Porque ser
espectador es ser un simple descriptor de una sociedad donde no queremos vivir
pero nos aguantamos. Ser espectadores es ser otra parte más que gusta de
invisibilizar al pobre, al desahuciado, al que no tiene nada y no logra
tenerlo. Como espectadores, a pesar de que no lo tenemos, tampoco lo queremos,
porque querer significa luchar, y en esta tierra cucañera la lucha simplemente
es lo que para un estudiante es asistir al colegio: una inutilidad. Un espectáculo
sin público no es espectáculo, y al público le gusta celebrar las victorias,
les gusta estar del lado del más popular, del famoso, del poderoso, no le gusta
perder. Y en toda marcha, el gobierno y sus “dirigentes” son la bonanza y
satisfacción en cambio los protestantes son “el hambre y la sed”. ¿Creen que
alguien quiere realmente aguantar hambre y no tener que beber?
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