martes, 27 de marzo de 2018

UN DESASTRE NATURAL

UN DESASTRE NATURAL
Por: Carlos J. Gutiérrez.

Cuándo se comenzó con el desastre natural del espíritu humano. Es un pregunta profunda, extensa, filosófica, laberíntica incluso, tanto, que se presenta la necesidad de pedir ayuda a Ariadna para que nos guie por los enrevesados caminos que podemos encontrarnos en la búsqueda por la respuesta a esta pregunta. Pero incluso, el hilo que ella nos lance o nos ate no es suficiente, no lo es por el simple hecho de que cada vez que queramos dar con la respuesta el mundo hedonista se nos planta al frente al punto de hacernos desear no continuar con nuestro camino, pararnos en el primer espacio cómodo que, lleno de mentiras, nos cautiva como buenos infantes inocentes que no responden de forma crítica a su espejo de ilusión.

Porque todo eso puede pasar. Si la respuesta a esa pregunta no la hemos encontrado no ha sido por pereza, no, no ha sido porque desconozcamos los caminos que debemos recorrer, no, no ha sido porque nuestra ignorante torpeza nos impida ver más allá de lo obvio, no. La respuesta tal vez podemos saber dónde encontrarla, incluso podemos desistir de utilizar el hilo divino para hallarla; pero el problema es que cuando vemos que la respuesta está muy atrás en nuestro pasado, empezamos a desviarnos del camino gritando con desalmado engaño que todo fue una trama divina, una mácula incurable que solo será solucionada por los dioses. Por ende, cuando preguntamos por el origen de nuestros males, como un grupo de coreutas, alzamos nuestra voz lastimera para que el rayo caiga sentenciando: “Deus ex machina”.

El desastre natural del espíritu viene de un pasado que continua en el presente. Viene de una sucesión de eventos desafortunados, fortuitos e incluso malévolos que revientan de la risa como un bromista cuando ve que su amigo ha caído en la trampa. Viene también de esos actos sinceramente arrogantes que hacemos para demostrar nuestra superioridad, nuestro sobrevalor o nuestra capacidad de ser mejores que los demás. Aquél desastre es la suma de todo lo anterior, pero en ninguno de los casos es un golpe divino merecido en las proporciones dadas desde lo alto. No lo es por el simple hecho de que así como la primera falta, la primera muerte, la primera ley, el primer templo, el primer sacrificio, el rey original, la primera corona, la primera masacre son acciones netamente humanas.

Al ser así no podemos buscar fuera de nosotros el origen. Así que, cuando nos damos cuenta que el espejo de los deseos insatisfechos nos refleja nuestra verdad, cerramos los ojos, pensamos en el horror que hemos hecho para simplemente tomar la decisión de alejar ese cáliz pidiendo que algo nos salve, nos libere; luego de estas palabras, nuestro deseo actúa para transformarnos al mundo que deseamos, al mundo en donde placenteros olvidamos que los causantes de los mayores males somos nosotros mismos. Así que, al final de todo, de la vida, del tiempo, el hombre que se ha hecho miles de preguntas sobre el porqué su mundo es así, termina, corriendo aterrado a refugiarse bajo la capa del placer con el fin de olvidar que descubrió su mayor culpa.

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