domingo, 19 de febrero de 2017

DEL SACERDOCIO O LA ORDEN DE BARBA AZUL

DEL SACERDOCIO O LA ORDEN BARBA AZUL[1]

POR: Carlos Gutiérrez.

Los sacerdotes abandonaron la fe o se sintieron abandonados cuando se dieron cuenta que su fuerza dentro de las decisiones del país dejaron de contar. Hoy en día ellos perdieron el poder frente a los cristianos. Se sentaron en su sillón de terciopelo o de cuero, miraron la cruz mientras que su mente divagaba en un oscuro secreto. Se transmutan, cambian su rostro, y como en la caricatura de Vladdo su falsa santidad se deforma en un grotesco demonio de cuernos muy cortos y la cristiana frase “dejad que los niños vengan a mi” se tergiversa de la peor manera.

Hoy en día, los sacerdotes no parecen esos seres de antaño conocidos por sus feligreses que recorrían el barrio siempre acompañados por las abuelas más devotas de la comunidad tratando de averiguar en que podían ayudar. Ya no son aquellos hombres a los que las iglesias se les llenaban los domingos durante todo el día, que hacían parte del ideario de la ciudad y que importaban en la medida en que la iglesia era un centro de reunión. No, ahora, los sacerdotes parecen más bien los fundadores de una orden que rinde culto a Giles de Rais y que tratan de seguir al pie de la letra la vida de este sanguinario personaje que luego de la quema de su amada amiga Juana de Arco perdió la fe y la razón.

Aquellos hombres de fuerte fe abandonaron la creencia cristiana, la ley y los relatos sobre Jesús y sus buenas obras. La biblia ya no es su cobijo, antes bien, parece más un estorbo que los inquieta y ya no reflexionan sobre cómo hacer de la iglesia una nueva fuente de feligreses humildes. De cabecera ya no tienen la vida y obra de San Juan Bosco quien centró su labor en el cuidado, protección y educación de los niños que menos posibilidades tenían de vivir en este mundo. No, ahora ellos de cabecera tienen el Corydon de André Gide. A él y a sus obras, por afinidad de conceptos reconocieron su error y lo sacaron del indicie de libros prohibidos desde Roma. Lo integraron a su vida, lo abrasaron y lo coronaron como su santo patrono.

Sus iglesias ya no son los espacios de fe, rezo e iluminación divina que todo ser busca después de regresar del trabajo. Allí se pasa con desconfianza, se siente miedo al ver las puertas cerradas e ignorar que es lo que hace el padre mientras que no está en el altar frente a sus devotos asistiendo la misa diaria. Ahora se pueden ver como castillos donde desde el olor del incienso, acostados en la cama con un libro non sancto en su mano imaginan paisajes pastorales donde pueden disfrutar del pecado que saben al que faltan. Imaginan como buenos inmoralistas, que lejos de los niños su enfermedad se agrava y solo encuentran salud, bienestar y refugio en esos cuerpos pequeños y débiles. Sus cuerpos paganos aceptan desde ahí al infante quien les dará la cura placentera.

Estos creadores de la orden de Barba Azul hasta ahora solo cometen el crimen de violentar el cuerpo en vida del infante, pero, esperemos que no deseen ir más allá y emular por completo a su patrono. Esperemos que no pasen de la violación a la desaparición, que cuando sea tardíamente descubierta se destape una cloaca en la cual las sotanas lascivas de estos hombres para curar su mal mantengan los cuerpos inertes de niños inocentes que solo tuvieron la culpa de existir y pasar cuando el alma hambrienta del sacerdocio cumpliendo lo que hacía su patrono Giles de Rais los asesine para evitar ser descubiertos en el crimen.

¿Qué si la iglesia católica debe pagar por las victimas de sus pastores? –Pregunta l revista Semana en uno de sus artículos- Las ovejas ya no están tranquilas porque su protector es su verdugo. La victima queda moral y físicamente quebrada. Es claro que la iglesia debe hacerse responsable no solo pidiendo perdón, pues, ¿Qué daño estaba haciendo el infante? ¿El sacerdote por cometer un acto que parece meramente individual, al ser el representante de una institución no está también implicando a la institución? Así como la corrupción de un político hace que la política deba pagar por su falta, la iglesia debe pagar por las faltas de sus malvados pastores.



[1] Artículo escrito el 19 de febrero de 2017.

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