DEL
SACERDOCIO O LA ORDEN BARBA AZUL[1]
POR: Carlos Gutiérrez.
Los sacerdotes
abandonaron la fe o se sintieron abandonados cuando se dieron cuenta que su
fuerza dentro de las decisiones del país dejaron de contar. Hoy en día ellos
perdieron el poder frente a los cristianos. Se sentaron en su sillón de
terciopelo o de cuero, miraron la cruz mientras que su mente divagaba en un
oscuro secreto. Se transmutan, cambian su rostro, y como en la caricatura de
Vladdo su falsa santidad se deforma en un grotesco demonio de cuernos muy
cortos y la cristiana frase “dejad que los niños vengan a mi” se tergiversa de
la peor manera.
Hoy en día, los
sacerdotes no parecen esos seres de antaño conocidos por sus feligreses que recorrían
el barrio siempre acompañados por las abuelas más devotas de la comunidad
tratando de averiguar en que podían ayudar. Ya no son aquellos hombres a los
que las iglesias se les llenaban los domingos durante todo el día, que hacían parte
del ideario de la ciudad y que importaban en la medida en que la iglesia era un
centro de reunión. No, ahora, los sacerdotes parecen más bien los fundadores de
una orden que rinde culto a Giles de Rais y que tratan de seguir al pie de la
letra la vida de este sanguinario personaje que luego de la quema de su amada
amiga Juana de Arco perdió la fe y la razón.
Aquellos hombres de
fuerte fe abandonaron la creencia cristiana, la ley y los relatos sobre Jesús y
sus buenas obras. La biblia ya no es su cobijo, antes bien, parece más un
estorbo que los inquieta y ya no reflexionan sobre cómo hacer de la iglesia una
nueva fuente de feligreses humildes. De cabecera ya no tienen la vida y obra de
San Juan Bosco quien centró su labor en el cuidado, protección y educación de
los niños que menos posibilidades tenían de vivir en este mundo. No, ahora
ellos de cabecera tienen el Corydon
de André Gide. A él y a sus obras, por afinidad de conceptos reconocieron su
error y lo sacaron del indicie de libros prohibidos desde Roma. Lo integraron a
su vida, lo abrasaron y lo coronaron como su santo patrono.
Sus iglesias ya no son
los espacios de fe, rezo e iluminación divina que todo ser busca después de
regresar del trabajo. Allí se pasa con desconfianza, se siente miedo al ver las
puertas cerradas e ignorar que es lo que hace el padre mientras que no está en
el altar frente a sus devotos asistiendo la misa diaria. Ahora se pueden ver
como castillos donde desde el olor del incienso, acostados en la cama con un
libro non sancto en su mano imaginan
paisajes pastorales donde pueden disfrutar del pecado que saben al que faltan. Imaginan
como buenos inmoralistas, que lejos de los niños su enfermedad se agrava y solo
encuentran salud, bienestar y refugio en esos cuerpos pequeños y débiles. Sus cuerpos
paganos aceptan desde ahí al infante quien les dará la cura placentera.
Estos creadores de la
orden de Barba Azul hasta ahora solo cometen el crimen de violentar el cuerpo
en vida del infante, pero, esperemos que no deseen ir más allá y emular por
completo a su patrono. Esperemos que no pasen de la violación a la desaparición,
que cuando sea tardíamente descubierta se destape una cloaca en la cual las
sotanas lascivas de estos hombres para curar su mal mantengan los cuerpos
inertes de niños inocentes que solo tuvieron la culpa de existir y pasar cuando
el alma hambrienta del sacerdocio cumpliendo lo que hacía su patrono Giles de
Rais los asesine para evitar ser descubiertos en el crimen.
¿Qué si la iglesia católica
debe pagar por las victimas de sus pastores? –Pregunta l revista Semana en uno
de sus artículos- Las ovejas ya no están tranquilas porque su protector es su
verdugo. La victima queda moral y físicamente quebrada. Es claro que la iglesia
debe hacerse responsable no solo pidiendo perdón, pues, ¿Qué daño estaba haciendo
el infante? ¿El sacerdote por cometer un acto que parece meramente individual,
al ser el representante de una institución no está también implicando a la
institución? Así como la corrupción de un político hace que la política deba
pagar por su falta, la iglesia debe pagar por las faltas de sus malvados
pastores.
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