viernes, 9 de diciembre de 2016

DANZA MACABRA

DANZA MACABRA
POR: Carlos J. Gutiérrez.

Hay una fiesta galante y nada oculta que el mundo permite cuando los tiempos inmisericordes pasan sin pausar. Una fiesta en la que los bailarines usan tres trajes diferentes por su papel durante el evento, una bailarina usa el traje blanco, un bailarín un traje negro y otros un traje gris. Todo listo para el baile que se presenta. El salón redondo iluminado de una suave luz brillante da la bienvenida a todo aquel que desee participar. Hay en el mundo de las acciones y los eventos tres personajes que complementa esta danza macabra donde la comida y el vino abundan para olvidar.

La bailarina, de traje blanco sentada a la espera del primer movimiento. Sonríe, sus manos en sus rodillas y sus piernas cruzadas ven pasar a las sombras que se saludan entre sí, se codean, sus sonrisas más blancas aun expresan dicha y satisfacción. La bailarina, tímida pero contenta, ve en el salón redondo que todo aquello que ahí se mantiene es el paraíso terrenal que se nos ha bajado desde el cielo. Hay varias, muchas otras que esperan una invitación, pero quien será el que tomara la iniciativa, qué bailarín, qué caballero galante hará el primer movimiento para que la bailarina levante su mano. Ahí viene.

Una figura oscura, su traje negro, su sonrisa sin temor, da pasos, no largos para no asustarla, suaves, musicalizados con los instrumentos, la mira fijamente. Lleva en sus manos un racimo de uvas, son pocas las que quedan, pues él ha consumido algunas mientras a lo lejos la miraba, la acechaba y esperaba el momento de empezar. Se acerca, su mano extiende el racimo brillante de tres siluetas moradas que gratifican la mano de la doncella quien con sus dedos suaves las tomas y las acerca a su boca. El baile casi empieza.

El bailarín de traje gris, triste observa como las dos siluetas se juntaron y el no pudo tomar iniciativa. Se pondrá a bailar con siluetas de su mismo color más lo único que hará es dar unos pasos torpes mientras que obseso ve el baile principal. Los violines se mueven con ritmos suaves para que las parejas se inviten entre sí, para que el salón redondo se pueble de siluetas en movimientos giratorios donde sus sonrisas desprevenidas desaparecen y donde la comida, el festín, tiende a desperdiciarse. El vino, el vino se agota, todo ha sido bebido, nada quedo para ser repartido nuevamente. El éxtasis proviene de la suma del elixir que aligera los pasos de las figuras.


La silueta negra toma la mano de la bailarina, la toma de su espalda, giran, giran y giran hasta llegar al centro del salón. Las figuras grises solo bailan y miran encantadas aquello que se les presenta, solo uno, solo uno ve eso con temor. El bailarín quien tiene en sus brazos a su bailarina le sonríe sin que ella entienda, mas no se suelta, permanece junto a él, la retira un poco, su traje negro se encuentra ahora adornado con una rosa carmesí. Un giro de la distancia la devuelve al bailarín, el cae en su pecho, observa la rosa, lo mira, sonríe, el hombre se la entrega, la bailarina la toma y se pincha con las espinas, sus dedos empiezan a sangrar, su rostro se vuelve algo triste, palidece, el hombre la acaricia, le sonríe, le dice que todo está bien, dan giros que hacen que su vestido blanco se torne rojo a cada momento. El bailarín de gris, mira, absorto, obseso, silencioso, no había visto un espectáculo como ese, no reacciona más que para permanecer quieto y mirar como el cuerpo inerte de la bailarina despojado de su blancura cae en medio de la gente y se torna sangre, y el bailarín se vuelve una sombra, un sombra que gira rápido, se avienta al techo y se esfuma. Los violines bajando sus tonos van desapareciendo, todo ha quedado en silencio, la sangre permanece ahí, nadie hace nada, nadie se atormenta, nadie sabe que pasó y que pasará.   

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