DANZA
MACABRA
POR: Carlos J.
Gutiérrez.
Hay una fiesta galante
y nada oculta que el mundo permite cuando los tiempos inmisericordes pasan sin
pausar. Una fiesta en la que los bailarines usan tres trajes diferentes por su
papel durante el evento, una bailarina usa el traje blanco, un bailarín un
traje negro y otros un traje gris. Todo listo para el baile que se presenta. El
salón redondo iluminado de una suave luz brillante da la bienvenida a todo
aquel que desee participar. Hay en el mundo de las acciones y los eventos tres
personajes que complementa esta danza macabra donde la comida y el vino abundan
para olvidar.
La bailarina, de traje
blanco sentada a la espera del primer movimiento. Sonríe, sus manos en sus
rodillas y sus piernas cruzadas ven pasar a las sombras que se saludan entre
sí, se codean, sus sonrisas más blancas aun expresan dicha y satisfacción. La bailarina,
tímida pero contenta, ve en el salón redondo que todo aquello que ahí se
mantiene es el paraíso terrenal que se nos ha bajado desde el cielo. Hay varias,
muchas otras que esperan una invitación, pero quien será el que tomara la
iniciativa, qué bailarín, qué caballero galante hará el primer movimiento para
que la bailarina levante su mano. Ahí viene.
Una figura oscura, su
traje negro, su sonrisa sin temor, da pasos, no largos para no asustarla,
suaves, musicalizados con los instrumentos, la mira fijamente. Lleva en sus
manos un racimo de uvas, son pocas las que quedan, pues él ha consumido algunas
mientras a lo lejos la miraba, la acechaba y esperaba el momento de empezar. Se
acerca, su mano extiende el racimo brillante de tres siluetas moradas que gratifican
la mano de la doncella quien con sus dedos suaves las tomas y las acerca a su
boca. El baile casi empieza.
El bailarín de traje
gris, triste observa como las dos siluetas se juntaron y el no pudo tomar iniciativa.
Se pondrá a bailar con siluetas de su mismo color más lo único que hará es dar
unos pasos torpes mientras que obseso ve el baile principal. Los violines se
mueven con ritmos suaves para que las parejas se inviten entre sí, para que el salón
redondo se pueble de siluetas en movimientos giratorios donde sus sonrisas
desprevenidas desaparecen y donde la comida, el festín, tiende a
desperdiciarse. El vino, el vino se agota, todo ha sido bebido, nada quedo para
ser repartido nuevamente. El éxtasis proviene de la suma del elixir que aligera
los pasos de las figuras.
La silueta negra toma
la mano de la bailarina, la toma de su espalda, giran, giran y giran hasta
llegar al centro del salón. Las figuras grises solo bailan y miran encantadas
aquello que se les presenta, solo uno, solo uno ve eso con temor. El bailarín
quien tiene en sus brazos a su bailarina le sonríe sin que ella entienda, mas no
se suelta, permanece junto a él, la retira un poco, su traje negro se encuentra
ahora adornado con una rosa carmesí. Un giro de la distancia la devuelve al
bailarín, el cae en su pecho, observa la rosa, lo mira, sonríe, el hombre se la
entrega, la bailarina la toma y se pincha con las espinas, sus dedos empiezan a
sangrar, su rostro se vuelve algo triste, palidece, el hombre la acaricia, le sonríe,
le dice que todo está bien, dan giros que hacen que su vestido blanco se torne
rojo a cada momento. El bailarín de gris, mira, absorto, obseso, silencioso, no
había visto un espectáculo como ese, no reacciona más que para permanecer
quieto y mirar como el cuerpo inerte de la bailarina despojado de su blancura
cae en medio de la gente y se torna sangre, y el bailarín se vuelve una sombra,
un sombra que gira rápido, se avienta al techo y se esfuma. Los violines bajando
sus tonos van desapareciendo, todo ha quedado en silencio, la sangre permanece ahí,
nadie hace nada, nadie se atormenta, nadie sabe que pasó y que pasará.
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