COMPATRIOTAS
El viejo refrán que
dicta una ironía sagrada e innata al ser humano vuelve a mostrarse con la
crueldad profana que siempre suele utilizar. Pero, esta vez, no fue a terceros
a los que toco, no, por el contrario, el refrán tiene una primera persona con
sujeto propio: nosotros, los colombianos, los sedientos de deseo que jamás se
han cumplido.
No hay necesidad de
pensar mucho el porqué de los problemas de los limites con Nicaragua hacen
valido para nosotros el bello refrán que dice amargamente que uno no sabe lo
que tiene hasta que lo pierde. El fallo de La Haya a favor de Nicaragua se
convirtió en la piedra en el zapato de los patriotas y nos llevó a más de uno a
recordar las épocas de antaño cuando poco a poco se fue desmembrando el sueño
inconcluso del libertador. ¿Es una falla del pueblo? –me pregunto.
¿Nuestra amnesia ha llegado
a tal punto que ya la tierra tricolor está empezando a sufrir un nuevo
desmembramiento? ¿Vamos a ver el surgimiento de una nueva nación descontenta?
Que mis palabras no suenen proféticas por favor. Lo que sucede con Nicaragua no
es un capricho del destino y la fortuna que decidieron jugarnos una mala
pasada. Sucede, porque siempre pensamos que “solo existo yo” y los demás
parecen quedar hundidos en el limbo de la angustia a la espera de un rescate –y
el rescate no viene jamás de nosotros.
Que un tercero nos
quite o colabore en la perdida de algo nuestro no es una novedad; recordemos
Apure, Popayán (durante el siglo XIX, aclaro) o Panamá con la “bien-intencionada”
intervención Americana; más bien, es un patrón que se repite debido a la
ineficacia que tenemos de no reconocer al otro como compatriotas, esa exclusión
(tan innata en los colombianos), es la que impide reconocernos como familia,
como aquella vestida por una sola bandera, es la que estimula el constante
desmembramiento moral y territorial -¿más de un territorio o pueblo no se ha
sentido abandonado?
La lucha del presidente
por retornar a manos colombianas lo que La Haya había puesto en manos
nicaragüenses es traer a nuestra memoria olvidadiza el recuerdo de lo poco que
hemos construido; al mismo tiempo que, su negativa es ese llorar en vano por la
leche derramada, donde hay que perder primero para abrir los ojos, y que hace
que la formula maturaniana alcance su máximo apogeo: mientras ganamos
desconfianza, perdemos territorios.
Por: Carlos Gutiérrez
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