lunes, 27 de abril de 2020

¿CUANDO SE LLEGARÁ A LA RESPONSABILIDAD HISTÓRICA?


¿CUÁNDO SE LLEGARÁ A LA RESPONSABILIDAD HISTÓRICA?
Por: Carlos J. Gutiérrez

Por estos días se está recordando el magnicidio (título rimbombante para hacernos creer que hay gente más importante que los que realmente se sienten así) del candidato a la presidencia durante inicios de los años noventa: Carlos Pizarro. Lo recuerdan porque el juicio sobre su crimen y la investigación sobre quiénes estuvieron implicados detrás de su muerte anda en una “gran pausa” de esas que tanto le gustan al país. Ahora, que un nuevo año en el que celebramos a “esta oveja negra” ha corrido, y que incluso a la JEP, según SEMANA, llegó la solicitud para que el exagente del DAS implicado en su asesinato fuera juzgado desde esta instancia; vale preguntarse: ¿Cuándo se llegará a la responsabilidad histórica? La verdad, para mí, la respuesta se encuentra lejos, lejos, tan lejos, que no se entiende hoy la dimensión de lo que esto implica.

El fenómeno de la violencia lo he escuchado en los medios, lo he leído en los libros de historia – incluso mi fascinación por eventos como la guerra de los 30 años o por el bogotazo se hace imposible de comprender -, lo he visto en las películas belicistas o antibelicistas de las que nos llena Hollywood, y lo he comprendido desde arte pictórico. El fenómeno de la violencia no se escapa a nuestro sentido común porque lo consideramos como la única forma en la cual el hombre puede comportarse como hombre. Desde la biblia hasta la película Jojo Rabbit nos han contado las mil y una formas en las que el hombre puede matarse. Y es tan común, tan corriente hablar sobre la guerra, que, alguna vez, ya sea plagiando a un autor o siendo original, llegué a decir que es un mal necesario sobre todo desde el arte porque es la que nos permite crear algo bello, algo estético. ¡Qué arrogante! Nunca he estado en medio de un conflicto armado y me quiero convertir en un mercader de la muerte. ¡Mea culpa!

Porque la verdad, no solo el que dispara un arma, acuchilla, tortura o destruye pueblos es el culpable del conflicto armado. Detrás de ellos estamos todos los demás que, bajo el sino de nuestra existencia, consideramos como válido que unos se estén matando con otros. Porque al fin de cuentas ¿de qué más se va a nutrir nuestro discurso? ¿de qué más van a vivir los medios de comunicación sino es informando sobre el sufrimiento, ya sea en primera plana o como un apunte en el reglón? ¿de qué van a vivir los políticos para construir un fortín de seguridad en el cual quieren permanecer perennes como los árboles que ahora talan? La violencia, vista de manera histórica se volvió un negocio tan lucrativo que parece que nos consideramos incapacitados para salirnos de él.

Y tal vez ese es el principal problema para todo proceso de paz. Que no vemos una línea directa unida con el hilo más fuerte de las parcas en cada una de las guerras que históricamente hemos vivido. El recordar el pasado es encontrarnos con todos esos procesos de paz o tratados de paz que empezaron mostrando la calma imperecedera pero que con el pasar de los años fue sacando al descubierto las inseguridades, temores y angustias de toda población; miedos con los cuales se montó una nueva guerra creyendo que ese adjetivo es realmente válido.

Hemos sabido parar un conflicto, darle una pausa, decir “no más”. Sin embargo, lo que no hemos sabido es sostener esa pausa, puesto que un dialogo de paz realmente es un ejercicio diplomático que dentro de su psique mantiene vivo al conflicto, ejemplo de ello vemos cómo a pesar de una cese al fuego, de una entrega de armas o de paso a la vida política, el poderoso, el que con miedo terminó provocando el nacimiento de su enemigo, luego de darle la mano y firmar un documento cuya palabra más grande es “PAZ” siguió desconfiando de él y terminó diciendo “te quiero pero lejos (o muerto, que viene siendo lo mismo). Para la vida política de Colombia el enemigo está presente porque los que dominan han sido siempre los mismos; lo que hace que estos grupos que se construyeron como pacificadores desde hace un siglo sigan pensando que son los únicos que tiene el derecho divino de seguir siendo esos pacificadores. Ya sea con la palabra, con la ley o con las armas, han sabido mantener a la sociedad con un miedo por aquel que sin ser parte de ellos se quiere posesionar.

Con lo anterior, no quiero decir que solo los poderosos son los que tienen la culpa, que solo los que ostentan los cargos más importantes del país son los causantes de este mal. No, la verdad no lo creo así, ya que, soy de los creyentes de que, si vamos a nombrar culpables, mirémonos cada uno de nosotros y examinemos, cada uno, nuestro pasado; allí encontraremos la culpabilidad. Sin embargo, de echarnos la culpa ya hemos vivido bastante, latigarnos y jurar “por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa” no ha sido el antídoto necesario para que el mundo cambie. Creo, realmente, que el sacrificio está en comprender que todos debemos ceder y aceptarnos como mortales que dejamos la tierra sin ninguna posesión más que la de nuestro cuerpo, ya que, la violencia viene dada por ese afán de posesión que nos hace arrebatar al otro su vida.

Cuando comprendamos que el mundo existe sin nuestra “artificial necesidad de existir” sabremos que poseer grandes extensiones de tierra, grandes cantidades de dinero o grandes cantidades de lujos no es significado de ser humano, de ser persona, de ahí que, cuando comprendamos eso, comprenderemos que el otro no es el enemigo con el que compito para hacerme más fuerte sino que es con el que trabajo para hacernos fuertes los dos pero no fuerte para luchar contra otros dos, sino fuertes para llegar a viejos y morir tranquilos. Lo anterior implica que habremos pasado, sin darnos cuenta, del perdón, de la reconciliación a la reparación sin que esa palabra signifique que yo me vuelva siervo del otro para que este me humille. Cuando comprendamos eso, nos daremos cuenta que todo el pasado que vivimos debe ser evitado a toda costa, y ahí es donde aparecerá la responsabilidad histórica que tanto se anhela en este mundo. Ahí es donde comprenderemos que no debemos tener responsabilidad histórica por ser alemanes, japoneses, congoleños, estadounidenses o colombianos. No, ahí comprenderemos que debemos tener una responsabilidad histórica porque somos humanos.

sábado, 11 de abril de 2020

NO OS ESCANDALICÉIS TAN ROMÁNTICAMENTE


NO OS ESCANDALICÉIS TAN ROMÁNTICAMENTE
Por: Carlos J. Gutiérrez

Mientras permanezco en mi ostracismo preventivo, internet no parece cambiar en su función. Sigue permaneciendo como “la fuente de información clave” para estar en la casa enterado de todo, tal vez por eso, para algunos, las medidas que se han tomado tampoco es que les haya cambiado la vida. Pero bueno, no vamos a hablar de eso, hacía referencia a internet, porque en una de las redes sociales que adoramos consultar, la librería “La Valija de Fuego” puso una imagen acompañada de una frase me llevó a reflexionar sobre la situación que vivimos. En la imagen vemos las diferentes formas en las cuales las personas encerradas viven el mismo ostracismo voluntario en el cual yo vivo. Esas escenas se contrastan con la calle, en donde los que hacen domicilios, los médicos, los de la basura y otro tipo de personas siguen haciendo su labor, como si nada hubiera cambiado.

La imagen estaba acompañada por la frase “¡No a la romantización de la cuarentena!”. No se podría estar mas de acuerdo con esta idea, sobre todo en tiempos en donde el individualismo es el pan de cada día. El sueño de una torre de marfil; en el cual evitamos el contacto con tantas personas, nos volvemos adoradores del teletrabajo y caminamos lentamente hacia el pensamiento de que estar en casa es estar seguro, también implica la construcción de un mundo ideal en el que el encierro nos hace pensar que todo está bien y que no hace falta nada ni nadie. Pero en ese pensamiento nos olvidamos del otro.

Romantizar un estado en el que nos encontremos no implica prestar atención a la realidad, como comentaría uno de los usuarios de Instagram a la imagen. Y romantizar la pandemia implica que se nos olvida que, por esta, construimos un sistema de evasión en el cual las plataformas, las tareas inventadas o el llenarnos de ejercicios sin terminar ninguno, se convierten en la manera eficaz de obviar lo que no debe obviarse. También nos evita cambiar los hábitos que teníamos incluso antes de entrar en la pandemia, consideramos que normalizar la situación o la forma en la que laboramos es lo más cercano a creer que no ha pasado nada, además que, al parecer, en nuestro subconsciente empieza a crecer un tipo de prejuicio hacia el otro que no habíamos contemplado anteriormente. Empezamos a rechazar a los médicos, los celadores, los repartidores u otro tipo de personas que ven como el mundo se detuvo mientras que ellos siguieron andando.

Romantizar la pandemia implica que olvidamos que nuestras actitudes ante la vida están cambiando y que ese cambio debe tomarse con calma. Ya, La Pulla, en un video de María Paulina Baena, explicaba que con el aislamiento la activitis se volvió una enfermedad debido a la falacia de que hay tiempo de sobra. Cuando, realmente lo que sucede es que el tiempo es el mismo, y los planes que se proyectan no se van a cumplir por más encerrados que se esté. Al fin de cuentas, no se trata de hacer muchas cosas y de querer alcanzar logros de manera inmediata en todas las áreas del conocimiento. Estar encerrados más bien, debe comprenderse, como un ejercicio de responsabilidad mutua, como un momento para hacer una pausa y ver la información con mucha más lentitud de lo que se hacía para dejar de creer en lo que no es cierto o para evitar caer en creencias que solo nos van a embaucar, así como también debe servir para agradecer a esas personas que por diferentes motivos aun salen a las calles puesto que de eso depende su subsistencia.

Ahora recuerdo la frase de Brecht cuando estrenó su obra “Tambores en la noche”, lo que estamos viviendo hoy en día, lo debemos vivir como él solicitaba que el público viera su obra. No se trata de idealizar su mundo apartado del otro, no se trata de entrar en pánico porque se acerca el fin del mundo y por fin le atinamos a una profecía, no se trata de vivir en una angustia constante sobre nuestra existencia esperando que si salimos bien librados de ella para que creer que las cosas deben y van cambiar. No se trata de nada de eso, se trata de mirar con la tranquilidad del alma los diferentes eventos que van sucediendo cada día para poder a partir de ellos tomar medidas que a corto plazo nos van a servir y que, al final, nos mantendrán conectados con la humanidad.

sábado, 4 de abril de 2020

BEATUS ILLE


Beatus ille
Por: Carlos J. Gutiérrez

Por lo general pensamos que las cosas son absolutas. Que permanecen estáticas en el tiempo como si no se movieran y no se desgastaran, como si fueran algo inmaculado que todo el mundo considera verdad absoluta y que por tal motivo no se puede desintegrar. Solemos pensar que la vida solo es válida cuando los momentos que adoramos, las personas que queremos o las acciones que nos gustan son estatuas perennes como un árbol que alimenta nuestra vida. Gritamos a los cuatro vientos el gozo de saber que todo es primaveral, olvidando eso sí, que el ser humano, como sus acciones, es, en la mayoría de los casos un ser de corto aliento al que se le acaban las frutas del trópico y, lo que era dulce lo coge de improviso agrio para volverlo un animal melancólico.

Y esto no es más que un constante golpe de la naturaleza humana al mismo ser. Es un disparo que nos deja amnésicos y dormidos por un buen tiempo, nos vuelve ciegos ante la posibilidad de que el fin se encuentre cerca. Hoy en día, que vivimos un periodo tan oscuro, que terminamos viendo las señales del apocalipsis por todos lados o confirmamos nuestra creencia de que los mayas no se habían descachado, sino que sufrían de dislexia y por eso había escrito 2012, se hace más patente esa melancolía por darse cuenta que las cosas se van a acabar. Recordamos que nuestra vida en las calles con todo y tráfico eran agradables, que el estrés del trabajo apabullante nos mantenía amargados pero vivos o el soportar a lo insoportable nos mantenía despiertos y con las ganas de levantarnos todos los días de la cama.

Vemos cómo las ironías se van acumulando en torno a la situación que padecemos. Pero recordemos que no porque estamos cerca al final de nuestros días la melancolía apareció. No, porque, tal vez todos nosotros hemos sufrido de esa falta de beatus ille que nos debería permitir llevar una vida de goce. No estoy hablando de un epicureísmo alargado donde la cucaña siempre vive presente. No hablo de eso. Hablo de la falta constante que tenemos de darnos cuenta que a las cosas hay que dejarlas ir porque simplemente se acabaron y perdieron su gracia, se volvieron aburridas o pasaron a ser conflictivas. Como individuos que habitamos por un micro instante este globo terráqueo debemos comprender que las cosas son una rosa caída de su carro alado, no son eternas, no son perennes, no estamos en la utopía bebiendo ambrosia y néctar, somo hombres de carne y hueso cuyas acciones son como los alimentos: se deben consumir para que no se dañen.

Pensemos por un momento qué pasaría si al no soltar todos los momentos, las personas, los recuerdos, los objetos y los hechos se fueran acumulando delante, atrás, a un lado o al otro de nosotros. ¿A dónde iría a parar nuestra mente? ¿Cómo podríamos llevar nuestra vida? ¿cuál sería el disfrute que tendríamos? No dejar ir las cosas hace que nosotros como personas nos volvamos esquizofrénicos, paranoicos, soñadores, obsesivos e incapaces de disfrutas los pequeños momentos de la vida. Así que, para no alargarnos más, recordemos siempre que todo cuanto nos rodea tiene una fecha de caducidad, incluso nosotros mismos tenemos esa fecha para esas personas que creemos que se convertirán en nuestro centro o creemos de las que creemos nos volveremos su centro. La verdad es que no, y esto no es malo, porque es mejor haber aprovechado ese corto momento que se vivió a vivir con la angustia constante de querer mantenerlo atado así se a la fuerza.