LA HISTORIA, EL PADRE Y LA VACA SAGRADA
Por: Carlos Gutiérrez.
Siempre es bueno echar una mirada al pasado. Nos recuerda lo que fuimos y nos hace dar cuenta que los pecados o las faltas siempre han estado presentes. Si uno pertenece al poder, simplemente mira la historia para afirmar que no ha hecho más que seguir con las reglas que siempre se han jugado. Pero, si uno lo mira con el ojo del doliente, lo hace con el fin de demostrar que las estructuras sociales no cambian mucho, los modelos económicos solo cambian de palabra, pero el que es poderoso, en su trono siempre se queda. Si miramos la historia, los poderosos de Colombia, que siempre han sido los mismos apellidos, parecen una extensión de la familia Borgia.
Las luchas de los unos con los otros durante las últimas semanas o el último año son la prueba contundente de la mirada corta y la pequeña memoria que los colombianos solemos tener. Los que ahora tenemos treinta años vimos en la última década como surgió una familia que sin tener el mismo apellido, tienen el mismo padre. El mismo que subió al poder y al estar sentado en la oficina que tanto deseaba para fraguar su venganza también empezó el camino para perpetuarse. Y lo logró. Su corrupción no provenía de mantener a sus seguidores con dineros, no, él era un padre, él quería proteger a su pueblo, y su pueblo lo amaba por esto. Pero amar a su pueblo no podía durar cuatro años únicamente, necesitaba más.
Luego de haber amado ocho años a su pueblo quiso realizar otro intento para continuar con su eternización, por suerte no fue posible. A su reino en el norte del país quería expandirlo a la mayor parte del territorio colombiano, pero esta vez, sus cartas jugadas no fueron suficientes y perdió esta batalla. Su as bajo la manga fue colocar a uno de sus muchos hijos políticos. Con lo que no contaba era que este hijo político, dueño de una casa también poderosa no deseaba ser conocido como alguien que es manejado desde las sombras por el padre. Fue ahí donde a sus demás hijos empezó a controlarlos con más fuerza y a incentivarlos para volverlos figuras públicas. Pero sus pecados recaerían sobre estos y tendría que irlos dejando abandonados en su camino.
El centro Democrático parece una extensión o una copia directa de la vida de los Borgia en el renacimiento. Un padre avaro deseoso de poder y unos hijos que aunque parecidos a su padre fueron un poco menos precavidos en la realización de sus delitos. Ahora, que todo se ve desde la perspectiva de ese padre, es difícil reconocer la esencia de sus hijos. Ninguno de ellos es especial, ninguno tiene un don natural más que el de la corrupción heredada. La vida de estos hombre y su relación con su padre es tormentosa, pues, mientras se ven como figuras públicas y políticas que se sentarán en el trono para perpetuar el poder de su padre, también saben de antemano que los demás los miraran con desconfianza y reconocerán a sus espaldas los hilos manejados con gracia por el que posee el verdadero poder.
El escudo de los Borgia era una vaca consumiendo un pasto verde que indica una prosperidad. El padre parece esa vaca, una vaca sagrada intocable que consume poco a poco el pasto político. Su ego es mayor que cualquier cosa, lo que hace que la vaca sea mayor que la cantidad de pasto, y su excesivo consumo que raya con la gula hará que se acabe pronto –mejor para nosotros- y no queden sino pequeñas porciones con un pasto seco que sus hijos ya no podrán consumir. Tristes y perdidos levantarán los ojos al cielo donde los mira con sus hilos y ellos gritarán como más de uno ya lo está haciendo: ¡Padre, ¿por qué me has abandonado?!
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