HOMUS SUBVERSIVUS
Por: Carlos Gutiérrez.
Estamos atrapados, condenados o ligados –cualquiera da igual- a un núcleo o componente social que depende de nosotros para su existencia y que a su vez nos somete por su omnipresencia. Las relaciones entre el ser común, corriente y los dispositivos sociales tiende a ser una pugna entre el desear y el deber. Aquel que hoy en día se le nombre “el de a píe”, como si ocultar la estratificación social ayudara a algo se convierte en el afectado principal en el desarrollo de la economía, la crisis y la restauración.
A ciencia cierta no se sabe que se les pasa por la cabeza a los políticos y dirigentes cuando deciden eliminar de la ecuación al “pobre” al tomar la alternativa de subir o modificar las contribuciones. Es casi graciosa, casi grotesca imaginar la imagen. Una caricatura de un hombre viejo cuyos bolsillos se llenan, a sus espaldas las bolsas con el signo de pesos no se dejan de acumular, sus gafas oscuras ocultan unos ojos brillantes y avaros que apoyados por una sonrisa y una mano en la biblia mienten sin cesar al público ciego y torpe, le dice: “confíen, lo hacemos por el país”.
Este hombre, este homínido que ve como nuevamente sus derechos se convierte en un papel tirado a la basura se ve jalado a la necesidad de evolucionar. El mundo hostil en el que vive, el ambiente, hace que empiece a cambiar sus prácticas cotidianas con las cuales su pensamiento también cambia, madura, y toma el impulso necesario para determinar que desde lo más profundo, debe aprender a vivir bajo las condiciones de agobio que lo molestan. De ahí surge el homus subversivus.
Este ser anclado en los barrios corrientes de la ciudad de Bogotá vive al margen de la ley de dios. Su omnipresencia y su engrandecimiento hacen que por debajo de cuerda pueda cometer pequeños golpes con los cuales engaña al destino. Las lucha que se establecen entre los poderes pequeños y los grandes, como si fueran dioses y semidioses le permiten maniobrar de tal forma que su vida se convierte en una robinhuneada payasa donde lo único que gana es sentir el señalamiento no de víctima de las circunstancia sino de “chico propenso a los problemas”.
El subir las tarifas, el aumentar los precios, al no tener en cuenta al de la clase baja y media para tomar medidas preventivas y mantener a flote la economía del país, hace que el hombre común se convierta en un subversivo que busca por diferentes medios esquivar las trabas y los problemas que el mismo estado genera queriendo de buena fe arreglar el país. Su virtud para el atajo se presenta en la ocasión precisa, no lo culpe, nadie lo puede hacer, pues, cada uno de nosotros precisamente nos convertimos en el homus subversivus cuando vemos que es necesario. Y al origen de este ser se suma ambiente de trabajo: el crimen blanco, ese que se perpetra no con la intención de buscar el placer, sino con la obligación de estar jalado a él.
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