LA TERCERA GUERRA
MUNDIAL SÍ TENDRÁ LUGAR
Por: Carlos J. Gutiérrez
Dos hombres. Uno
algo choncho, rubio, blanco, con una boca pequeña de la que le sale un montón de
palabras cercanas a la basura. Otro, otro es cualquiera, una sombra, un
desconocido que viene de oriente, de medio o del sur. Un enemigo que puede ser
uno mismo. Los dos se sientan en sus mesas, limpias, pulcras, blancas e
impolutas, toman su café, su té, su whisky o lo que ellos mismos prefieran
tomar, sus ojos cerrados simplemente saborean lo que su boca va comiendo poco a
poco. La casa en silencio o con alguna música clásica sonando de fondo mientras
su servidumbre permanece de pie en silencio esperando el chasquido del dirigente
para cumplir alguna orden. El chasquido, esa orden tan impersonal, tan poco
humana pero que tiene la fuerza de movilizar a todo un estado hacia el abismo.
Mientras que estos
dirigentes que no se miran el uno al otro sino a partir de un ejercicio de
diplomacia disfrazada en la cordialidad; en el fondo, sus súbditos principales
convierten a todo el mundo en un conjunto de marionetas arregladas para
ingresar a un campo de batalla. Lo que se necesita para iniciarla no es nada
más que pasarse de la raya; ser lo suficientemente arrogante para mirar por encima
del hombro al otro o pasar por encima de él. Así empezaron las anteriores. En
la víspera de una guerra mundial anunciada desde los deseos más profundos de
los que nos rigen, estas palabras son simplemente la repetición de una obra que
todo el mundo ya conoce y que en algunos puntos la han visto desde la comodidad
de su casa, mientras que otros, la viven en su carne y sangre derramada.
Al parecer, luego
de millones y millones de años, todavía nos vemos como enemigos. Por lo que el
matarnos se volvió una necesidad inmaterial pero cotidiana. Ha sido así desde
que el primer germen que se separó de los monos descubrió que el hueso puede
ser un arma letal si se agarra con fuerza para dar un gran golpe en la cabeza
del otro clan. La historia parece girar en torno a ese golpe, en poner, quitar,
volver a poner o desbancar al que este sentado en el trono mayor. Pero
realmente no es que lo quite, simplemente se turnan, porque los enemigos de
siempre, de hecho, parecen no morir, solamente mueren sus súbditos. Quienes ponen
su cuerpo como los peones del juego. Hay unos, que incluso desde su fanatismo inmisericorde,
se vuelven las mejores marionetas que un líder desde las sombras pueda tener. Matan
con la felicidad de un niño cuando come un dulce; sin darse cuenta que detrás de
esa sed violenta no hay nada bueno para él, ya que no dejará de ser ese peón
sacrificable que se necesita para que funcione la trampa.
De todas las
propuestas apocalípticas que se han mencionado desde el dichoso 2012 de los Mayas,
no parece haber alguna que decida echarle la culpa al hombre; cuando lo hace,
habla del medio ambiente, habla que destruimos la capa de ozono, que matamos
los ecosistemas, que las basuras taparon o mataron las reservas, que la tala de
árboles dejó sin posibilidad de generar oxigeno u otras. Pero, tal vez la que
más hemos obviado porque no la consideramos a simple vista como un elemento
importante para el fin de la humanidad, es la guerra. A esta la hemos
celebrado, temporalizado o contado en millones de fábulas. Pero nunca hemos
dicho: “el fin del mundo llegará porque en un conflicto armado terminaremos matándonos
los unos a los otros y de paso a esta tierra que habitamos”. Nunca lo hemos
dicho, ya sea porque la naturalizamos como un elemento de movilización tecnológica
o porque la vivimos diariamente, así que, una guerra más, una guerra menos no
tiene la importancia vital que debe tener.
Hoy, que estamos
en un momento en donde la arrogancia se vuelve a tomar el poder, en donde la
miseria reina como nunca antes, en donde el otro es más enemigo de lo que era
antes, y cuando los límites que se dibujaron hace mucho para separarnos se
están cayendo a pedazos, es necesario dar cuenta que en nuestras manos está ese
botón de autodestrucción. Ese botón que nos busca desde el comienzo de nuestros
días, que exige una limpieza, un reinicio para reacomodarse a su manera, un
cambio de paradigma para que otro de los mismos se ponga en la punta del
cuchillo. Hoy en día, estamos más cerca de cercenarnos a nosotros mismos que de
que un tsunami de proporciones titánicas nos arrase. Estamos más cerca de que
el mundo implote por el sonido de la metralla, las bombas, los ríos de sangre o
la destrucción atómica que porque se muevan las placas tectónicas o los polos
desaparezcan. Hoy, la tercera guerra mundial si tendrá lugar, lo que aun falta,
es determinar el momento exacto en que el reloj del juicio dé la alarma de
inicio.