domingo, 17 de febrero de 2019

UN ACCIDENTE


UN ACCIDENTE
Por: Carlos Julio Gutiérrez.

Sabemos que la visión europea (por lo menos a nivel general y la que más se ha establecido durante mucho tiempo) nos introdujo en su historia “universal” desde ese accidental 1492 en que Colón por puro desconocimiento llego a estas tierras. Esa visión llegaba con un compendio de saberes que recién se empezaban a volver a contemplar y otros que llevaban mil años contemplándose y convirtiéndose en los saberes claves para el desarrollo de la sociedad occidental. Lo anterior siempre lo tenemos en cuenta al momento de preguntarnos porque llegamos a donde llegamos, pareciera que por los azares del destino el encuentro entre españoles e indígenas se convirtió en la piedra angular de nuestro ascenso como sociedad, pero, lo que olvidamos es que antes de ellos habían otros que tenían un ritmo de vida, de costumbres y de lenguaje totalmente diferente. Tan diferente que cuando hablamos de 1492 nombramos la palabra choque y nos damos cuenta que los indígenas que habitaban estas tierras tuvieron que pasar de una época clásica, preclásica o “primitiva” –como se quiera decir- a una modernidad de organizaciones sociales jerarquizadas bajo un modelo mercantilista, sin tener la capacidad de reaccionar tranquilamente.

Ese es –a grandes rasgos- el macro contexto que nos domina y que por más que queramos modificar se nos sigue dificultando retirar, no contemplar o cambiar aquello que desde los colegios debemos aprender. ¿Qué sucede con una sociedad cuando sus necesidades o posibilidades de crecimiento están supervisadas por un mundo que es externo en su mayoría pero que mantiene su influencia como una piedra roseta o una biblia fundamentalista que no nos deja pasar de los límites que nos propone? En cierta medida es como la frase de la película “El código Da Vinci” que rezaba: “Hasta aquí y no más adelante”. El macro contexto se convierte así en el principal elemento de la cadena que desde un pulpito da las directrices a seguir para que los demás simplemente digan “Amen, amen hermanos”.

La capacidad de frustración que se puede llegar a tener por lo dicho en el párrafo anterior puede ser muy grande. Surgen preguntas como ¿Para qué construir métodos de enseñanza efectivos para poblaciones periféricas según sus necesidades? ¿Alguna vez las instituciones públicas desde su lugar de poder comprenderán que deben ser independientes y generar políticas menos centralizadas? ¿Qué tan bueno es perpetuar un conjunto de saberes que se dan desde unos espacios que no son los nuestros y que piensan que lo único válido es aquello que ellos consideran pertinente? La vida del educador está siempre envuelta por estas preguntas, todos los días o por lo menos algún día a la semana nos preguntamos si lo que estamos enseñando o lo que los estudiantes están aprendiendo, realmente es práctico por lo menos a mediano plazo. De lo anterior no me resta más que contar la anécdota que me surge todos los años cuando voy a empezar las clases de lengua en grado décimo. Siempre arranco con la duda de porqué los libros escolares siguen generando como tema los mil años de la literatura española. ¿Cuándo me decidiré a proponer que se elimine la enseñanza de esa literatura? Definitivamente ese accidente de 1492 me ha dado muchos dolores de cabeza.

domingo, 10 de febrero de 2019

UNA CLASE (O DE CÓMO SE MUESTRAN LAS COSAS)


UNA CLASE (O DE CÓMO SE MUESTRAN LAS COSAS)[1]
Por: Carlos J. Gutiérrez.

Las expectativas con las que se ingresa a una nueva clase o a un nuevo programa siempre o casi siempre tienden a parecerse al primer día de colegio. Las sorpresas o lo que imaginamos sobre esa primera clase tienden a ser una serie de posibilidades que fácilmente se convierten en un contexto, una pregunta y varias opciones respuesta. El resultado será ese A, B, C o D en el cual se predijeron multitudes de actitudes, mecanismos o sistemas de enseñanza que nosotros mismos, como docentes, aplicamos alguna vez en un salón de clase. Pero la pregunta es, ¿cómo es posible que esas opciones no contengan el suceso real de lo que pasó? La sorpresa de lo inesperado puede en algunos momentos ganarle a la subjetividad de lo que conocemos como clase.

Imagínese usted que se llegue al salón de clase, que nos esparzamos por el salón, temerosos de entablar una relación cercana con los demás y que después de un tiempo de solución de dudas o inquietudes llegue el profesor que en algunos casos es más joven que nosotros y con la confianza de un amigo nos salude sintiendo la gratificación de ver a un grupo de personas lo suficientemente listos para recibir una clase. Hasta ahí, normal, ¿cierto? Pero esto cambia cuando ahora recuerdo que, adelantándome, al final nos dijo que si nos dábamos cuenta de todo lo que habíamos sacado de información a partir de un solo video de dos minutos. La verdad es que sí, con dos minutos de información todos podemos llegar a sacar ideas, inferir relaciones o determinar conclusiones que mediadas entre lo que vimos y nuestras creencias construyen la realidad que desde una clase podemos llegar a construir.

Imagínese que desde el primer momento la organización de la clase va desde el conocimiento del estudiante no por su nombre sino por lo que dice o hace. De cada uno de nosotros salía una idea que poco a poco dibujaba un esquema en el tablero como si a partir de palabras claves se construyera un texto con sentido y una dirección concreta. Había un objetivo, si, uno muy grande, solo que se encontraba interno, era inherente. Ahora, ¿Cuántas veces construimos nosotros una clase a partir de los aportes que los estudiantes puedan manejar? Pensamos directamente que el tema, y su competencia son de total desconocimiento de los estudiantes. La verdad es otra, los estudiantes pueden llevar varios años utilizando las mismas 23 letras del alfabeto o los diez números que conforman el otro infinito número de números. Imagine que un profesor con un video de dos minutos nos diga esto sin decírnoslo, hacernos caer en cuenta que en la clase el estudiante si puede decir algo y si puede construir algo y no hablamos aquí de aprendizaje significativo o de constructivismo, simplemente hablamos de que la voz del estudiante es muy válida dentro de una simple clase sin importar la escuela, metodología o forma pedagógica que se quiera aplicar.

La clase se construye con las tres principales partes que la componen, eso lo sabemos, lo que olvidamos es que esas tres partes no cumplen unos roles concretos, fijos y exactos; más bien, son como la plastilina, que se moldea sola a partir de unas circunstancias dadas. Puede que de lo anterior se hayan escrito un montón de ideas, puede que muchos profesores lo apliquen o lo consideren inoportuno para el pleno desarrollo de un objetivo a cumplir. Pero lo que diferencia a esa primara clase sobre el currículo, de las demás sobre el mismo tema, es que no tuvieron que decírnoslo, sino que de una manera práctica lo descubrimos haciéndolo. Alguna vez un youtuber llamado “Alvinsh” dijo que las cosas que mejor impactan no lo hacen porque lo digan de manera evidente sino que lo muestran de manera simbólica. Así es como sucedió en esta clase, así es como descubrimos que el significado de currículo no es lo que debemos empezar a leer, más bien, lo primero que debemos responder es por qué es tan importante un currículo. Tenaz.


[1] Texto escrito para la clase de currículo 10 de febrero de 2019.

domingo, 3 de febrero de 2019

PERSONAJES QUE SE ENCUENTRAN EN EL SITP


PERSONAJES QUE SE ENCUENTRA UNO EN EL SITP
Por: Carlos J. Gutiérrez.

Viajar en el transporte público siempre constituye un momento de reflexión. Mientras lo tomamos, pensamos en lo que hicimos, hacemos o estamos por hacer. Ya sea en la madrugada, al medio día o en la tarde-noche, el transporte bogotano es un espacio de pensamiento, un espacio que en medio de los trancones, permite que nos transformemos mientras nos movilizamos. Y es que ese espacio de 13 X 2,6 X 4 metros (en los más grandes) se convierte en un confesionario donde los más de 120 pasajeros (porque las fichas técnicas siempre mienten) sacan su lado más honesto.

Y sí, cuando nos subimos a un SITP, nos subimos todos los bogotanos y cada uno de nosotros nos volvemos personajes de esta cotidiana vida citadina en donde los trancones abundan volviendo las calles una lata de sardinas llenas de carros manejados en algunos casos con poca competencia ciudadana. Dentro de esos personajes vemos a los buena gente, los “mala cara”, mal aspecto o mal carácter que a pesar de odiar o maldecir al medio de transporte son en sí mismos uno de los principales problemas. Los muchos personajes que nos encontramos no podemos eliminarlos como hacer una resta; nos toca, por obligación, vivir con ellos y aguantarlos. Aquí vamos.

En algunos casos (la mayoría), el SITP se encuentra lleno, tetiado diría el cachaco, y nos enfrentamos con los que llamo ayudantes, esos que se quedan sin pasar la registradora porque van hasta casi el final, prefiriendo esperar que el nivel de personas disminuya. También están los cargueros aquellos que; con lonas, maletas sucias o dañadas, bolsas negras o tulas llevan cantidades de elementos suaves, duros o cortopunzantes, ingresan al bus pidiendo disculpas por los golpes propinados. Agréguese a esta categoría las madres con sus hijos en brazos, o más incomodo aun, con un carrito. Están además los escandalosos, peleones consigo mismos, con otros pasajeros o con el conductor. Los que creen que van en un taxi y alegan la necesidad de no parar. El bus que tomo diariamente, pienso, decidió dejar de recoger a dos señoras a la salida de Roma porque desde que se suben hasta que se bajan no hacen más que quejarse y pelear.

Los incómodos-cómodos son de las categorías más individualistas en algunos casos. Son los némesis de los escandalosos. Aprovechan el viaje en SITP para tener un momento de introspección sentados en una silla azul o roja con los ojos cerrados o de píe haciendo alarde de su capacidad para permanecer parados somnolientamente. No faltan los que parecen gatos que debido a su morfología, puede dormir encima de las varillas del SITP sin perder su equilibrio, haciendo que estemos más preocupados los que los vemos dormir que ellos mismos. Y así nos podemos quedar con una lista de descripciones; comentadores, vendedores, músicos, amigables, considerados, patanes, groseras, lindas, provocadores o colados. Todos hacen parte de ese collage citadino que es la lata de sardinas llamada SITP. No olvidemos que nosotros también somos personajes del bus pero que debemos ser de los correctos, de los colaboradores, para contribuir, de alguna forma a la construcción de esta ciudad.