UN ACCIDENTE
Por: Carlos Julio Gutiérrez.
Sabemos que la
visión europea (por lo menos a nivel general y la que más se ha establecido
durante mucho tiempo) nos introdujo en su historia “universal” desde ese
accidental 1492 en que Colón por puro desconocimiento llego a estas tierras.
Esa visión llegaba con un compendio de saberes que recién se empezaban a volver
a contemplar y otros que llevaban mil años contemplándose y convirtiéndose en
los saberes claves para el desarrollo de la sociedad occidental. Lo anterior
siempre lo tenemos en cuenta al momento de preguntarnos porque llegamos a donde
llegamos, pareciera que por los azares del destino el encuentro entre españoles
e indígenas se convirtió en la piedra angular de nuestro ascenso como sociedad,
pero, lo que olvidamos es que antes de ellos habían otros que tenían un ritmo
de vida, de costumbres y de lenguaje totalmente diferente. Tan diferente que
cuando hablamos de 1492 nombramos la palabra choque y nos damos cuenta que los
indígenas que habitaban estas tierras tuvieron que pasar de una época clásica,
preclásica o “primitiva” –como se quiera decir- a una modernidad de
organizaciones sociales jerarquizadas bajo un modelo mercantilista, sin tener
la capacidad de reaccionar tranquilamente.
Ese es –a grandes
rasgos- el macro contexto que nos domina y que por más que queramos modificar
se nos sigue dificultando retirar, no contemplar o cambiar aquello que desde
los colegios debemos aprender. ¿Qué sucede con una sociedad cuando sus
necesidades o posibilidades de crecimiento están supervisadas por un mundo que
es externo en su mayoría pero que mantiene su influencia como una piedra roseta
o una biblia fundamentalista que no nos deja pasar de los límites que nos
propone? En cierta medida es como la frase de la película “El código Da Vinci”
que rezaba: “Hasta aquí y no más adelante”. El macro contexto se convierte así
en el principal elemento de la cadena que desde un pulpito da las directrices a
seguir para que los demás simplemente digan “Amen, amen hermanos”.
La capacidad de
frustración que se puede llegar a tener por lo dicho en el párrafo anterior
puede ser muy grande. Surgen preguntas como ¿Para qué construir métodos de
enseñanza efectivos para poblaciones periféricas según sus necesidades? ¿Alguna
vez las instituciones públicas desde su lugar de poder comprenderán que deben
ser independientes y generar políticas menos centralizadas? ¿Qué tan bueno es
perpetuar un conjunto de saberes que se dan desde unos espacios que no son los
nuestros y que piensan que lo único válido es aquello que ellos consideran
pertinente? La vida del educador está siempre envuelta por estas preguntas,
todos los días o por lo menos algún día a la semana nos preguntamos si lo que
estamos enseñando o lo que los estudiantes están aprendiendo, realmente es
práctico por lo menos a mediano plazo. De lo anterior no me resta más que
contar la anécdota que me surge todos los años cuando voy a empezar las clases
de lengua en grado décimo. Siempre arranco con la duda de porqué los libros
escolares siguen generando como tema los mil años de la literatura española.
¿Cuándo me decidiré a proponer que se elimine la enseñanza de esa literatura?
Definitivamente ese accidente de 1492 me ha dado muchos dolores de cabeza.