UNA VIRTUD INEXISTENTE
Por: Carlos Gutiérrez.
Seneca en su tratado sobre “la tranquilidad del alma” recuperaba el termino griego Eutimia que significaba “estabilidad” y a lo que él lo denominaba como “tranquilidad”. A partir de esto quería condensar la necesidad de mantener un término en el cual no sintamos envidia por aquello que no poseemos ni tampoco nos sintamos rebajados por tal desposesión. En pocas palabras, era lo mismo a lo que se refería el poeta Horacio cuando pregonaba su aura mediocritas, que era el de no tener tanto que fuera ostentoso e innecesario ni poco que pareciera que constantemente faltara algo. La idea es hallar la medida exacta.
La búsqueda de la tranquilidad del alma y de la vida está en encontrar ese término medio en donde lo que poseemos es lo suficiente, lo necesario, el punto exacto de la dicha. Pero, esta búsqueda nos lleva por lo general por diferentes caminos, nos desvía de un “camino recto” y nos lleva por un vaivén que nos mueve emociones tan fuertes que se alojan en el cuarto de la violencia. Nuestra naturaleza nos recuerda ese instinto feroz, que nos asemeja a los animales en algunos aspectos, no soportamos que nos gobiernen, que nos indiquen que hacer, no nos sentimos satisfecho y la envidia nos lleva a cometer los peores actos. Los actos que a simple vista se ven involuntarios se ven permeados por la destrucción de nuestra humanidad. La violencia es la principal fuente de intranquilidad del alma.
Vivir en la ciudad, al parecer es como dice Montaigne la prueba fehaciente de mantenerse como un virtuoso ante las pruebas diaria en las cuales el espíritu está en perpetuo combate. Pues, qué produce más desdén que realizar un recorrido de la casa al trabajo o viceversa en un biarticulado rojo y amarillo completamente tupido de gente, asfixiante e incómodo; qué produce más miseria que recibir un sueldo con el que se paga arriendo, alimentación, la posibilidad de movernos, bañarnos y mantenernos limpios y aun así, quedarnos con un déficit de veinte mil pesos con el cual nos damos cuenta que lo que se gana con el sudor de la frente no es suficiente. Y esto, solo son los problemas personales, individuales, que nos aquejan al punto de mantenernos estresados, de no sentirnos satisfechos, de sentirnos como animales enfermos. Esto es interno.
¿Qué hay de lo externo? Qué produce más intranquilidad que no poder sacar el celular en la calle, tener el bolso pegado al cuerpo como si fuera una parte más, no realizar una parada en algunos lugares para evitar ser abordado. Qué produce más miseria que escuchar en solo media hora que un colado apuñala mortalmente a alguien que le pide que pague el pasaje, que un grupo –posiblemente- de taxistas, abordaron un carro y lo quemaron porque prestaba el servicio de UBER, que los políticos con su largo vicio de la corrupción caen en nuevas formas de robar al estado. De que peor forma se puede poner a prueba la virtud de un espirito que el vivir en un país donde la indiferencia, la mala memoria y la individualidad lo consumen poco a poco sin que este se dé cuenta. O tal vez ya no le importa.
Vivir en un estado, vivir en una ciudad, vivir en el campo, en un pueblo o un lugar donde hayan personas –en conclusión vivir en el mundo- nos hace constantemente evaluar la capacidad que tenemos de convivir. No se trata de soporta estoicamente el dolor que nos provocan, se trata que con nuestros actos, libres, individuales, independientes de cualquier forma política demostremos la virtud de no ser crueles, y de no responder a la crueldad con la misma para que aquel que la provoque empiece a revaluarla. Pero, por otro lado, de no poder ser un virtuosos, tal vez deberíamos decir como Rabinovich de Les Luthiers: “La ciudad es agresiva… el hombre de la cuidad vive muy estresado… crímenes, asesinatos, atracos, altercados, homicidios en primer grado… por eso decidí huir de ese mundo oscuro…buscar un entorno más bello…”. Ahora, el problema es donde. Ya ni la casa.