lunes, 25 de noviembre de 2019

LA BARRICADA CONTRA LOS FANTASMAS

La barricada - Otto Dix (fuente: pinterest.com)


LA BARRICADA CONTRA LOS FANTASMAS

Por: Carlos J. Gutiérrez.

En medio de la noche, la oscuridad oculta los miedos que de niños nos acogían. Un destello rápido, un grito, el sonido de una alarma, alguien que inició con los gritos, el “¡ahí va!” pero sin saber quien va. Las mujeres temerosas, otros hombres igual, los palos de escobas vueltos armas, una katana, un rifle, una pistola, varios machetes. La mirada amenazante y amenazada de muchos me hizo recordar un cuadro de otto Dix que había visto en una enciclopedia de arte contemporáneo en la hoy desaparecida biblioteca Colsubsidio del barrio Roma. Me hizo recordar ese cuadro porque en la noche del viernes me sentía dentro de él. Al momento de buscarlo solo tuve el recuerdo del nombre, no por el cuadro, debo admitirlo, sino por la canción de 2 minutos – la banda de punk argentino – cuyo nombre es igual al del cuadro.

Die barrikade se llama el cuadro expresionista que se me vino a la cabeza en la noche del viernes. No encontré la versión que permanece en mi cabeza desde hace más de diez años, pero si encontré otra que igual no está lejos de lo que vivimos en Bogotá. Ya que por un momento corrió parte de la historia de este país por mis venas: la luchas entre unos y otros porque hay que liberarse de un yugo, el machete de tres abuelos que con todo y ruanas me hicieron pensar en el bogotazo y cómo en un día todo se fue al trasto; los disparos alternos entre silencios y algo parecido a explosiones me recordó los titulares de finales de los ochenta e inicio de los noventa cuando los carros, las cartas, los cilindros o cualquier otra cosa se volvía una bomba. En fin, por un momento, el viernes se volvió doscientos años de historia. ¿Qué fue lo que nos pasó?

Realmente lo que pudo haber sucedido fue un levantamiento pacífico vuelto un suicidio que para unos fue necesario y para otros simplemente fue una pérdida del objetivo. Lo sucedido fue la forma de demostrar como la protesta no logra llegar a la propuesta, no porque no tenga la intención sino porque consideramos que atropellar las estaciones, la policía, los locales, las casas o el transporte público es la forma de decir “No más”. No obstante, lo triste de este pensamiento es que ese grito iracundo que vuelve las marchas un acto violento hace que se pierda, así sea por un momento, la fe en el cambio. ¿Qué puede salir de un acto en donde los tambores se llenan de sangre y de furia? Algunos creerían que es un renacimiento, un fénix surgido de las cenizas para restablecer el orden que dejó el caos a su paso. Otros, considerarán que simplemente fue la forma de comprobar que el cambio se acaba cuando se piensa que la salida más valida es el holocausto.

Y tal vez los unos o los otros tengan razón; las protestas, las marchas y los disturbios simplemente sirven, en algunas situaciones para comprobar que nuestro comportamiento animal todavía nos domina. Somos como lobos que, al momento de encontrarse con otro grupo, se miran, se sienten amenazados y atacan hasta matar. También nos parecemos a las aves de rapiña que a la menor oportunidad tomamos lo que consideramos nuestro, como si esa fuera la manera en que debemos actuar. Somos, al mismo tiempo, ese grupo heterogéneo de bestias que al sentir un temblor o una perturbación arrancan en estampida arrollando todo lo que se tienen a su paso, olvidando lo que debemos hacer y el cómo debemos comportarnos. En el caos, surgen de nuestras cenizas las aspiraciones violentas de nuestro instinto en una selva de cemento cuyo bestiario no deja de construirse y hace que pasemos a estar por debajo de aquellos que se extinguen.

Ahora, ¿qué de humanos nos queda en ese comportamiento animal? Lo único que tal vez se puede afirmar es la imbecilidad de protegernos detrás de los otros. Ocultarnos bajo los defectos de los que consideramos nuestros enemigos. Afirmamos las noticias falsas, los comentarios sin sustento y las cadenas de mensajes que prenden las alarmas como un grito que espera ser seguido. Estamos tan inmersos en un estado de conspiración que la verdad ya no se nos hace evidente con una lampara, antes bien, la apagamos para sentirnos desprotegidos, gritar, seguir detrás del otro, y así, armar una turba con el fuego de la palabra. Nos inventamos enemigos fantasmas contra los que construimos barricadas que satisfagan nuestras ansias de destrucción.

En el panorama apocalíptico que se pinta aquí, no quiero dejar a la oscuridad reinando. No sería algo obvio si lo que se quiere es que nos iluminemos y dudemos o pensemos. A pesar de que podemos afirmar que las redes sociales son promotoras del pánico y el llamado al caos, también tienen la ironía de revertir nuestra situación en un abrir y cerrar de ojos, de estrellarnos a la cara, como si de un pastel se tratara, la verdad de cuántas realidades se percibe. No había nadie (pum), solo eran falsas alarmas (¡una más!), una fake news que te tragaste (¡la del cierre para que aprendas!), ¿no te sientes como si la dignidad te hubiera abandonado? Sí, me siento como un imbécil cuando actúo como una estampida temerosa de fantasmas en la noche que terminarán siendo nada y pasarán a alimentar la sabiduría popular a costa de nuestras espaldas torpes.

La verdad, si es que no es otro fantasma que perseguimos sin alcanzar, es que, a pesar del tiempo, de los medios, de la ciudad, del vecino, la vecina, el conjunto, el barrio y las veces que salude a ese que está a mi lado, el pánico me hace desconfiar del otro porque simplemente el otro no soy yo y pienso que me va a herir, me va a dañar, me envidia o me desea muerto. Y si esto es así, entonces que caiga primero el otro. La verdad es que la sociedad vigilante todavía sigue siendo de nuestro aprecio, así como para el bondadoso hombre es bueno rezar al dios omnipotente para ir al cielo a pesar de odiar al otro hasta el punto de dañarlo.