domingo, 28 de octubre de 2018

LAS METÁFORAS DE LA REALIDAD


LAS METÁFORAS DE LA REALIDAD
Por: Carlos J. Gutiérrez

En muchos casos gustamos de vivir de la parsimonia, vivir de las respuestas fáciles, de decir “eso es así y ya”, levantamos los hombros, movemos las cabeza hacia un lado, levantamos las cejas, apretamos los labios y mostramos nuestras palmas como diciendo “suele pasar”.  Así, cómodamente nos evadimos ya sin necesidad de inventarnos paraísos artificiales como los del siglo XIX. Lo hacemos porque preferimos evitar las preocupaciones que hacen de nuestra vida un martirio, una cruz a cuestas o nos hace caminar en la cuerda floja mientras sufrimos de vértigo. Las respuestas fáciles son mejores, porque nos llevan al chiste, al absurdo, a la respuesta literal en la que afirmamos cómodamente que todos los hombres hacen estupideces. Pero, de lo que no nos damos cuenta, es que a veces tomar la vida tan literal nos impide descubrir que detrás de cada absurdo se devela una metáfora de la realidad en la que vivimos.

Desde hace muchos años los memes, las frases contextualizadas o descontextualizadas han nutrido nuestro humor local de una manera sorprendente, y si hay algo que tiene el chiste es que utiliza la realidad hiperbolizándola para mostrarla absurda. El problema, ya no necesita utilizar la hipérbole como recurso retórico porque este ya se encuentra en los actos de las figuras públicas y tal vez por eso es que los programas de humor ya no tienen tanta gracia como antes. Para qué ver Sábados felices si tenemos los tweets de los congresistas y los senadores, para qué ver comediantes de la noche si ya tenemos los nombramientos del presidente, para qué un programa mañanero de humor si podemos poner alguna emisora y escuchar a los políticos tocar la guitarra, cantar vallenato o tomarse fotos y grabarse cabeceando un balón. Para que el humor si tenemos la política.

Pero más allá de esto, debemos darnos cuenta que lo que estamos viviendo no es simplemente los chistes sueltos de las figuras públicas sino una metáfora de la paupérrima realidad en la que vivimos. Ya una vez lo dijo Eco, y lamento profundamente nombrarlo ya que se está volviendo un cliché, los medios digitales le dieron voz a una masa de idiotas; lo que no sabíamos es que entre esta masa de idiotas estaban los políticos que manejan nuestro país. Y en esto, debemos advertir que cuando una figura pública hace algo (un chiste) representativo, este toma dimensiones simbólicas a gran escala, así como cuando en la edad media los cantares de gesta representaban los valores de un país para que gracias a un héroe todo un estado adquiriera un comportamiento determinado. Tan grande es la influencia de estas figuras y sus actos (estupideces) que no nos damos cuenta que de manera simbólica están representando lo que somos como país.

Todo esto lo digo porque no dejo de pensar que el hecho de que Peñalosa se hubiera perdido en los cerros orientales no es más que la más perfecta representación de lo poco que conocemos el territorio que queremos transformar a la fuerza. No dejo de pensar en el video de Duque dándole cabezazos a un balón de futbol como la mejor imagen del colombiano que prefiere ver un partido, asistir a uno o jugarlo en vez de realizar un trabajo productivo e influyente. No dejo de pensar en el nombramiento de Ubeimar Delgado como embajador de Suecia así no hable inglés como un símbolo del arribismo colombiano en el cuál se demuestra la necesidad de mostrarnos como algo más de lo que no somos o saber lo que somos y desde esa poca distancia creernos superiores a los otros.  Al final, pareciera que todo es un mal chiste. Una broma. Un adelanto al día de los inocentes, una forma de crear un año de solo bromas y jugadas que se reducen a un circo de payasos hilarantes más crueles que los que hostigaban a Dumbo, más crueles que Wayne Gacy quien disfrazado de payaso torturaba física y mentalmente. Aunque no, no es todo esto, es simplemente la realidad representada desde los memes, los tweets y las noticias.

domingo, 14 de octubre de 2018

EL HAMBRE Y LA SED


EL HAMBRE Y LA SED

Por: Carlos J. Gutiérrez.

Una manifestación es un grito, es un rio en el cual miles de cabezas gritan a una sola voz su impotente necesidad de cambio. Y los espectadores, el público y los ignorantes, nos convertimos en poco más que un objeto de sumisión que en silencio está de acuerdo con “lo que no se hace”. La parte importante de una marcha no es la temática, pues es algo que todos conocemos; no es los indignados porque para la voz popular son los mimos de siempre; no es importante tampoco el gobierno porque ellos siempre dicen las mismas palabras que los manifestantes no creen y que en la mente, en ese subconsciente negro que todo gobierno tiene y que también aplica, siguen siendo maestros de mentiras y falsas esperanzas. No, ellos no son importantes, los importantes somos nosotros, los espectadores, los que vemos desde los medios los pasos de los indignados, de los humillados y los ofendidos.

¿Qué nos hace ser simples espectadores de los problemas que nuestro país mantiene? Las excusas son una larga lista a decir verdad. Hay quienes dicen que su trabajo no se lo permite porque cumplen un horario y les afecta mas no ir a trabajar que solucionar los problemas con una marcha. Hay quienes dicen que no asisten porque el sentido de la marcha es inútil, es contradictorio y en sí misma, no significa el método más efectivo para cambiar las cosas o los problemas. Hay quienes afirmarían en voz baja que la marcha simplemente es una estrategia política de los contradictores y que a pesar de que están de acuerdo con lo que denuncian, su voto se los prohíbe. Y hay quienes afirmar que apoyan la protesta porque es algo políticamente correcto pero que no les interesa en lo más mínimo.

Los espectadores no tienen nada que perder ni nada que ganar en una protesta, no lo tienen porque para eso tendrían que vivir con sed y hambre; algo, que en la capital no se da comúnmente. Esa es tal vez la peor parte de toda esta situación. Las marchas en Colombia suelen darse en muchos lugares, pero entre más apartadas de la capital menos posibles será que los escuchen, por eso, deben moverse de cualquier forma a Bogotá para que los oídos que los deben escuchar estén más cerca. Pero venir aquí es venir a un lugar donde la sed por falta de agua potable o por falta de una buena administración (aunque aquí no podemos hablar de una buena administración tampoco) y el hambre por el dinero que se pierde, por la falta de oportunidades o porque simplemente los gamonales, caudillos y tiranos regionales los someten no parece impactar. Porque, diciendo la verdad, Bogotá se ha convertido históricamente en un palco desde el cual se ven los problemas sociales, se siente lastima, se dice “pobres gentes”, se llora por lo que sucede pero al final del día solo se da una palmada en la espalda y se sigue el camino.

Por todo eso es que los espectadores, los que miramos como la gente se moviliza por una situación, somos la peor parte o el peor problema que la sociedad colombiana tiene. Porque ser espectador es ser un simple descriptor de una sociedad donde no queremos vivir pero nos aguantamos. Ser espectadores es ser otra parte más que gusta de invisibilizar al pobre, al desahuciado, al que no tiene nada y no logra tenerlo. Como espectadores, a pesar de que no lo tenemos, tampoco lo queremos, porque querer significa luchar, y en esta tierra cucañera la lucha simplemente es lo que para un estudiante es asistir al colegio: una inutilidad. Un espectáculo sin público no es espectáculo, y al público le gusta celebrar las victorias, les gusta estar del lado del más popular, del famoso, del poderoso, no le gusta perder. Y en toda marcha, el gobierno y sus “dirigentes” son la bonanza y satisfacción en cambio los protestantes son “el hambre y la sed”. ¿Creen que alguien quiere realmente aguantar hambre y no tener que beber?