LAS
METÁFORAS DE LA REALIDAD
Por: Carlos J. Gutiérrez
En muchos casos gustamos
de vivir de la parsimonia, vivir de las respuestas fáciles, de decir “eso es
así y ya”, levantamos los hombros, movemos las cabeza hacia un lado, levantamos
las cejas, apretamos los labios y mostramos nuestras palmas como diciendo “suele
pasar”. Así, cómodamente nos evadimos ya
sin necesidad de inventarnos paraísos artificiales como los del siglo XIX. Lo hacemos
porque preferimos evitar las preocupaciones que hacen de nuestra vida un
martirio, una cruz a cuestas o nos hace caminar en la cuerda floja mientras
sufrimos de vértigo. Las respuestas fáciles son mejores, porque nos llevan al
chiste, al absurdo, a la respuesta literal en la que afirmamos cómodamente que
todos los hombres hacen estupideces. Pero, de lo que no nos damos cuenta, es
que a veces tomar la vida tan literal nos impide descubrir que detrás de cada
absurdo se devela una metáfora de la realidad en la que vivimos.
Desde hace muchos años
los memes, las frases contextualizadas o descontextualizadas han nutrido
nuestro humor local de una manera sorprendente, y si hay algo que tiene el
chiste es que utiliza la realidad hiperbolizándola para mostrarla absurda. El
problema, ya no necesita utilizar la hipérbole como recurso retórico porque
este ya se encuentra en los actos de las figuras públicas y tal vez por eso es
que los programas de humor ya no tienen tanta gracia como antes. Para qué ver
Sábados felices si tenemos los tweets de los congresistas y los senadores, para
qué ver comediantes de la noche si ya tenemos los nombramientos del presidente,
para qué un programa mañanero de humor si podemos poner alguna emisora y
escuchar a los políticos tocar la guitarra, cantar vallenato o tomarse fotos y
grabarse cabeceando un balón. Para que el humor si tenemos la política.
Pero más allá de esto,
debemos darnos cuenta que lo que estamos viviendo no es simplemente los chistes
sueltos de las figuras públicas sino una metáfora de la paupérrima realidad en
la que vivimos. Ya una vez lo dijo Eco, y lamento profundamente nombrarlo ya
que se está volviendo un cliché, los medios digitales le dieron voz a una masa
de idiotas; lo que no sabíamos es que entre esta masa de idiotas estaban los políticos
que manejan nuestro país. Y en esto, debemos advertir que cuando una figura pública
hace algo (un chiste) representativo, este toma dimensiones simbólicas a gran
escala, así como cuando en la edad media los cantares de gesta representaban
los valores de un país para que gracias a un héroe todo un estado adquiriera un
comportamiento determinado. Tan grande es la influencia de estas figuras y sus
actos (estupideces) que no nos damos cuenta que de manera simbólica están representando
lo que somos como país.
Todo esto lo digo porque
no dejo de pensar que el hecho de que Peñalosa se hubiera perdido en los cerros
orientales no es más que la más perfecta representación de lo poco que
conocemos el territorio que queremos transformar a la fuerza. No dejo de pensar
en el video de Duque dándole cabezazos a un balón de futbol como la mejor
imagen del colombiano que prefiere ver un partido, asistir a uno o jugarlo en
vez de realizar un trabajo productivo e influyente. No dejo de pensar en el
nombramiento de Ubeimar Delgado como embajador de Suecia así no hable inglés
como un símbolo del arribismo colombiano en el cuál se demuestra la necesidad
de mostrarnos como algo más de lo que no somos o saber lo que somos y desde esa
poca distancia creernos superiores a los otros. Al final, pareciera que todo es un mal chiste.
Una broma. Un adelanto al día de los inocentes, una forma de crear un año de
solo bromas y jugadas que se reducen a un circo de payasos hilarantes más
crueles que los que hostigaban a Dumbo, más crueles que Wayne Gacy quien
disfrazado de payaso torturaba física y mentalmente. Aunque no, no es todo
esto, es simplemente la realidad representada desde los memes, los tweets y las
noticias.