UN
DESASTRE NATURAL
Por: Carlos J. Gutiérrez.
Cuándo se comenzó con el
desastre natural del espíritu humano. Es un pregunta profunda, extensa, filosófica,
laberíntica incluso, tanto, que se presenta la necesidad de pedir ayuda a
Ariadna para que nos guie por los enrevesados caminos que podemos encontrarnos en
la búsqueda por la respuesta a esta pregunta. Pero incluso, el hilo que ella
nos lance o nos ate no es suficiente, no lo es por el simple hecho de que cada
vez que queramos dar con la respuesta el mundo hedonista se nos planta al
frente al punto de hacernos desear no continuar con nuestro camino, pararnos en
el primer espacio cómodo que, lleno de mentiras, nos cautiva como buenos
infantes inocentes que no responden de forma crítica a su espejo de ilusión.
Porque todo eso puede
pasar. Si la respuesta a esa pregunta no la hemos encontrado no ha sido por
pereza, no, no ha sido porque desconozcamos los caminos que debemos recorrer,
no, no ha sido porque nuestra ignorante torpeza nos impida ver más allá de lo
obvio, no. La respuesta tal vez podemos saber dónde encontrarla, incluso
podemos desistir de utilizar el hilo divino para hallarla; pero el problema es
que cuando vemos que la respuesta está muy atrás en nuestro pasado, empezamos a
desviarnos del camino gritando con desalmado engaño que todo fue una trama
divina, una mácula incurable que solo será solucionada por los dioses. Por
ende, cuando preguntamos por el origen de nuestros males, como un grupo de
coreutas, alzamos nuestra voz lastimera para que el rayo caiga sentenciando: “Deus
ex machina”.
El desastre natural del espíritu
viene de un pasado que continua en el presente. Viene de una sucesión de
eventos desafortunados, fortuitos e incluso malévolos que revientan de la risa
como un bromista cuando ve que su amigo ha caído en la trampa. Viene también de
esos actos sinceramente arrogantes que hacemos para demostrar nuestra
superioridad, nuestro sobrevalor o nuestra capacidad de ser mejores que los
demás. Aquél desastre es la suma de todo lo anterior, pero en ninguno de los
casos es un golpe divino merecido en las proporciones dadas desde lo alto. No
lo es por el simple hecho de que así como la primera falta, la primera muerte,
la primera ley, el primer templo, el primer sacrificio, el rey original, la
primera corona, la primera masacre son acciones netamente humanas.
Al ser así no podemos
buscar fuera de nosotros el origen. Así que, cuando nos damos cuenta que el
espejo de los deseos insatisfechos nos refleja nuestra verdad, cerramos los
ojos, pensamos en el horror que hemos hecho para simplemente tomar la decisión
de alejar ese cáliz pidiendo que algo nos salve, nos libere; luego de estas
palabras, nuestro deseo actúa para transformarnos al mundo que deseamos, al
mundo en donde placenteros olvidamos que los causantes de los mayores males
somos nosotros mismos. Así que, al final de todo, de la vida, del tiempo, el
hombre que se ha hecho miles de preguntas sobre el porqué su mundo es así,
termina, corriendo aterrado a refugiarse bajo la capa del placer con el fin de
olvidar que descubrió su mayor culpa.