martes, 16 de junio de 2020

QUÉ NOS ESPERA DESPUÉS

QUÉ NOS ESPERA DESPUÉS

Por: Carlos Gutiérrez.

Hacia el final de la novela Las diecinueve enaguas leía que una epidemia que azotó a Bogotá en los cuarenta del siglo XIX dejó al descubierto la perversidad de los bogotanos, puesto que, aislados, terminaron los arribistas, que habitaban en ese tiempo la ciudad que no era ciudad encumbrados por Mefistófeles, mostrando ante los demás, un alma más podrida que la misma enfermedad que los aquejaba. Hoy, la ficción sobre muchos años atrás de esta amada pseudourbe, hace que me pregunte lo que se respondió el autor en esa novela. ¿Qué nos dejará esta cuarentena? ¿qué monstruosidades aparecerán o han aparecido en los medios, en el voz a voz e incluso en nuestras reflexiones? Las respuestas pueden ser las demostraciones de que el bogotano, o por lo menos su alma, ya sea en tiempos buenos o malos, no deja de ser un animal perverso.

La verdad es que desde el inicio de todo este miniapocalipsis nos dimos cuenta de la afirmación más obvia que ante los ojos omnipotentes se puede comprender: el abismo entre una clase social y otra no es menos amplio que el paso de un círculo del infierno de Dante al paraíso de su amada Beatriz. Nos dimos cuenta que Bogotá puede ser un adecuado escenario para la mascara de la muerte roja en la que mientras unos, sin importarles que no pueden estar tan cerca, tuvieron que terminar clamando por alimento o cuidados ya que a sus zonas – con ausencia de preferencias - no les llegaban lo prometido. Mientras tanto, muchos, entre los que me incluyo, convertimos nuestras casas, apartamentos o loft de amplios espacios; en el castillo en los que el príncipe Próspero y corte, come a manos llenas envuelto en su papel higiénico para sentirse más seguro al tiempo que adecúa cada una de las habitaciones para diferentes diversiones que desde una camarita, como si de una ilusión se tratara, monta un paraíso artificial cuya burbuja lo mantiene ignorante.

Y esta burbuja también hizo crecer nuestro máximo valor. A las alturas desde las cuales se pregonan las verdades de papel más interesantes del mundo, nos camuflamos para no ser descubiertos, caminamos ocultos entre una fantasmagoría para hacer un gran mercado cuando no deberíamos de estar haciéndolo, aumentó nuestro consumo por la simple idea de poseer nuestro gran deseo y aprovechamos la debilidad del otro para favorecernos. Porque eso sí, podremos estar en las crisis más grandes, en el acabose más impactante o a la espera de séptimo sello, pero siempre, como buenos alumnos, seguimos cultivando el cinismo como una de nuestras bellas artes. No se trata aquí de una cuestión de clase o de etnia, se trata de una columna blanca reluciente, brillante que sostiene a la virtud de ser un gran amoralista.

Así, nos dimos cuenta que en Bogotá también triunfa el desierto de las palabras escritas en papel cuyo sustento es inexistente y en el que se justifican simplemente lo que no se va a hacer. En el que se monta un espectáculo grandilocuente a partir de cifras elefantinas, minúsculas acciones y pobres responsabilidades. Nos dimos cuenta que las decisiones se convirtieron en el juego de pelota preferido con el cual se eximen culpas lavándose las manos con alcohol o antibacterial para estar libre de toda pilatuna. Porque al fin de cuentas, si todos tienen la culpa nadie la tiene y se declara desierto el concurso de quién fue el más mampolón.

¿Qué nos quedará después de esto? Tal vez nada, tal vez la comprobación de que en los buenos tiempos y en los malos, simplemente somos humanos, somos perversos. Pero tal vez esto se deba no porque no hayamos estado listos para asumir la responsabilidad de esta plaga que nos aqueja como egipcios condenados por dios. Tal vez esto es así porque el virus fue el tapete para esconder la mugre en la que vivimos, para recordar nuestra milenaria practica de caer en la pandemia de la amnesia, la peste que nos ha aquejado por más de doscientos años y de la cual parece no encontramos cura. Tal vez esté siendo exagerado, porque también se dirá que son unos pocos los que nos han llevado a esto, y aún hay personas que desde sus buenos actos han vivido al margen de la amoral criminal que nos aqueja, y es verdad, las conozco, son muchas las almas buenas que parecen condenas a vivir bajo el poder y la dirección de un poder caligulezco.