CRÓNICAS DEL
TRANSPORTE: EL LLANERO DESPLAZADO
Por: Carlos J.
Gutiérrez.
Me
subo en la Boyacá con esperanza para dirigirme a colina en la 147 con el fin de
dar una clase particular a un niño de ocho años. Tomé el 330 y me senté en el
costado que da hacia el sol de las tres de la tarde de lo cual me arrepentí
pues no podía leer y me dormiría con facilidad.
En
la 53 se subió un hombre. Como iba mirando las fotos de “salario mínimo” solo
le había escuchado la voz. Se fue acercando a la mitad del bus y ahí pude verlo
de forma completa. Llevaba un pantalón
de paño café, zapatos negros roídos, con la suela del derecho con la suela
despegada, una camisa azul con flores estampadas, un poncho blancuzco con tres líneas
representando la bandera de Colombia, un sombrero llanero y a su espalda una
maleta negra, vieja y estirada por el peso que llevaba, al final el sombre le
daba la pinta de llanero venido a la ciudad. Pensaba que era un ciego ya que
cuando levanté la mirada sus ojos se encontraban cerrados.
“Miren
– Supongo que el saludo ya lo había realizado – mi nombre es **************,
vengo de Puerto López. Por cuestiones del destino soy desplazado.”
Era
un desgarrado de la estirpe que la violencia ha mandado a Bogotá desde hace 30
años. Nos decía casi con lástima que no traía a sus hijos para acompañarlo a
vender en los buses porque no quería que pasaran la vergüenza que él estaba pasando.
Sacó de uno de los bolsillos grandes de su maleta una foto ampliada que parecía
sacada del marco en el que estaba y la había plastificado, supongo yo, para no
dañarla por estar sacándola y metiéndola en su maleta. La foto mostraba a sus
cuatro hijos juntos, ubicados en posición de equipo de micro sonriendo ante la
cámara. Ya se veían grandes y estaban más cercanos a trabajar en algún lado que
a ser mantenidos por sus padres.
Habló
de la difícil situación que vivió, no sin antes lanzar una pulla a lo que hoy
se vive con el proceso de paz. Expresó sus descontentos al saber que no era un
guerrillero o un “paraco” para que lo tuvieran viviendo bien con un sueldo con
dos millones sin hacer nada. Su moral, mostrada intacta, estaba tranquila pues
afirmaba ser una persona de bien quien la vida había castigado y que prefería
seguir así a recibir 2 millones por ser asesino.
¿Cómo
se comprende una situación así, que a pesar de no ser del todo cierta si
refleja la situación del país? El desplazamiento sigue sin ser resuelto; y entre
ellos y los venezolanos el ver vendedores ambulantes se volvió un hábito (¿o un
vicio?) que no parece acabar. Las políticas restrictivas que desde la alcaldía
se generan no aportan un cambio satisfactorio. Al fin de cuentas, el SITP y el
TRASMILENIO surgieron, sugiero yo, como medios de transporte que evitarían o
eliminarían la venta de productos en el transporte público.
Pero
ni eso constituyó una solución. Y tal vez, solo opinando adrede, jamás lo sea;
porque prohibirle a alguien que deje de vender en los buses no implica que
desee conseguir otro medio de sustento. Con lo anterior, solo se le ha puesto una
curita a una herida de bala creyendo que con el tiempo se cicatrizará y
desaparecerá.
Al
final de su discurso, de su maleta sacó unas colombinas y unos bombombunes
baratos los cuales ofreció al precio de “la moneda que ustedes quieran”
apelando a la misericordia de aquellos que son cien pesos más ricos. No vi más
la situación pero tampoco escuché el “gracias” por recibir una moneda.
¿Cómo
interpretamos esto? Ahora recuerdo que un profesor de la época en que yo era un
estudiante de ingeniería industrial dijo en una clase que la mejor falacia que
existe y que nosotros incautamente creemos es la frase de los vendedores
ambulantes o mendigos cuando afirman que “una moneda no enriquece ni empobrece”.
Tal vez, y solamente tal vez; la respuesta a lo anterior esté en dos opciones:
la primera, que nos agotamos tanto, viendo cada cinco minutos un vendedor
ambulante que si le damos al primero, nuestra misericordia no alcanza para
darle a los otros cuatro. O la segunda que siguiendo la lógica del profesor de
ingeniería, nos hemos vuelto tan miserables que la burbuja bogotana en la que
vivimos ya nos hizo ciegos y sordos ante los discursos plásticos que ocultan
los problemas que nos hablan.
El
vendedor se bajó con su maleta, sus dulces y su foto llegando a la Boyacá con
80. Se subirá a otro SITP y a otro y a otro hasta que la hora pico empiece a
enviar camionados de SIPT repletos de trabajadores a sus casas y ya sea imposible para el desplazado vender
su miseria.