Por: Carlos J. Gutiérrez.
Nosotros nos constituimos
como los últimos herederos de un largo linaje de sangre, de lengua y de
cultura. Nos dijeron cuando pequeños que aprendiéramos el oficio de papa o nos
corregían las faltas diciendo que así no se comportaba la familia, que no parece
hijo de su mama o que el apellido le quedo grande. Pareciera que con estas
frases nos pusieran una cruz a cuestas con el fin de que en el momento en el
que damos nuestros primeros pasos iniciáramos un viacrucis por mantener el
orgullo de la familia. Pero, ¿Qué pasa con nuestro crecimiento individual? Al
parecer no es más que una ilusión escondida entre capas y capas de influencias
culturales, sociales y familiares que terminan construyendo nuestro legado
inmortal que después de muertos aún nos persigue.
En este caso la
comparación de la cebolla, confieso que fue impulsiva, es valida para el tema
a tratar. Imagine que cada una de las capas que nos encierran son un constructo
que a medida que pasa el tiempo nos hereda un legado, esto implica que entre
más crecemos mas capas se van agregando, lo que implica que entre más capas,
mas oculta nuestra individualidad. Hay tres capas que son las más fuertes o las
que mejor crecen. La primera es la capa de los amigos, cada vez que vamos a un
lugar, nos relacionamos con personas a las cuales definimos por los gustos
comunes o por las sensaciones agradables que sentimos por ellos. De ahí que las
personas al convertirse en elementos influyentes en nuestra vida nos trasforman
dejándonos parte de su vida de una manera muy particular.
Un ejemplo muy concreto
de lo anterior son los amigos que conseguimos en el colegio, los que apreciamos
como hermanos volviéndolos confidentes de alegrías o tristezas, ellos que con el
“mal consejo” nos impulsaron a cometer los actos que impactaron en nuestra
vida. También están los del trabajo, quienes ya maduros, influyen en el
desorden de nuestras vidas, volviéndolas un poco más alegra, olvidando las
penas que día a día nos aquejan. Pero no podemos dejar de nombrar a aquellos
que son casi familia, a esos que al llegar a la casa abren la nevera y saludan
a la familia como si fuera la suya, ese al que consideramos como un hermano,
ese que nos esconde cualquier secreto, ese que esperamos esté para siempre. A
pesar de lo anterior, son las capas más frágiles, las que primero se pudren,
las que primero se caen o las que presentan un recuerdo lejano en muchos casos.
En contraste a los
anteriores, tenemos a los que nos dieron problemas, los que nos quisieron ver
derrotados. Porque ellos también son capas, son el legado extraño, el legado
negro que oculto nos quiso hundir en la peor pesadilla, esa capa esta en el
medio, ni es la más fuerte pero tampoco es la más frágil. Por último, las capas
más cercanas son las de la familia, esas que según Paul Bourdieu nos heredó el
más grade capital cultural que como seres humanos podemos tener. Y no digo
grande por la acumulación sino también por la ausencia. Pues, si nuestra
familia no presenta un mayor interés en su desarrollo cultural, heredaremos una
fuerte carga de ignorancia en muchos aspectos de la vida.
De ahí que esa capa sea
la más fuerte, la más aferrada, la que se niega a desaparecer, la que es
imposible retirar por estar pegada a nuestra raíz como legado eterno e
inamovible. De todos ellos en algún momento quisiéramos huir, Pero al final de
todo, querámoslo o no, esas capas son el legado que tanto nos influye; del
cual, sin prisa, al final, cuando seamos una robusta cebolla pretendemos
afirmar que solo está en el pasado, cuando este mismo se presenta como
fantasma, no para asustarnos al ignorar su ausencia sino para recordarnos que
ahí está, que jamás nos va a abandonar.