LA
VIDA ES RIÑA
Por: Carlos J. Gutiérrez.
Bogotá. El cielo azul blanquecido
del medio día exaspera con el calor sofocante, casi imperceptible desde el
cielo una masa amorfa se nutre a diario de los sucesos de minuto, pequeños
hombre y mujeres van y vienen sin cesar, las caras abajo, los carros alineados
en un sin fin de líneas entre cruzadas, el humo del tubo de escape, los pitos
los gritos, sube uno cuando se baja el otro, lápices, dulces, gomas, galletas,
chicle, maní, caramelo, mi hijo enfermo, mi pata muerta, soy un desplazado;
todo se acumula de un momento a otro y se pierde la capacidad de actuar con
cordura.
Si quisiéramos hacer
una radiografía de todo aquello que nos encontramos en la vida de Bogotá,
podríamos encontrar mil y un cuentos e historias que justificarían la ira de
algunos, no pocos y las reacciones violentas con las que poco a poco nutrimos
nuestro negro corazón. Difícilmente podríamos ganar el nobel de paz o un concurso
por compañerismo. Difícilmente podríamos lograr la paz en las montañas si en
las calles todavía nos queremos matar.
El estado de las vías y
la movilidad pobre bogotana unificada a la pequeña contradicción que existe en
los conductores bogotanos (no sé si en otro lado sea igual) de atravesarse para
ser el primero en pasar. Andar en Bogotá parece una carrera de cien metro donde
el que gane se lleva toda la victoria. ¿No lo podemos ver a diario?, hay una
calle, en Fontibón, no hay semáforo, la vía es una diminuta montaña, vienen
buses sentido oriente occidente y occidente oriente, hay carros sentido norte
sur y sur norte; el espacio pequeño por medio del cual deben transitar, la
incesante carrera en la cual todos quieren pasar primero hace que en ese dimito
espacio se arme un nudo que configura un trancón para salir. ¿Quién no se
estresaría por eso?
Las fiestas no son
solamente fiestas, hay trago, baile, risa, llanto, todos se abrazan, y a medida
que el tiempo avanza el cuerpo se calienta, llega el pasado, el burlón, el que
hace chiste sin gracia, el que se acuerda de lo malo que le sucedió, del que le
hizo algo, luego viene la &%*/#!!!, una botella se cae y la alegadera se
esparce; los empujones, la división en bandos, el llanto de los niños, el
silencio de los chismosos, “usted es así...” “yo soy así y que” “pues piense”
(¿Cómo alguien que inicio una riña puede hacer ese comentario?). Lo que empezó como
una celebración inocente y festiva termino en un collage pintoresco de verde
aguacate y rojo sangriento. Curiosa la vida cuando comenta que el día donde más
riña y muerte se presenta es el día de la madre.
Así es, la vida es
riña, Bogotá es una ciudad violenta por su ambiente o por su gente (nosotros),
pero aun así, todos los factores que evitan una vida cuerda en la capital no
son la excusa que debemos tomar para reaccionar de forma violenta. La Bogotá
humana, la Bogotá del pasado y de la mayoría de las alcaldías pasadas no es más
que el centro nacional de la violencia doméstica donde los amigos se vuelven
enemigos, las familias se vuelven extrañas y así sucesivamente… ¿Qué se puede
hacer? ¿Qué propuesta hay para cambiar esto? Petro, López, pardo, Peñaloza II
(¿más bolardos?), no te lo pregunto a ti pequeño Santos, al fin de cuentas tú
ya habías propuesto electrocutar a los estudiantes cuando estos decidieran
protestar. Hasta en los candidatos hay respuestas violentas para actos de
habla.